Mostrando entradas con la etiqueta ZAPATO. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ZAPATO. Mostrar todas las entradas

domingo, 11 de diciembre de 2022

EL ESPÍA DELATADO POR SUS ZAPATOS: EL TOPO (1974), DE John Le Carre.

 EL ESPÍA DELATADO POR SUS ZAPATOS: EL TOPO (1974), DE John Le Carre.

        El clásico de la novelas de espías de los años setenta, y la obra que digamos, consagró a John Le Carré, fue la novela El Topo, traducción española del original Tinker, Tailor, Soldier, Spy , de 1974.

Forma parte de una trilogía, la trilogía de Karla, que culmina con la otra obra comentada, La gente de Smiley.

 



    La trama de la novela gira en torno a que en el servicio secreto británico, el llamado Circus, y en su más alta cúpula, opera un topo, un espía infiltrado y a las órdenes del gran antagonista soviético, el llamado Karla. En dicha cúpula la forman cuatro miembros, si excluimos al jefe depuesto y fallecido, Control, es decir, Percy Allelline, Bill Haydon, Roy Bland y Toby Esterhase. El depuesto también, el melancólico pero diligente Smiley, es llamado de su exilio para averiguar la identidad certera del tal infiltrado.

La novela se inspiró en los llamados Cinco de Cambridge, la red de topos ingleses infiltrados en los años cincuenta enn el mismísimo servicio secreto británico

Una de las operaciones en las que interviene dicho topo, transcurre en Checoslovaquia. Siguiendo unas informaciones falsas que ha pasado el dicho topo, se asegura que cierto militar ruso quiere pasarse al bando occidental y pasar información confidencial al Circus. Para ello, en medio de fuertes medidas de seguridad, se envía a un agente británico, Jim, a reunirse con el supuesto confidente soviético, a un lugar de encuentro en Checoslovaquia.

Todo esto resulta ser una trampa, a resultas de la cual supone la captura y caída de la red de espías occidentales en dicho país, el agente Jim Prideaux incluido.

El fragmento que sigue relata la llegada y primeros pasos del espía inglés Jim Prideaux una vez recala en Checoslovaquia, y dirige sus movimientos para encontrarse con el colaboracionista militar ruso. El agente no recela al principio, sabe que en esa zona no andan muy preparados para las acciones de seguimiento de otros agentes. Sin embargo, un detalle va a desvelarle de golpe la realidad, lo están siguiendo, su llegada es ya conocida con antelación y probablemente haya caído en una trampa preparada.

 “… Jim dijo que, en Checoslovaquia la vigilancia no era por lo general un problema. Los servicios de seguridad nada sabían acerca de la manera de vigilar al prójimo sin ser vistos, debido, probablemente, a que ninguna administración, por lo que se recordaba, había tenido que ocultar que vigilaba a alguien. … De todos modos, hasta que llegó a la Estación de Masaryk, o Central, como en la actualidad la llaman, Jim no tuvo problemas. Pero en la Estación de Masaryk vio algo… fue más una cuestión de intuición que de observación de la realidad— que le infundió sospechas. Se trataba de dos mujeres que habían adquirido billetes antes que él.


El propio Le Carré muy joven, en una pose que muy bien se identificaría con este fragmento.

Entonces, con la objetividad propia del profesional, Jim recordó cuanto le había ocurrido en el trayecto hasta allá. En unos pórticos con tiendas, junto a la plaza Wenceslas, fue rebasado por tres mujeres, una de ellas, la que iba en medio, empujaba un cochecito de niño, la que estaba más cerca del bordillo de la acera llevaba una bolsa de plástico rojo, y la que iba en la parte interior iba con un perro sujeto con cadena. Diez minutos después, dos mujeres, distintas, avanzaron hacia él, cogidas del brazo, las dos con mucha prisa, y a Jim se le ocurrió que si Toby Esterhase (su jefe) se hubiera encargado de vigilarle, hubiera empleado una combinación de este tipo: un rápido paso de perfiles, con un cochecito de niño, automóviles de apoyatura con onda corta, y un segundo equipo de reserva, para el caso de que el primer equipo se viera obligado a rebasarle. En la Estación de Masaryk, al ver a las dos mujeres ante él, en la cola para adquirir billetes, Jim se dio plena cuenta de que lo anteriormente previsto estaba ocurriendo en realidad. Hay una parte del equipo con que la gente va por la calle que el encargado de vigilar no tiene el menor deseo de cambiarse, y menos aún en un clima subártico, y se trata, ni más ni menos, de los zapatos. De los dos pares de zapatos ante su vista, en la cola para comprar billetes, Jim reconoció uno. Se trataba de unas cortas botas de plástico, forradas de piel, con cremallera, y suelas gruesas, de un material de color castaño que producía un gemido al pisar la nieve. Ya había visto aquellas botas, por la mañana, en el pasaje Sterba, y las llevaba aquella mujer que pasó junto a él, empujando el cochecito, aunque, en aquella ocasión vestía ropas diferentes. A partir de este instante, Jim ya no tuvo sospechas sino certidumbre, del mismo modo que también la hubiera tenido Smiley
(El topo, 1974)

          Este detalle, y otros del mismo tipo, al que alude el autor, el de los zapatos que los espías reniegan de cambiarse, curioso a mas no poder, se debe, como se sabe, a la experiencia vivida por el propio Le Carré en los años que trabajó para el Foreing Office.

Los zapatos, por lo tanto, sin aquí elemento identificativo, de reconocimiento, de la presencia de espías o personal enemigo tras la pista de otros agentes especiales.

