viernes, 29 de marzo de 2013

El guardián de los Arcanos, el candelabrum iudaeorum y lel thriller arqueológico

Sussman, Paul, El guardián de los Arcanos (el título en español ya vemos que no le hace mucha justicia al original, The Last Secret of the Temple), 2005, reedición con nueva portada en enero de 2013.
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          ¿Cuántos cigarrillos Cleopatra se fumó el inspector Yusuf Jalifa en esta novela? ¿Y cuántas petacas de vodka se tragó el hosco detective israelí Arieh Ben Roi? Podríamos hacer un cálculo aproximado, pero no exageraríamos si cada vez que salen estos personajes en la obra, que es continuamente, Jalifa apaga y enciende uno tras otro los famosos cigarrillos y Ben Roi se atiza cuantos lingotazos le pide su desolado corazón en la parte que le toca.

Jalifa frente a Roi, además de rivalizar en cigarrillos y vodka, tienen otra rivalidad a lo largo de la novela. Aunque uno de los aciertos del autor, Paul Sussman, es la figura de este concienzudo inspector egipcio, de la policía de Luxor, sin embargo, se podría decir que le gana la partida en esta novela el roto, bronco y deshauciado detective Ben Roi. A Jalifa se le conoció en la primera novela del autor, la que lo catapultó a la fama, El enigma Cambises.

En relación a ella y hablando de las técnicas que se dan en este tipo de novelas, Cambises utiliza el siguiente recurso para introducirnos en la intriga: la narración tiene un primer capítulo a modo de prólogo con la particularidad de que es una noticia ambientada y recreada de la antigüedad clásica; en El guardián de los Arcanos ocurre lo mismo. En Cambises, la anécdota prólogo es el testimonio de uno de los soldados, griego mercenario para más señas, que viaja en la expedición persa de Cambises rumbo al desierto, expedición que desaparece en el desierto del norte de Egipto y de la cual no se ha tenido más noticia hasta la fecha. La anécdota es cierta y la recoge nada menos que Herodoto en sus Historias. Para los arqueólogos y aficionados, tanto como lo era Sussman, el hallazgo de semejante ejército perdido supondría un descubrimiento fantástico para el mundo de las antigüedades. En Cambises, la historia se complicaba con el negocio fraudulento de las antigüedades, utilizado, en este caso, por un grupo islamista radical, antigüedades con las cuales pretende financiar sus actividades terroristas.
Allí aparece por primera vez, como decíamos, la figura del jefe de policía de Luxor Yusuf Ezz el-Din Jalifa. Como otros tantos policías de las novelas de este género, su personaje se debate entre las tensiones e intereses burocráticos de su departamento y sus colegas del cuerpo por un lado; por otro, tiene una entrañable vida familiar, nos presenta a su hermosa esposa, a sus queridos hijos, al resto de su compleja familia. Además de esto, sabemos de su gran pasión por la historia antigua de Egipto, que cursó estudios de Historia que hubo de abandonar, pero que no le ha impedido ser un conocedor maravillado de los tesoros de su antiguo país. Y más cosas que se irán desvelando a lo largo de la novela.
Sin embargo, en El Guardián, esta rica figura domina, sí, la primera parte de la novela, aunque no con el equilibrio que había en Cambises. La familia de Jalifa apenas aparece, y cuando lo hace, aunque bien, con ese tono entrañable, parece que el autor ha tenido que introducirla porque no podía dejar de pronto a este personaje sin ese ambiente familiar y lugareño que le componía y redondeaba su figura. Aquí está tan enfrascado en la investigación que apenas se acuerda de la familia, y cuando lo hace, es como un tic de la anterior novela. Es por eso que está todo el día encendiendo y apagando Cleopatras.

La novela es más compleja que Cambises, porque la acción está dividida en dos: por un lado, la investigación que lleva Jalifa en Egipto; por otro, la que surge de la actividad de un nuevo e importante personaje, Laila al-Madina. Es una periodista con una personalidad compleja, palestina, arrojada, valiente, decidida, que aun tratando de ser racional y equilibrada, lucha a favor de los humillados palestinos. Se verá envuelta en el mismo caso de Jalifa medida que los acontecimientos se van sucediendo.
Pero, de forma llamativa, el verdadero descubrimiento de esta novela, creemos, aparece con el detective israelí Arieh Ben Roi. Su comportamiento hosco, patibulario, su estado de embriaguez constante, su amargura absoluta por culpa de un atentado terrorista en el que murió su prometida, hacen de él un ser crudo, violento en las formas, grosero, desconfiado, vengativo y permanentemente airado. La relación que entabla en los primeros momentos con Jalifa, relación telefónica en la que el egipcio le pide colaboración y el israelí no sabe cómo quitárselo de encima, es muy reveladora de este personaje. Y de Jalifa, también. Pues entre ellos se establece, además de los desaires del israelí, la desconfianza cultural y la enemistad entre un árabe y un judío. Esta contraposición está muy bien descrita en la novela.
En esta novela de Sussman, al ser más compleja que la de Cambises, tener tres hilos conductores que poco a poco van convergiendo en la misma historia, era inevitable que su Jalifa quedase desdibujado en relación al Jalifa de Cambises. Y es Ben Roi, según parece, quien con su violenta conducta, su dolor, su ira lanzada contra los árabes, quien toma mayor protagonismo que el detective egipcio.

