La prestigiosa escritora Mary Reanult (1905-1983) es conocida sobre todo por sus novelas históricas, ambientadas en la antigua de Grecia, especialmente. Los conocimientos que se suponen detrás de cada una de sus recreaciones demuestran o bien documentada y preparada para llevar a cabo obras de la época greco-romana.
Entre sus obras de narrativa histórica, destaca la trilogía dedicada
a la figura del gran Alejandro, escrita en la década de los
setenta. Los títulos de cada volumen son Fuego del paraíso, El
muchacho persa y Juegos funerarios.
Junto a estos tres volúmenes, publicó otro titulado Alejandro Magno, de
carácter documental, donde expone la base histórica y demuestra la labor investigadora
y crítica previa a su narración.
La conquista y expansión por Asia, y el relato de las batallas se
encuentran en el segundo título, El muchacho persa. La
novela es narrada en primera persona por este personaje persa, ya mayor,
Bagoas. Se convirtió en el compañero de Alejandro durante esos años, y ya
mayor, rememora las vicisitudes del rey desde su perspectiva.
Tiene un tono más humano y personal, al ser narrado en primera persona por este personaje.
Dejando el grueso de la novela a un lado, para referirnos a lo que ocurrió
en la decisiva batalla y el papel guerrero de Alejandro, el muchacho Bagoas nos
relata la batalla de Gaugamela de forma indirecta. No lo hace como testigo
presencial, sino lo que conoce de oídas. Unos soldados, pasados
unos días del enfrentamiento, y otros de la jerarquía militar, le cuentan los
episodios principales de aquel enfrentamiento.
En verdad que Renault
se muestra bastante sobria, parece no querer despegarse mucho de Arriano,
aunque la fuente de la que saca más partido, literariamente hablando, parece
ser la de Curcio. Precisamente por eso que le ha criticado al
mismo, en aquel volumen documental citado antes, por los afanes literarios y
retóricos del autor latino.
La batalla no se
cuenta, como decimos, en directo, de forma lineal a la historia. La
autora recurre al recurso de la tragedia, la rhesis de
un mensajero, para contarnos lo que pasó.
Pero antes de relatarnos el m bélico, la autora nos evita la incertidumbre
y nos cuenta con antelación el desenlace final del encontronazo, en el capítulo
anterior.
La escena es así. Bagoas está a distancia de donde se desarrolla la
batalla, en el campamento persa, junto a las mujeres y los carros de los
pertrechos, al margen de la batalla, y en espera del desenlace.
Pasado un tiempo empiezan a llegar noticias y rumores. Darío se acerca.
Alguien pregunta si venció, otro le responde que vuelve derrotado, otra vez
derrotado, recordando Issos.
Entre estos rumoreos
y suposiciones, llega y aparece por fin el rey Darío. Fatigado y desolado, recoge
todos los pertrechos que puede, reagrupa a su ejército, todavía muy numeroso, y
emprende la retirada hacia Ecbatana. Con ellos va este narrador
persa.
—Todo está perdido…
El rey regresa.
Yo me abrí camino
entre la gente y le pregunté gritando:
—¿Cuándo? Uno que ya
había tomado un sorbo de agua repuso:
—Ahora.
Esta llegada del rey persa derrotado, un inciso, nos recuerda a la llegada
de Jerjes después de Salamina en Los Persas de
Esquilo. Es solamente esta estampa, porque no hay más desarrollo en la novela,
al contrario que en la tragedia.
En el siguiente capítulo es cuando nos relata la batalla,
reconstruida a partir de lo que le oye a los soldados y líderes del ejercito
persa, con posterioridad a los hechos.
Renault renuncia, es una pena, a contárnosla en detalle, como así
hace Manfredi o el propio Stone en su film. Como dice el
narrador persa, nos va a hacer un resumen, pues aunque se sabe de
memoria lo que ocurrió entonces, no tiene fuerzas para relatarla completa el
desdichado suceso.
A través de ellos me
fue posible reconstruir la batalla bastante bien. Más tarde pude escuchar la
descripción de la misma por parte de hombres expertos: táctica por táctica,
orden por orden, golpe por golpe. Me la sé de memoria pero no
tengo valor para referirla de nuevo. Resumiendo, nuestros hombres
iniciaron la batalla agotados por haber permanecido en vela toda la noche dado
que el rey esperaba un ataque por sorpresa…
A continuación, y de forma muy breve y suscita, nos relata el momento
decisivo de la batalla, el ataque de los hetairoi sobre el
hueco en el centro persa.
No nos cuenta la autora nada más, y, en comparación con otros autores, como
Manfredi, el relato de Renault sabe a muy poco.
Renuncia incluso, no dice nada, del ataque de los carros falcados,
tan espectaculares y de patéticos efectos, y con tantas posibilidades
narrativas. Renuncia a este episodio, por tanto, con la gran carga de patetismo
que lleva, cuando Pseudo Calístenes lo escoge precisamente por esto, los films
le sacan partido, Manfredi también, etc.
La autora, por lo tanto, escoge el momento decoisvo de la batalla para
hablarnos de toda ella.
Puesto que Darío
encabezaba el centro y Alejandro la derecha, se esperaba que éste se dirigiera
hacia el centro al atacar. Pero, en su lugar, dio un rodeo para flanquear nuestra izquierda.
El rey envió tropas para impedirlo, pero Alejandro fue atrayendo
progresivamente a nuestros hombres hacia la izquierda provocando así el adelgazamiento de
nuestro centro. Después formó el escuadrón real, se puso a
la cabeza del mismo, inició un ensordecedor grito de
guerra y se lanzó como un trueno en dirección al rey.
En estas líneas coincide en el momento y la estrategia decisiva de
la batalla, con los otros autores y las fuentes conservadas, Arriano y Plutarco.
