domingo, 15 de mayo de 2022

LOS DURRELL: EL PIE (cont.)




    Llevamos un par de semanas de abril y mayo vislumbrando y paladeando una serie de las que, desde hace años, inundan de calidad las cada vez más mostrencas pantallas de televisión, hechas expresamente para ellas.
          Nada de particular, sin embargo. En verdad, desde que la tele es tele, lo normal y habitual eran las series. Sólo que en aquellos tiempos prehistóricos, toaba verlas normalmente una vez a la semana. Y, casualmente, uno retenía en su memoria la secuencia de los acontecimientos.
    Ahora, en cambio, lo normal y habitual es pegarse un empacho de ellas y un atracón, que luego se tiene a bien propagar entre amigos y allegados, en virtud de las millonarias descargas que en el mundo se hacen a cada segundo.

          En el mundo, nos referimos, a este medio o tercio o mínima parte del mundo que, en suspenso por un rato a lo que ocurre en el resto del planeta, o no muy lejos de donde se encuentra, en este supuesto primer mundo, tiene a bien explayarse en la visión seguida y sin parar de todos los capítulos en un fin de semana.

En fin.

 LA ESCENA DEL PIE-ZAPATO.

          Bien, todo esto venía por esta sencilla y teatral y muy humana serie, de la que hablaremos en otro momento.
          Ahora nos detendremos en un fragmento de la misma que tienen que ver, para variar, con el asunto del pie-zapato.
         
          La situación, aproximadamente, es la siguiente: Lesley, el hijo con menos autoestima de la familia Durrell, va sufriendo un proceso de pérdida de confianza y acomplejamiento. Es frecuente oírlo decir no sirvo para nada, a mí no me gusta los animales como a Jerry, su propio hermano mayor, el ilustre y estirado Lawrence, lo ridiculiza. Hasta tal punto llega que ya se considera una inutilidad.

          Claramente, esto forma un círculo vicioso, cada vez hace menos o nada, su madre, la sufrida madre, pelea, lo regaña, intenta arrebatarle el rifle, el que forma parte casi de su cuerpo, en vano, y en un arranque de desesperación, le da una tienda para que duerma fuera de la casa, ya que no sabe apreciar lo que tiene, por poco que sea esto.

          Lesley reacciona mal, dice que se va, y no se le ocurre otra cosa que ir a refugiarse con dos ladronzuelos de Corfú a los que había conocido una noche que estuvo con ellos en el calabozo, por una pelea en el bar a causa de su antigua novia Alexia.

          Estos desgraciadillos vienen en una casa de piedra semiabandonado y mísera en medio de los campos. Al principio parecen acogerle bien, aunque al poco pasan a hacerle sufrir algunas humillaciones, para marcar su posición y burlarse de él, que al fin y al cabo es un joven inocente.

          Paramos un poco para recordar con gracia que quien único lo defiende al muchacho es la criada griega, que no se cansa de repetirle a la sra. Durrell que es el mejor hijo de los cuatro.

          El caso es que, al conservar la escopeta, los ladronillos lo llevan a robar unas bebidas alcohólicas, whisky griego sin ir más lejos, para lo que han de reventar un candado. Y nada mejor qe descerrajarle un tiro, tal como hace Lesley quien, por lo demás, no interviee en ndam más en el triste robo.

          Spyros, el fiel griego que siempre está a lo que le pida la sra. Durrell, encuentra a Lesley viviendo con estos personajes malos, como él dice, y vcorre a comunicárselo. La sra. Durrell, que otra cosa no, pero valiente, y decidida, aunque llena de temores e inseguridades, lleva sufriendo y penando en silencio toda esta situación, arrepentida del todo. Cuando Spyros le da la noticia, corre a buscar a su hijo en medio de la noche. Su hijo la rechaza, aún está dolido.

          Al poco, pasado un poco, vemos un primer plano de un buen zapato de piel y vemos salir a Lesley de la casa con éste en la mano, diciendo enfadado quién le ha meado en él. Enseguida, como si fuera parte de su identidad, rememora lo que le ha costado, cuando fueron a comprarlo, allá en Inglaterra, y con gesto airado, resuelve que su situación en aquel lugar hasta ese punto ha llegado.



          Vuelve a entrar, recoge sus cosas, su escopeta y la mochila, y se aleja en la noche de aquel lugar ruinoso.

          Llega a la casa y allí tiene lugar el encuentro emotivo entre la madre y el hijo.

         Para reforzar más esa imagen del pie, la sra. Durrell, tiernamente, descalza a Laesley de los zapatos y se los lava.



          En la Odisea es famosa la escena de recibimiento de la sierva a Odiseo, el reconocimiento por la señal en el pie, por decir algo.


          En medio de tal escena emotiva, entra Margot, su hermana, a quien no se le ocurre otra cosa que expresar en alto ¡qué mal huele aquí!, lo que rompe algo la tensión del momento.
          Los siguientes días veremos a Lesley afanado en sus zapatos, frotándolos constantemente, en un intento de quitare el olor a orín del que se han impregnado.
          Quizás también está tratando de borrar toda esa breve parte de sus últimas semanas que lo situado en la parte negativa de su vida.


          Porque, por otro lado, en breve tendrá que comparecer a un juicio acusado por un campesino que lo acusa de haberle disparado a sus pavos, es una especie de pureza o catarsis.

 
          Así pues, vemos el tema del pie-zapato en esta escena. Parece que la ofensa al zapato la puede identificar Lesley con una ofensa a su propia persona, tal es el grado de identificación y querencia que tiene con el calzado. Le lleva a sus recuerdos de su vida hasta no hace mucho de Inglaterra, lo que le gustan lo bien que se siente con ellos, es decir, es una identificación casi con él mismo. La ofensa, la rociada sobre ellos le toca el orgullo mismo, ese que tiene tan capitidisminuido.

          La escena, cuando la madre lo descalza y le lava los pies, es de reconocimiento, de aceptación, renuncia, de identificación con el joven.

          Y los esfuerzos de Lesley por limpiarles de una vez el orín quizás se correspondan a un deseo de recuperar su color original, y su propio ser, su persona, y olvidar ese breve tiempo perdidos entre aquellos bribones, y perdido él, en sí mismo, sobre todo.

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