La novela es más compleja, el escenario habitual de Jalifa, Egipto, Luxor, Karnak, El Cairo, el desierto, deja paso aquí a una intriga de carácter más internacional, al menos de ámbito europeo. Israel, Jerusalén, Languedoc, los Alpes Bávaros, Cambridge, y algunos lugares más, son los ámbitos por los que se desenvuelve esta obra. Ya lo dice el inspector en un momento en que tiene que tomar el avión para Europa, es la primera vez que sale de Egipto.
Image: A ruined castle. Apologies if link has expired.
Por lo demás, la temática de fondo y que se adivina al poco de empezar la novela tiene que ver con el mundo de los nazis y la locura antisemita, si bien de fondo general y concentrada en un caso particular. Se insertaría, además, en el capítulo que podríamos titular de los nazis y la arqueología clásica.















 
Oímos hablar de este tema por primera vez en la película de Spielberg En busca del Arca Perdida. Y la novela, en algunos momentos, tiene un cierto aire a la película. Ambas, en realidad, pertenecen a este aspecto curioso del Tercer Reich y su interés por la arqueología, las luchas y esfuerzos por descubrir y encontrar símbolos y tesoros perdidos de la antigüedad. Ya sea el Arca de la Alianza, como en la película, ya, como aquí en El Guardián, la Menorah, el lujnos megas, candelabrum iudaeorum, el lujnos iudieoun, el gran candelabro judío que el general romano Tito se llevó de Jerusalén, junto con otros muchos tesoros, una vez destruida la ciudad y el Templo. Es célebre por estar representado en el arco triunfal de Tito en Roma, y con cuyos tesoros se financió gran parte del anfiteatro Flavio, el Coliseo.

“En busca del candelabro perdido” se podría subtitular la novela. Así comienza el prólogo, como ya vimos que comenzaba Cambises con un episodio recreado del fin de aquella expedición persa por el desierto de Egipto. Aquí el prólogo relata los últimos momentos de la defensa de Jerusalén, en el último reducto y con toda la resistencia judía vencida. Solo les queda una victoria que retener en medio de la debacle, salvar la Menorah sagrada de los judíos, principal símbolo de este pueblo, por la luz que propaga, tanto física como espiritualmente. Evidentemente, es una recreación ficticia, si no, que haría el sagrado candelabro en el arco de Tito.

A partir de este primer episodio-prólogo, se nos devuelve a la actualidad y empieza la novela propiamente dicha. A través de complejas y enredadas investigaciones, en medio del bélico ambiente del Medio Oriente, y con una vuelta al pasado nazi y su interés por la arqueología clásica, la novela avanza a lo largo de casi seiscientas páginas describiendo el tenso ambiente de Israel y Palestina, grupos terroristas extremos que atizan la situación de un lado a otro, pequeños y modestos intentos de llevar la paz a esos territorios por parte de otros; y, junto a eso, el episodio de la arqueología nazi, su búsqueda desaforada y obsesiva de símbolos del pasado antiguo, el antisemitismo todavía vigente en aquellos supervivientes y que tienen su clave en la novela. 

Por la novela aparecen y desaparecen multitud de personajes singulares. Además de los tres protagonistas, el inspector Jalifa, la periodista Laila al-Madina y el detective Ben Roi, ya de por sí complejos, tienen su presencia un extremista judío con la piel quemada, un líder palestino joven y un israelí con nuevas propuestas de paz, un inocente acusado de asesinato, arqueólogos nazis, judíos sobrevivientes de los campos de concentración, profesores de literatura medieval, expertos en antigüedades y textos medievales, comunidades marginales de palestinos, el inevitable mundo de las tumbas y tesoros de los faraones, paleógrafos y criptólogos de latín medieval y todo el mundo relacionado con ellos.

Y, en lo que nos toca, hasta las islas Canarias son mencionadas de pasada en una lista apresurada de las investigaciones arqueológicas de los nazis, hasta este punto se ve que el autor se ha documentado bien hasta para dedicarnos un detalle. También se citan los temas, un poco repetidos, del santo Grial, los cátaros, la Atlántida, afortunadamente solo de mención, en el hecho de resaltar hasta dónde habían llegado los nazis en sus especulaciones.

Es una novela interesante y entretenida, hay algunos detalles que la relacionan un poco con la película El Arca Perdida, en el sentido de dar un valor a los símbolos más allá de lo humanamente sensible, que lo tienen, desde luego. Y con todos estos elementos de ficción siempre documentada se va tejiendo el hilo de la narración sobre el contexto de conflictos políticos antiguos, recientes y hoy todavía actuales en el que se enmarca la novela.

PD: acaba de salir la última novela de este autor, El laberinto de Osiris, en estas mismas fechas.

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