6. LOS PÍCAROS CICERONES.
Como se ha
repetido varias veces, la película deja de lado cualquier atisbo de cultura o
arte que pudiera surgir de las grandiosas vistas que tienen por delante.
De hecho,
cualquier voluntad o intención de ejercer como cicerone de tan cargada
ciudad de Historia, es de hecho descartada y, es más, utilizada como recurso de
la comedia.
Así, todas las
veces en que Bradley le señala a la princesa, indicándoselo físicamente, algún
edificio o lugar digno de contemplación, es para pillar una instantánea de ella
con la excusa de la obra de arte, del paparazzi Irving.
Es en el mismo
Coliseo donde los dos periodistas no dejan de lanzarse miradas cómplices, para
que Irving, con el polivalente mechero, lance fotos cada vez más comprometedoras
de la fuga de Anna.
Ya es más
jocosa y divertida las fotos que llegan a sacar al salir del anfiteatro. Irving
adelanta en su minúsculo coche a la vespa. Bradley señala con el dedo a diestra
y siniestra, lugares a donde mira ingenua la princesa. Momento en el que el
paparazzi en una peligrosa maniobra para su integridad física y la del
vehículo, suelta el volante, se pone en pie, gira y lanza las fotos que puede,
antes de evitar un trompazo contra el edificio hacia el que corría ya el coche.
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