Domingo
30 de mayo del 22, vísperas del Día de Canarias.
La voz estridente, de pito, resonando
vibrante detrás de Valente no cesaba, igual que siempre que acudía a los
partidos, solo que hoy había empezado antes, casi desde iniciada la contienda.
El partido venía cargado de tensión.
Al Canarias lo habían vapuleado en el
primero encuentro de la eliminatoria con el Joventut.
- Es que no les entraba una, estaba
pasados, y encima a los otros les entraba todo. Hasta Shermanidi se encaró con
el público
- ¿Shermanidi?, repitió Valente
sorprendido, pues aquel alto, espigado y, todo hay que decirlo, con cara de malo
de las películas, sólo le faltaba el sombrero de ala ancha y cinta alrededor,
un traje negro y una metralleta para ubicarlo en cualquier film, este jugador,
a pesar de esa pinta de malo, era normalmente bastante noblete y pacienzudo.
Soportaba estoicamente y sin quejarse palos, empujones y faltas mientras bailaba
y danzaba en su puesto de poste, de espaldas al aro, para buscar cómo lanzar
ese medio gancho que tenía amartillado siempre.
- Si, los del público, no le entraba
ninguna de las que intentaba, y empezaron a gritarle MVP, MVP, jiji, le dijo X.
al lado, con el que había ido al partido ese domingo.
La estridente y agudísima voz seguía
sonando detrás de ellos.
- ¡Áaaarbitro, pita algo!
Y el coro de voces, que se añadían a
la soprano de marras, esta vez era más numerosa, coreaba a su vez con más
gritos. Se ve que la afición había hecho piña con el equipo y había dicho
pelillos a la mar, si los suyos fallaban.
Que no fallaron. En verdad que el
partido sorprendía por lo acertados que estaban en general los jugadores, y en
especial, los tiradores.
- Witj. ya lleva diecinueve puntos, y
todavía andamos en el segundo cuarto
- ¡Diecinueve!, exclamó sorprendido
otra vez Valente, como si acabara de caer en la cuenta.
El tal jugador andaba sobrado. Metía
triples, cogía rebotes, daba pases por la espalda, pero, claro, lo hacía con
tal naturalidad, él no era un jugador lo que se dice explosivo ni mucho menos,
más bien flojeaba del tren inferior, cosa que suplía con su atinada técnica
individual. Es decir, que no aparentaba la sangría en que le estaba haciendo al
otro equipo y el recital que andaba dando en la cancha.
Eso sí, supuraba confianza por toda la
piel. Cuando metía un triple, regresaba a su zona haciendo el gesto de tres con
los dedos, levantaba ambos brazos a la vez para incitar a la afición, se ponía
la mano en la oreja para hacer ver que quería oír animar al público. Un
auténtico showman.
Es más, el súmmum ocurrió,
Valente creía recordar, ya mediado el último cuarto. El americano recibió un
balón esquinado, sin pensárselo dos veces armó el brazo y lanzó con rapidez, y mientras
el balón giraba por el aire en dirección a la canasta, sin llegar aún a ella ni
saber si entraría o no, el público conteniendo por unas décimas el aliento, el
sobrado ala-pívot se giró de espaldas y hace el gesto de victoria como si ya lo
hubiera encestado.
Sólo faltó que el respetable le
gritara entonces el torero, torero, de los espadas del coso taurino.
Bueno, también es verdad, cosa que
Valente ya había visto que le sucedía a este jugador en otros encuentros, es
verdad que luego se vino arriba y lanzó unos cuantos tiros desequilibrados y
precipitados, en su subidón, que los repelió el hierro de la canasta. Pero, al
margen de esto y amortizado como estaba, el ala-pívot había vuelto a ser el que
era cuando llegó al club a principios de la temporada y hacía gala de grandes actuaciones.
El partido, por lo demás, rezumaba una
tensión que a veces hacía irrespirable el ambiente para un Valente poco dado a
excesos canastoides. Y más cuando vio al compañero a su lado, tan tranquilo y
cerebral normalmente, levantarse como un resorte cuando entre el primer o
segundo triple de la tropa aurinegra.
Ufff, pensó Valente, esto está que
arde. Y, a su lado, amén de la incesante doña del pito estridente, el resto del
público rugía y protestaba cualquier decisión dudosa del trío arbitral e
infernal, pues aquello era el infierno aurinegro.
Trío judicial que a punto estuvo de,
en fin, Valente no sabía cómo decirlo, que el trío estuvo en un tris de hacerse
tristemente célebre.
En el delicado y acongojante momento que
acabó la primera parte y el equipo naranja se aprestaba a salir del rectángulo,
los gritos de “fuera fuera” arreciaron de qué manera. Tuvo que acudir, Valente
lo buscaba con la vista, el delegado de campo, antiguo referee, y de
renombre que fue él, J.L.A. quien como siempre, convertido en una especie de Hermes-Mercurio
protector, abriendo figuradamente su capa, los acompañó hacia los vestuarios y
les hacía un poco menos visibles para el enfurecido y al tiempo distinguido respetable.