El hecho de que sea más fácil, y de hecho es lo que hacen, cambiarse de ropa pero no de zapatos, hace que el entrenado agente especial reconozca, por el calzado que ya había visto horas antes, que sepa que su presencia ha sido detectada y que en esos momentos está siendo objeto de un claro seguimiento y su vida corre serio e inminente peligro.

Así pues, el calzado, en otro uso dentro de este mundo particular del espionaje, es también señal de identidad de un espía, aunque un espía no digamos descuidado, pero si expuesto, por ese nimio detalle, por esa peculiaridad del calzado frente a otras prendas de vestir, expuesto a ser detectado e identificado..

lunes, 25 de julio de 2022

p. sellers - la fiesta inolvidable - Zapato

EL GUATEQUE. ESCENA DEL ZAPATO.

El muy torpe Peter Sellers, Hrundi V. Bakshi, protagonista de la película El guateque (1968),  es invitado por equivocación a una fiesta, un guateque, de artistas, productores, y otras personalidades del mundo del cine, de la película que acaban de terminar.

Mal que a su pesar, pues este personaje, actor extra de películas, es un personaje despistado y con el don de la inoportunidad.

Por su culpa casi que no terminan la película, pues donde quiera que aparecía, hacía algún estropicio.


Como decíamos, es invitado por equivocación a la fiesta de los productores de la película.

Llega a la fiesta en un coche minúsculo, y aparca como puede.

Cuando le abren la puerta, es recibido por una sensual camarera.

Después de saludarlo, lo primero que hace ésta es mirarle a los pies.

En uno de ellos, de un blanco despampanante, luce una ostentosa mancha.

Sellers se sorprende, pues tampoco se la había visto hasta ahora.

Le pide la invitación, comprueba que está bien, a continuación.

 

Es claro que aquí tenemos una marca del héroe, esta vez cómico, a través de una marca en el pie, en el zapato y su anomalía deambulatoria.

Desde el comienzo va haciendo una exhibición de sus patosidades.

Cuando la camarera se marcha, Sellers vuelve a mirar al zapato. Intenta salir otra vez, pero no lo hace.

Entonces, caminando cómicamente sin pisar el suelo con la planta completa, se acerca a un canalito con agua que tiene la villa a la entrada.

Apurado para no ser visto, mete el zapato en el agua. En seguida empieza a perder el color negro de la suciedad que tenía.


Mientras mira para atrás por si acaso alguien le descubre, el zapato se le desliza rápidamente del pie y es llevado por la corriente hacia una boca que conduce el agua a la planta baja. Por allí se va el zapato blanco. Sellers corre rápidamente para recuperarlo, pero no llega a tiempo, y el zapato se escurre por un pequeño salto de agua hacia más abajo.

En eso levanta la vista, y ve a la demás gente ya en la fiesta, algunos mirándolo sorprendidos.


Se da cuenta, se levanta y, sin saber qué hacer, vuelve pasos atrás hacia donde había venido, la entrada. Pero entonces llega entrando por allí la pequeña orquesta, los músicos que va animar la velada, y es casi obligado por ellos a caminar es su sentido.

De esta forma tan patosa, digamos, es como entra este héroe cómico en la fiesta.

Es todo una antelación de los que va a pasar después.

Es una caracterización del personaje a través de sus pies, de su zapato.

En una de ellas, pierde uno de sus zapatos.

Un poco después, a todas estas a estado semicalzado todo el tiempo. Además, presenta una anomalía deambulatoria en versión de alta comicidad.

Intenta camuflar el zapato que le falta con un papel, pero no es suficiente, y todo es ridículo.

Cuando por fin lo ve, el zapato está trabado en unos mojones de adorno en la piscina de la mansión-villa donde hacen la fiesta.

Peter Sellers hace toda una exhibición de gags cómicos para volver a conseguirlo.

Este gag es uno de los muchísimos de la película.

Ni siquiera el más destacable.

Cuando está a punto de recobrarlo, doblando una rama de una planta, un camarero de improviso se acerca y le pregunta si quiere algo de beber. Suelta la planta y el zapato sale volando Dios sabe dónde.

Penetra como un bólido por la puerta de la cocina, que en ese momento se abría. Al poco, vemos a un estirado y muy digno camarero que sale ignorante de todo, con una bandeja de canapés.

Sobre los espléndidos canapés, luce el rutilante zapato blanco de Sellers.

El camarero pasea por la sala bandeja de canapé en mano y con el zapato encima.

Los invitados, desinteresados, rechazan el aperitivo sin darse cuenta del enorme zapato.

Un grupo, otro, todos ignorantes del cantoso zapato que se destaca exageradamente sobre los canapés.

Por último, como si fuera una versión de humor absurdo de la Cenicienta, el camarero que sigue circunspecto y estirado, llega hasta Sellers. Le ofrece de la bandeja. Sellers dice algo, con esa sonrisa bobalicona que tiene en toda la película.


Y entonces recoge el zapato.

El camarero sigue sin inmutarse.

Solamente cuando se da la vuelta para seguir con su ruta, muestra una expresión de sorpresa, como si algo inexplicable, que no sabe que fue, hubiera sucedido.

Como si fuera algo sin importancia, hace como se lo quita de la cabeza, y sigue la ronda bandeja en mano.

 

Poco después, un perrito, mascota de uno de los invitados, se le pega a los pies y empieza a mordérselos. Entonces con la risa nerviosa, dice una cosa absurda sobre los pies, como que en algunos pueblos los animales se comen a los humanos, excepto a los pies. Y lo dice con esa sonrisa y algo lela que tiene.