Parece ser que la estrategia de los guanches tenía su lógica y posibilidades de hacerse con la victoria. pero una serie de incidentes, los mensajes por silbos y ahumadas que se pudieron delatar por parte de los canarios aborígenes que vinieron junto a los castellanos, y otra serie d e desgracias y funestas casualidades, imponderables del azar, para el bando guanche truncaron lo que pudo haber sido esa victoria.
Una historia trágica, al final, la que enfrentaba a unos indómitos pero desvalidos en armas guanches, sus armas eran el rústico banot para atacar, las piedras principalmente, y como defensa su habitual tamarco o pies de cabra que utilizaban de vestido habitual.
Frente a ellos, un ejército de caballería, arcos, lo que más temían, ballestas y arcabuces poco eficaces.
Y, para colmo, como concluye B. Bonnet, unos aliados aborígenes, venidos no se sabe con qué promesas, y que según el mismo historiador, fueron decisivos.
Pero, a lo que íbamos, tras esta breve pero clara exposición de un lugar, La Laguna (que no Aguere, las fuentes siempre hablan de la batalla de La Laguna), en el que ha vivido toda la vida tantas gentes y generaciones, resultaba que destacaban, aún y ahora con más fuerza, estos lugares, hoy modestos si no es que desapercibidos ya.
El uno en San Roque, una ermita sin nada aparente que la destaque; el otro, la ermita de San Cristóbal, casi engullida por los bloques de edificios que la comprimen, y donde se supone, suposición falsa según el profesor, descansan los restos del Guanarteme; la Cruz de Piedra, en un lugar que no era el originario, y que se erigió en el lugar que fuese por un motivo decisivo, quizá el lugar de la derrota definitiva.
Con estos cuatro lugares, de repente me ví saliendo de la ciudad en el coche, por la irremediable Vía de Ronda, abstrayéndome de todo aquella marabunta de edificaciones y construcciones que se habían apoderado del aquel solar.
Como señalaba el profesor, iba ubicando de nuevo, como si fueran los puntos definitivos de la posterior ciudad que allí se levantaría, iba localizando la ermita de San Roque, la de San Cristóbal, la Cruz de Piedra, y además, iba imaginándome que hasta no hace mucho, por ahí andaban corriendo y peleando unos y otros, en unos parajes de bosques y malezas, no de cemento y alquitrán como ahora, infelices guanches y mercenarios conquistadores con toda su parafernalia militar imponiendo su violeta lógica a los rústicos y desgraciados lugareños.
Si, iban corriendo y guerreando y sufriendo por sus vidas en aquella encerrona en que se convirtió aquel solar.
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