A la gran e irregular mansión de Cedric el sajón llegaron aquella noche una serie de invitados evidentemente inesperados. Nobleza obliga, y a pesar de que los invitados eran franconormandos, en irremediable disputa con el pueblo de Cedric, altivos personajes, el sajón Cedric les ofreció la consabida hospitalidad.
Ya encontrándose en el banquete de recibimiento, el que inexcusablemente tuvo que ofrecer a aquellos orgullosos y soberbios normandos, irrumpen en mitad de la cena y arriban dos personajes más. Isac el judío, el detestado pero al que todos recurrían judío en aquellos tiempos, y aún ahora, y un sombrío desconocido del que no se sabe el nombre, solo un apelativo, el Pereregrino.
Transcurre la cena con ciertas discordias entre los dos grupos de personajes, enfrentados años atrás en la puja por la conquista del solar britano, sajones y normando.
Hace acto de presencia también, cosa que incluso a los altivos invitados impresiona, la bella Lady Rowena, protegida de Cedric, con su cortejo de acompañantes, su donosura y recato que la hace aún más atractiva.
Ya avanzado el banquete, se deja oír el nombre de cierto Ivanhoe. El nombre suscita diversas reacciones entre los presentes.
El templario Brian de Bois-Guilbert reacciona con orgullo y recuerda su promesa de enfrentarse con él en algún combate singular. Lady Rowena escucha, pero más tarde, acabada la cena y recogidos los invitados en sus aposentos, hace llamar al misterioso peregrino, para que le dé noticias del tal caballero Ivanhoe, con el que se crió desde niños.
El peregrino no puede darle más que alguna noticia suelta, pues él tampoco conoce al tal Ivanhoe…
Se adivina, tras estas primeras escenas de la novela, a modo de presentación de los personajes y la trama en este banquete, las alusiones a Ivanhoe, la soberbia normanda, el amor de lady Rowena, la nostalgia de Cedric, que el tal peregrino anónimo hacia el que se dirigen todas las preguntas no puede ser otro que el propio caballero Ivanhoe, oculto y camuflado bajo la faz de un recogido peregrino.
Así Odiseo-Ulises, disfrazado totalmente por Atenea, con una apariencia miserable de mendigo, llega y retorna también, anónimo y desconocido, a su hogar, Ítaca. También estará en algún momento, objeto de burlas, en los diarios banquetes, como en el de Ivanhoe, con los que los ambiciosos Pretendientes desvalijaban continuamente su hacienda.
Ulises en la corte de Alcínoo, el feacio.
Recurriendo pues al mismo asunto recurso narrativo, W. Scott, autor novelesco, padre de la novela histórica, conocedor por lecturas y formación de la tradición clásica, recurre al mismo elemento literario. Se trata de la peripecia del regreso del guerrero anónimo a su patria. El autor escocés lo utiliza de forma creativa y original en esta su clásica novela Ivanhoe.
El personaje del peregrino, oculto, sombrío, sin nombre, embozado en su capa negra, es otra cara y máscara del héroe, como en su caso el mendigo en que han convertido a Ulises-Odiseo al llegar a sus posesiones de ïtaca, para que sus rivales no lo reconozcan, sus rivales los Pretendientes.
Solo su perro Argos, ya se sabe, lo reconocerá antes de tiempo, a punto está de delatarla ante todos, pero la impresión es tan fuerte que cae exánime antes de dar tiempo a sembrar la sospecha entre aquellos codiciosos rivales.
Ulises de mendigo, y Argos.
Esperaremos a leer un poco más la novela de W. Scott, para conocer las escenas y momentos de anagnórisis o reconocimiento que vendrán a continuación, cuando el Peregrino descubra en algún momento su verdadera personalidad.
NOTA: otras referencias al retorno del guerrero a casa camuflado: en el cine francés, El regreso de Martin Guerre, en el film americano Somersby.
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