domingo, 19 de marzo de 2023

TEMPESTADES INCONVENIENTES: M. SE EXTRAVÍA EN LA CARRETERA

 Este lunes, una amiga me whattaspeó, pusieron en la sección de Clásicos de la 1, una vez más, la película de Alfred Hitchcok Psicosis, Psycho en su título original.

            De nuevo el blanco y negro, pero no uno más, sino un tono que a medida que avanza la película parece más contrastado, casi como una radiografía, donde salen a luz la osamenta y los lugares en paralelo a la sociedad cotidiana.

            Ese blanco y negro, además, que se a volviendo lúgubre y sombrío,  a medida que se adentra en la trama criminal del film.

            Como siempre, cuando uno ha visto ya alguna película y se pone a ello de nuevo, intenta fijarse en otras cosas. El comienzo del film, una especie de prólogo, diríamos, casi siempre pasa desapercibido, pero ahora, por ejemplo, le puede prestar uno mas atención.

            Que nos venga a la cabeza ahora, de pronto, es la enorme testa del policía de carretera, el que detienen a la Janet Leigh que huye. El director lo enfoca de una forma que lo hace omnipresente, como luego se verá en su seguimiento, quizás para representar a su vez el estado emocional, la sensación de culpa en la que se encuentra la oficinista ladrona Leigh.

      De la música, mejor no decir nada, porque, claro, lo es todo.

     Como suele ocurrir, los cambios de estado o situación en las peripecias suelen venir acompañados de algún efecto llamativo. En Psicosis, el paso del mundo real, entre comillas, el de la oficinista Leigh, sus amores furtivos, sus deseos inalcanzables, el paso de este mundo algo monótono, mundano, previsible, digamos, al otro, al extraordinario, fantástico, a ese mundo paralelo pero marginal, se produce a raíz de una casi tempestad, una lluvia fuerte, intensa e incesante. 
    Es de noche, Jante Leigh lleva horas conduciendo. Su agitación interior está llegando a un límite, Se encuentra arrepentida de lo que ha hecho, y solo piensa en regresar y arreglarlo todo.

            La vista se le cansa, las luces de los otros coches con los que se cruza le dañan ya a sus propios ojos.




            Y así, en medio de ese cansancio, con el ruido monocorde del parabrisas , que bate sin parar la luna del coche, atisba a duras penas en medio de toda aquella soledad y obscuridad, las luces que anuncia un lugar donde parar y reponer fuerzas. El Motel Bates.

                                            
   Unas luces encendidas anunciando un motel 
se vislumbra apenas entre la fuerte lluvia.

Justo lo que ella ansiaba con tanta necesidad

 
El alargado motel se muestra misterioso y solitario bajo la intensa lluvia

             A partir de aquí, digamos, se entra en el territorio, que ya lo estamos, pero doblemente, se entra en el territorio de lo fantástico y extraordinario, una especie de irrealidad, aunque con toda la apariencia de seguir siendo la real vida isma.

            Ese aparente lugar real, ese espacio mítico bien que trastornado, lo conforma un motel con las habitaciones a continuación unas junto a otras, en una construcción alargada, acompañada de una pasillo. Al inicio, la recepción, hacia donde se dirige según consigue llegar, está desierta.

            Allí no hay nadie. Sigue la intensa lluvia, y Leigh no tiene otro remedio que tocar el claxon ruidoso de su coche para avisar a quienquiera que lleve aquello.

            Entonces es cuando alza la vista y es cuando vislumbra el solitario y lúgubre caserón donde se ven algunas luces. Se oye a continuación a alguien descendiendo por una escalera inadvertida dirigirse a la recepción y dar con ella.

             Bien, ya tenemos ubicado y descrito ese lugar, o no lugar. Como da a entender Bates, situando el lugar otro en la ficción dentro del mismo film, hasta no hace mucho el motel funcionaba con normalidad, pero fue construir una variante de la carretera, desviarse el tráfico y quedar aquel lugar sumido en el olvido y la casi inexistencia.

            Digamos que el libro de registro es el acta por el cual Marion sin saberlo entra a formar parte de la otra realidad, el otro mundo que se vive en el motel.

            Ya decía yo que me había extraviado”, dice Marion, y constata el no lugar cuando se registra. Además, por otros motivos, cambia su nombre al firmar, con lo que culmina ese traspaso al otro nuevo mundo en el que se encuentra ahora.

   En el pequeño diálogo que mantienen Leigh_Marion y Perkins, queda patente el lugar de ficción en el que a partir de entonces se encuentra el film.
            - Vaya noche, saluda un jovial Bates.
            - ¿Hay habitaciones?, pregunta preocupada Marion.
         - Tenemos doce habitaciones, contesta tristementerisueño, y las doce vacías. Es que desviaron la carretera …
           - Ya decía yo que me había extraviado, exclama Marion.
          - Eso pensé cuando la vi, porque ya no vienen más lo que se equivocan – comenta Perkins-. En fin, ¿para qué lamentarse?

             Si, aquí solo vienen los que se han perdido, viene a decirle un resignado Bates a la confiada Leigh.

            Recapitulando, y como decíamos, el paso de un lugar, entre comillas, real, cotidiano, mundano, previsible, a otro que es territorio irreal, marginal, perdido de la sociedad, se produce a través de la tormenta nocturna. Leigh, en ese trance nocturno de la tormenta, inadvertidamente, entra en los dominios de la fatalidad.

            Bueno, como siempre, son generalizaciones. Luego, a medida que avance el film, digamos, ese no lugar, que ha vivido durante tiempo en paralelo al mundo real, se irá de nuevo reubicando en las coordenadas espacio-temporales actuales, pero con las consecuencias nefastas ya conocidas, cuando concluye el doctor al final del film.

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