Este lunes, una amiga me
whattaspeó, pusieron en la sección de Clásicos de la 1, una vez más, la
película de Alfred Hitchcok Psicosis, Psycho en su título original.
De nuevo el
blanco y negro, pero no uno más, sino un tono que a medida que avanza la
película parece más contrastado, casi como una radiografía, donde salen a luz
la osamenta y los lugares en paralelo a la sociedad cotidiana.
Ese blanco
y negro, además, que se a volviendo lúgubre y sombrío, a medida que se adentra en la trama criminal
del film.
Como
siempre, cuando uno ha visto ya alguna película y se pone a ello de nuevo,
intenta fijarse en otras cosas. El comienzo del film, una especie de prólogo,
diríamos, casi siempre pasa desapercibido, pero ahora, por ejemplo, le puede
prestar uno mas atención.
Que
nos venga a la cabeza ahora, de pronto, es la enorme testa del policía de
carretera, el que detienen a la Janet Leigh que huye. El director lo enfoca de
una forma que lo hace omnipresente, como luego se verá en su seguimiento, quizás
para representar a su vez el estado emocional, la sensación de culpa en la que
se encuentra la oficinista ladrona Leigh.
De
la música, mejor no decir nada, porque, claro, lo es todo.
Como
suele ocurrir, los cambios de estado o situación en las peripecias
suelen venir acompañados de algún efecto llamativo. En Psicosis,
el paso del mundo real, entre comillas, el de la oficinista Leigh, sus amores
furtivos, sus deseos inalcanzables, el paso de este mundo algo monótono,
mundano, previsible, digamos, al otro, al extraordinario, fantástico, a ese
mundo paralelo pero marginal, se produce a raíz de una casi tempestad,
una lluvia fuerte, intensa e incesante.
Es de noche, Jante Leigh lleva horas conduciendo.
Su agitación interior está llegando a un
límite, Se encuentra arrepentida de lo que ha hecho, y solo piensa en regresar
y arreglarlo todo.
La
vista se le cansa, las luces de los otros coches con los que se cruza le dañan
ya a sus propios ojos.
Y
así, en medio de ese cansancio, con el ruido monocorde del parabrisas , que
bate sin parar la luna del coche, atisba a duras penas en medio de toda aquella
soledad y obscuridad, las luces que anuncia un lugar donde parar y reponer
fuerzas. El Motel Bates.
Unas luces encendidas anunciando un motel
se vislumbra
apenas entre la fuerte lluvia.
Justo lo que ella ansiaba con tanta necesidad
El alargado motel se muestra misterioso y solitario bajo
la intensa lluvia
A
partir de aquí, digamos, se entra en el territorio, que ya lo estamos, pero
doblemente, se entra en el territorio de lo fantástico y extraordinario, una
especie de irrealidad, aunque con toda la apariencia de seguir siendo la real
vida isma.
Ese
aparente lugar real, ese espacio mítico bien que trastornado, lo conforma un
motel con las habitaciones a continuación unas junto a otras, en una
construcción alargada, acompañada de una pasillo. Al inicio, la recepción,
hacia donde se dirige según consigue llegar, está desierta.
Allí
no hay nadie. Sigue la intensa lluvia, y Leigh no tiene otro remedio que tocar
el claxon ruidoso de su coche para avisar a quienquiera que lleve aquello.
Entonces
es cuando alza la vista y es cuando vislumbra el solitario y lúgubre caserón
donde se ven algunas luces. Se oye a continuación a alguien descendiendo por
una escalera inadvertida dirigirse a la recepción y dar con ella.
Bien,
ya tenemos ubicado y descrito ese lugar, o no lugar. Como da a entender Bates, situando
el lugar otro en la ficción dentro del mismo film, hasta no hace mucho el motel
funcionaba con normalidad, pero fue construir una variante de la carretera,
desviarse el tráfico y quedar aquel lugar sumido en el olvido y la casi
inexistencia.
Digamos
que el libro de registro es el acta por el cual Marion sin saberlo entra a
formar parte de la otra realidad, el otro mundo que se vive en el motel.
“Ya
decía yo que me había extraviado”, dice Marion, y constata el no lugar
cuando se registra. Además, por otros motivos, cambia su nombre al firmar, con
lo que culmina ese traspaso al otro nuevo mundo en el que se encuentra ahora.
En el pequeño diálogo que mantienen Leigh_Marion y
Perkins, queda patente el lugar de ficción en el que a partir de entonces se
encuentra el film.
- Vaya noche, saluda un
jovial Bates.
- ¿Hay habitaciones?, pregunta preocupada Marion.
- Tenemos doce
habitaciones, contesta tristementerisueño, y las doce vacías. Es que desviaron
la carretera …
- Ya decía yo que me
había extraviado, exclama Marion.
- Eso pensé cuando la vi,
porque ya no vienen más lo que se equivocan – comenta Perkins-. En fin, ¿para qué lamentarse?
Si,
aquí solo vienen los que se han perdido, viene a decirle un resignado Bates a la confiada
Leigh.
Recapitulando,
y como decíamos, el paso de un lugar, entre comillas, real, cotidiano, mundano,
previsible, a otro que es territorio irreal, marginal, perdido de la sociedad,
se produce a través de la tormenta nocturna. Leigh, en ese trance
nocturno de la tormenta, inadvertidamente, entra en los dominios de la
fatalidad.
Bueno,
como siempre, son generalizaciones. Luego, a medida que avance el film,
digamos, ese no lugar, que ha vivido durante tiempo en paralelo al mundo real,
se irá de nuevo reubicando en las coordenadas espacio-temporales actuales, pero
con las consecuencias nefastas ya conocidas, cuando concluye el doctor al final
del film.