martes, 10 de mayo de 2022

LOS SIETE MAGNÍFICOS: EL PRÓLOGO.

 THE SEVEN MAGNIFICIENTS-LOS SIETE MAGNÍFICOS.

 Anoche lunes 9 pusieron en Cine Clásico de la 2 Los Siete Magníficos. Por la mañana, J. L. Garci le había dedicado unos minutos elogiando el film, al que uno hasta la fecha consideraba un entretenido y ameno western, pero de los secundarios, en comparación a las grandes obras de Ford, a. Mann, y los clásicos ya establecidos.

Sin embargo, Garci reivindicó el film, le parecía muy bueno y sobre todo, dijo que era o fue el último de los clásicos, después de éste entró en el panorama del western Sergio Leone y el spaghetti western, con Clint Eastwood, y se abrió la veda para todo tipo de variaciones novedosas sobre el género.

Seguía diciendo que fue algo casual, una conjunción de buenos actores, actuaciones, y, definitivamente, la banda sonora magnífica. Pepa Fdez. lo corroboró entusiasmada, le maravillaba lo animosa y positiva que era la música de E. Bernstein.

Cf. https://www.youtube.com/watch?v=2UKxlc9jV1Y

 

EL PRÓLOGO DE THE SEVEN MAGNIFICIENTS: LA PRESENTACIÓN Y LOS TÍTULOS.

EL PRÓLOGOLA UBICACIÓN GEOGRÁFICA.

Ya que estamos con los prólogos, es decir, que hemos leído algo de esto en los últimos días, una de las primeras características del prólogo, al menos en los de la tragedia, en Eurípides, p.ej. y en otros autores, es la ubicación geográfica del lugar.


Así pues, haciendo honor a este requisito, los 7 Magníficos empieza con una más o menos larga escena con fondo musical. Antes, mientras los títulos de crédito, se mostraba como imagen de fondo y fija un paisaje que uno adivinaba sureño, del sur de los Estados Unidos, probablemente, como en Andrómaca y otro, limítrofe con México. Por decirlo de alguna forma, un lugar fronterizo, adonde, como se verá después, todavía no ha llegado de forma clara y definitiva la ley y el orden.


Luego de acabar la presentación, con la famosa música tronando y sus variaciones, entre ellas la misma melodía, pero en versión balada, con cierto aire sureño, mejicano, el paisaje cobra vida.

Sobre el fondo montañoso, seco, caluroso y soleado, sin bosques ni árboles, solo vegetación rastrera, algunas piteras, se ve avanzar la larga fila de unos hombres armados, con sombreros mejicanos que los identifican, sin uniforme. Sin duda, se trata de una banda de saltadores. Al frente, con una camisa de color rojo lila que lo hace distintivo, Eli Walach, el que debe ser el líder de aquel grupo a todas luces maleantes, cabalga dirigiendo la ruta.


La cámara se demora en la cabalgada en la distancia, el paisaje sigue siendo omnipresente, lo ocupa todo, pero poco a poco se va acercando hasta aproximar la cámara a esos sujetos que parecen avanzar con decisión hacia un sitio en concreto.



El lugar, en efecto, es un humilde y ruinoso pueblito de míseros agricultores locales, de aspecto mejicano, pobres de solemnidad. A la entrada, como edificio emblemático, se ve una iglesia de arte colonial español, en estado bastante ruinoso pero que aún aguanta en pie.




la desangelada iglesia del pueblo de fondo de los Siete Magníficos, tan desastrada que le sirve de burla 
al pistolero Eli Walach y, de paso, refleja el maltrecho estado de la religión en el film.

Los campesinos visten todos de un blanco casi impoluto, lo que acentúa la oposición entre los salteadores, malencarados y armados, vestidos de cualquier forma y cruzados de cartucheras sobre el pecho, y los campesinos, de blanco, inermes, solo con sus instrumentos de labranza.


Una vez llegan al centro del humilde pueblo, que es prácticamente el pueblo mismo, un espacio amplio de la misma tierra, el jefe de la banda se descabalga, y empieza un diálogo que en verdad es casi un monólogo, ante uno tal Sotero, uno de los que deben ser los principales del pueblo, aunque igual de campesino que los demás.


Eli Walach cabalgando con sus pistoleros.

 En ese diálogo-monólogo y en sus actuaciones, se deja ver la catadura moral del individuo, su airado carácter, su cinismo (lo de la iglesia), sus justificaciones para el robo, recitado con tal labia que lo revelan en verdad como un auténtico retórico de la palabra.

Sigue la escena así, con Eli Walach justificando sus actos y advirtiéndole de que volverá no muy tarde, de nuevo, para recoger el tributo que como tal bandido reclama. Al final, cuando ya se había subido al caballo y dispuesto a marcharse, un campesino, de todos los que se hallaban reunidos y contemplando la escena, desesperado, se lanza contra el pistolero con una simple hoz en mano. Éste lo mira algo incrédulo y sobre la marcha le descerraja dos balazos que lo deja tendido sobre la polvorienta tierra.

En seguida se oye la voz desgarradora de quien debe ser su esposa, se abalanza sobre el cuerpo exangüe, tratando de reanimarlo y empieza a llorar y lamentarse.

Eli Walach da media vuelta a su caballo, y con unas últimas palabras, se retira llevándose con él a su caterva de pistoleros y maleantes.

Los hombres del pueblo se reúnen, empiezan a discutir sin ponerse de acuerdo, hasta que uno dice "hablemos con el abuelo". En eso cambia la escena a un techado y una mesa a la que están sentados tres o cuatro de los hombres del pueblo, y un señor mayor que debe ser el tal abuelo.

Esto enseguida lo retrotrae a uno, superficialmente, claro, al comienzo de la Ilíada, pero en versión simple y rústica y reducida. Cuando el campamento aqueo se ve asolado por la peste de Apolo, al comienzo mismo de la obra, los aqueos se reúnen en asamblea, así lo pide Aquiles. Y en un momento dado, dice éste que se debe consultar a un adivino para que les diga qué es lo que ha agraviado al dios arquero. A continuación, convocan a Calcante, adivino que ha guiado las naves griegas hasta Troya, para oír su explicación merced a sus facultades.


Es evidente la gran diferencia entre uno y otro, sobre todo el ambiente religioso que predomina en la Ilíada y está casi ausente en este pueblo sureño, imagen viva de la propia iglesia colonial. Aunque se pueda comprobar, aunque de lejos, las dos situaciones.

La respuesta del abuelo, a su modo, también es trágica, viene a decirles más o menos "luchar, luchar, o morir". La de la Ilíada, la respuesta, ya sabemos, es de tipo religioso, ha habido una afrenta al dios Apolo y, además, cometida nada menos que por el propio Agamemnón Atrida.

Creo que hasta aquí se podría hacer esta superficial comparación de situaciones del género épico y el western.

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