VESPASIANO FRENTE A LA VESPA.
A este
monumental e imperecedero testigo de la historia, el Coliseo o Anfiteatro
Flavio, es al que se le dedica algo de tiempo la película, que son en verdad unos
discretos y breves segundos.
Evidentemente,
es el más identificable.
Unos otros turistas,
apoyados relajadamente sobre los muros despojados de grandeza, se dejan ver
disfrutando tranquilamente de la inmensidad del edificio y sus restos.
Podemos decir que la imagen del Coliseo, su fachada,
es la más reconocible existente, es la que ha
seleccionado el director
Se muestra
perfectamente la estructura de lo que queda del edificio. Los arcos de los graderíos
y el conocido laberinto de galerías, que existe bajo la arena del Coliseo, por
donde subían y bajaban gladiadores, bestias, condenados, etc.
Curiosamente,
no hay ningún diálogo o reflexión, en este momento principalmente, en el
interior del Coliseo, sobre la Roma antigua, el mundo de los
gladiadores, el paso del tiempo u otros temas oportunos para sacar a colación
entonces.
No, la
película no aprovecha ese marco “incomparable” de la que fue grandiosa capital
del mundo para reflexionar, por muy tópico que fuese, nada sobre aquella
civilización, aquella cultura, que es la nuestra y la de ellos.
Quizás la
vespa sea la explicación. Es decir, más que el Coliseo o el Templo de Hércules
Invicto, el verdadero símbolo de Roma en la película es sencillamente ese bicho
ruidoso de dos ruedas, la popular vespa.
La vespa como
elemento popular, otro elemento dionisíaco donde los haya, de diversión,
aturullamiento, perdida temporal de la cordura, se pasea por delante de
aquellos edificios de siglos, intemporales, con la ligereza de la efímera vida,
con feliz indiferencia propia de la condición humana frágil y del tempus
fugit.
Recordemos, el
poema nostálgico de R. Caro a Itálica, que si recoge, eran otros tiempos, ese
poder evocador y nostálgico que emana de sus ruinas.
Estos,
Fabio ¡ay dolor! que ves ahora
Campos
de soledad, mustio collado,
Fueron
un tiempo Itálica famosa;
…
Esto no tiene
cabida en una obra de este género de comedia, pero aún y así lo citamos por lo
ajeno que les parece a sus protagonistas ese mundo y esa arquitectura tan
presto a la nostalgia y la reflexión breve.
Solo hay para
ellos la máxima horaciana por excelencia, la de la inconsciencia y el disfrute
alegre de la vida, el carpe diem, llevado a las más ligera e
inconsciente de las experiencias vitales.
Es decir, el
mundo de la antigua Roma no deja de ser, para esa pareja de cuento de hadas, un
lugar por el que transitar su ligera y efímera existencia. La posible grandeza
de aquel mundo, ya que este es el más que sale, o de la misma Roma del momento,
no deja de ser el lugar sobre el que ellos, ligeros e ingenuos, descubren el
mundo, su mundo, uno al otro.
La imagen de
ellos en la vespa y frente al inmenso edificio, deja vislumbrar la pequeñez de
sus vidas frente a la intemporalidad del magno edificio.
Pues así, la
misma Roma clásica no deja de ser nada más que eso, un fastuoso pero mudo fondo
de escena donde los personajes pasean su breve y soñador episodio amoroso.
El guía
contratado parece explicarle la Anna, como decíamos, los intríngulis del
vetusto edificio. Bradley y su amigo están al margen, pendientes de captar las
fotos adecuadas para el posterior reportaje.
La música
en estas escenas sí parece acompañar en esta visita a la sensación de intemporalidad
que emana del edificio del Coliseo.
Pero sólo será esas breves notas, ciertamente ceremoniales, lánguidas, que momentáneamente nos produzcan esa sensación reflexiva, pues enseguida los protagonistas volverán a su divertida y alocada visita por la Urbe.
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