Arriano sobre todo destaca, de forma casi parca en otros detalles, el hecho
estratégico del ataque al centro.
Parece una écfrasis del mosaico incluso, tan sintético que es la
descripción de a batalla.
En verdad, no parece querer extenderse en ella, no le merece, tal vez,
mayor interés, a pesar de que fue, como se dice, la batalla decisiva entonces y
cuyos efectos se mantuvieron durante varios siglos.
Siguiendo con lo que nos cuenta el texto, introduce un dato bélico del que
no hablan estas dos fuentes anteriores.
Darío había huido muy
temprano pero no fue el primero. Su auriga había sido alcanzado por un
venablo y, al caer, fue confundido con el rey. De ahí
arrancó la primera huida.
Como decíamos antes, Renault parece haber escogido a Curcio como su fuente
predilecta para narrar la batalla, a pesar o por ello mismo, de lo
literario que le resulta. Pues, aventurándonos en esto, eso parece ser este
dato del venablo. La versión que nos muestra, la de la anónima lanzada que
alcanza al auriga, y la falsa muerte del Gran Rey, sigue por tanto al texto del
autor latino
Al igual que Curcio, y a diferencia de los dos citados, por tanto, señala
que un venablo, una lanza, pero no arrojada por Alejandro, como
luego nos lo cuenta Diodoro, un xystón, pasa junto a Darío y
arrambla con el auriga del Gran Rey.
Se siembra la confusión, hay rumores de que el propio rey ha
caído, y él mismo Darío no duda en ese momento y, a diferencia del escrito de
autor latino cuando lo rehabilita, el propio rey emprende de inmediato la huida.
Curcio en estos momentos introduce en su relato unos instantes de indecisión
honrosa y meritoria en el rey Darío. Parece querer rehabilitarlo frente
a la imagen tradicionalmente cobarde que se había transmitido.
Renault deja de lado este momento de dignidad que hay en Curcio, pero como contrapartida y
en paralelo a éste, Renault nos introduce los pensamientos y deseos heroicos del
joven persa. Éste admira a su rey. Y hubiera esperado de él una reacción más
valerosa y corajuda, que incluso hubiese podido mantener en suspenso el
desenlace de la batalla.
Tal vez hubiera
podido afrontar un combate individual como aquel ya tan lejano de Kadusia. ¡Si
hubiera tomado las riendas del carro y hubiera lanzado un grito de guerra
adentrándose entre los enemigos! Hubiera sido rápido y su nombre hubiera
perdurado con honor. Cuán a menudo debió desearlo así antes del final.
Eso que tanto deseaba el persa, por tanto, no llega a suceder. El destino
estaba escrito, parece ser.
Pero, presa del
pánico como una hoja en la tormenta, al ver a Alejandro acercarse a él montado
en su caballo negro, hizo dar la vuelta al carro y provocó la derrota. Y la
llanura de Gaugamela se convirtió en un matadero.
La autora nos devuelve, pues, a la imagen ya tópica y
forjada por la tradición, presente ya en el mosaico de
Pompeya, desde la antigüedad, la de un Darío acobardado y en huida, frente a un
envalentonado y corajudo Alejandro.
La imagen, la estampa que fija la huida del Gran Rey, tal como citan las
fuentes, tanto los textos como el mosaico o los films, es la ya conocida: Darío
tira de las riendas y hace girar en fuga el carro real.
POR TANTO, Y RESUMIENDO, Mary Renault nos da una descripción de Gaugamela muy breve y suscita,
algo quizás inesperado. Evita cualquier detalle, por narrativo que fuera, por
ejemplo, el de los carros falcados, para describirnos el enfrentamiento. Se
centra solamente, en una instantánea, en el momento decisivo, el golpe de
estrategia de Alejandro, la lanzada y la huida del rey.
Cierto es que este momento resume, se pudiera decir, toda la
batalla. Es el ataque sorpresivo de la Caballería, Alejandro al frente, contra
el carro real persa de Darío.
En esto coincide con las sobrias y sintéticas descripciones
de Arriano, pero también es verdad que le falta algo novelesco y
dramático al relato, al fin y al cabo, es una novela.
Parece recurrir entonces y para ello al dato del literario Curcio, el de la
lanzada contra Darío, que alcanza al auriga, y la falsa muerte de Darío.
Y con estos dos datos literario-novelescos da algo de emoción a la descripción.
Pero, ya decimos, no dedica más tiempo al acontecimiento. Con la huida de
Darío, concluye en breve el relato de la monumental batalla. En verdad que se
podría haber esperado mayor detalle, algo de emotividad, recrearse en algún
aspecto, los carros falcados, sin ir más lejos. Pero no encontramos nada de
esto.
Pero el joven persa, a pesar de que dice conocer todos los detalles, no nos
cuenta nada más. Dice que es un resumen, pero es que no alcanza ni
a eso. Es sólo una fotografía, una instantánea. Es como la descripción del
mosaico de Issos. Parece que le duela recordar tantos sucesos funestos, y la
perspectiva del narrador se impone sobre cualquier otra consideración.
Si contrastamos esta versión con la novela de Manfredi o el film de Stone,
sobre todo, podemos pensar en cómo han cambiado los gustos y recreaciones de estos
episodios bélicos y batallas, sobre todo, en cada época, por parte de los
escritores y el público lector.
Aunque, como decimos, parece no tener mucho interés en recrear la batalla
la autora, no tampoco el interés por estos episodios bélicos, no como ahora. Por
ejemplo, en las novelas de Posteguillo, uno de los atractivos son
precisamente la descripción detallada y anecdótica de estas escenas guerreras.
Han cobrado, pues, un renovado e inusitado interés para el público en la
actualidad, a diferencia del de hace unas décadas.
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