Ayer o antes de ayer repusieron, no sé si es el verbo adecuado cuando se trata de algo que va ya de suyo, inseparablemente adosado, al aparato emisor, repusieron, decimos, Los Siete Magníficos, épica película donde las haya, con una briosa y excelente banda sonora, que en aquellas tardes de domingo del último franquismo y la Transición, causaba furor y apasionamiento entre los pequeños retoños que íbamos a las salas oscuras del cine a pasar dos horas de emoción y acción en otro mundo alojado en algún lugar de nuestro infinito cerebro.
Ahora, pasados milenios de aquello, uno la sigue viendo, normalmente en pequeñas dosis o escenas, y así revive algo de aquellas épocas, doradas o no, de la ultima infancia y la preadolescencia que ya no volverán.

El camposanto se encuentra relativamente cerca del centro del pueblo, en lo alto del pueblo, como para que los difuntos puedan gozar de una vista panorámica del mismo tras su deceso.
La subida hacia el tal camposanto no es fácil y se halla si no repleta, si peligrosa y arriesgada. Además de los que están apostados en la entrada de solitario cementerio, a lo largo de la polvorienta calle, escondidos tras las ventanas, se encuentran agazapados otros del pueblo también dispuestos a impedir el entierro ritual.
Como héroes que son, Cris-Mitchum y McQueen, rostros curtidos, mirada templada del calvo, algo más desenvuelto el otro, van remontando ceremoniosamente la cuesta, mirando a diestro y siniestro en busca de posibles peligros.
- Allí, a la izquierda, en la ventana.
Se oye un disparo tras una rotura de cristales, y McQueen, rápido y certero, responde disparando con su rifle contra la ventana asesina. Se oye entonces un grito de dolor y rabia. De esta manera siguen remontando aquella si es que se puede llamar calle, como si estuvieran descendiendo hacia el mundo de Hades, y por fin llegan justo a la entrada del cementerio.
Allí hay apostados cinco o seis del pueblo, se nota que no son profesionales de estas lides, no son pistoleros, guerreros, solo paisanos indignados. Serían como un can Cerbero de varias cabezas, que impiden al muerto entrar en el mundo de los muertos porque no tiene su óbolo, no ha tenido una conducta aprobada en la sociedad.
Cris-Mitchum desenfunda rápido y de dos tiros desarma a dos de los cancerberos, que le miran desolados y resignados.
En eso se oye al novel pupilo, el aprendiz de héroe, otro personaje típico y tópico, que lanza un fantástico e irreprimible grito de júbilo, admirado de la tal proeza.
La situación por fin termina, y el rechazado difunto por fin puede entrar en el valle de las sombras como un mortal más.
Se marchan los de la ciudad en la diligencia, que ya arranca con prisas, y Cris-Mitchum y MacQueen se despiden, pero antes, hasta ahora no lo habían hecho, se presentan.
Se presentan como dos auténticos personajes errantes y marginales, aunque dotados de su particular dignidad, en busca de un lugar y una ocupación donde ofrecer sus servicios.
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