Y en la cancha, ¿qué sucedía en la
cancha? Pues, en resumen, fue un partido ideal para cerrar una temporada, sin
importar ya el resultado que tuviera el equipo en la siguiente y decisivo
encuentro.
“Aquello va a ser una encerrona”, era
el sentir general de todos los aficionados que, satisfechos con su equipo por
el partido de hoy, ya pensaban con escepticismo socarrón lo que sucedería el
próximo martes.
Pero volviendo al de hoy, y salvo
alguna que otra jugada pelotuda en la que los jugadores, Marcelinho o Fitipaldo,
los bases, perdían hasta torpemente el balón intentando un dribbling
fácil, el partido estuvo salpicado de jugadas de las que, en la crónica
deportiva, se llaman de fantasía.
Era bien cierto que los verdinegros
esta vez vinieron de grises, y ese fue el papel que les tocó hacer. Salvo
excepciones de calidad, que tenía a raudales, el equipo tuvo un día grisáceo y
hasta sombrío. De todas formas, lo los verdinegros esta temporada, y con este entrenador,
se habían mostrado un equipo correoso y hasta leñero. Es decir, leña al
atacante como principio defensivo.
Solo de la mayor o menor disposición
del trío infernal de jueces iba a depender que la balanza se inclinara a favor
de unos, los que repartían estopa, o de otros, los más finos atacantes.
- Hoy el Canarias está dando leña, le
dijo X.
- ¿El Canarias?, se sorprendió otra
vez Valente, que no lo había apreciado, y para quien el Canarias era un equipo
algo light, no de fajadores, en la defensa uno para uno. Preferían, era el
santo y seña del míster, los cambios de hombre, antes que pelearse y pegarse
por coger la posición con el atacante de turno.
- Sí, claro. Tienen que hacerlo, es
que a ellos siempre las hacen faltas, y el Canarias tienen que hacer lo mismo.
Pues eso parecía ser lo que andaba
ocurriendo en el encuentro. Y, en verdad que parecía que, en la cancha, además
de los finos estilistas, tiradores y dribladores que tenía el equipo, parecía
haber también un equipo conjurado a fe ciega en no dejar escapar la victoria y tocar
a degüello, figuradamente, la contienda de ese día.
Se notaba en la defensa, la mayor actividad,
manotazos que a veces los árbitros dejaban, inopinada y misteriosamente, sin
pitar.
Y en el ataque, la conjura se advertía
en la puntería de los tiradores, cierta seguridad inherente cuando corrían el
parquet arriba y abajo, como si una coraza de suficiencia y confianza suprema
los envolviera.
Y, claro, el pabellón completo y la
afición parecía haberse conjurado también con ellos.
Tal vez la escandalosa derrota allá,
en tierras badalonesas, les había escocido. Pero, en cualquier caso, la cabeza
fría de los triplistas mantenía la calma por entre los rugidos del público.
Público que tenía su guerra particular, blandiendo el puño a los jugadores
contrincantes, la fijación de siempre en el entrenador rival, en este caso el
pequeño e inquieto entrenador foráneo, que se hacía la banda arriba y abajo con
cierta desesperación. Cuando le comía la oreja, en el argot popular, a los liniers
de turno que pasaban a su vera, el público se desgañitaba como si aquello fuera
el pecado original.
Hasta que llegó la jugada de fantasía
de Huertas. A pesar de tener a un defensa brutal, atlético, de reflejos
felinos, astuto, que se le pegaba y los árbitros le dejaban hacer, Huertas lidiaba
una y otra vez con él con cierta suficiencia.
De nombre o apellido Feliz, Valente
había oído que era un jugador de origen dominicano. Arrastraba una historia de
superaciones personales, como les ocurría a muchos deportistas, para intentar
salir de una infancia difícil y pobre.
Pues en un momento del tercer cuarto, no
sabía bien, Huertas el carioca se zafó de este Feliz, enfiló directo a la
canasta dio los dos pasos de la entrada al aro, con el pívot contraria a la búsqueda
de cazarlo, y en pleno aire, como si fabulosamente se detuviera el tiempo, pulsaran
el botón de pausa, movió a derecha e izquierda la muñeca en la que portaba el
balón, y como un mago hechicero, un chamán que elevó el espíritu de los
residentes del Santiago Martín, devolvió sin mirar el balón con otro sutil
toque de muñeca al noble bruto de Shermanidi, que le seguí como fiel escudero.
El pívot serbio Tomic aún tenía la cabeza puesta en el vuelo chamánico de
Huertas cuando vio que el balón le pasaba de nuevo por delante de la narices
rumbo a las manos del fiel Gio, sin tiempo de doblar la cerviz.
Rápidamente, el georgiano cogió la
bola, afianzó los pies y la encestó ante el delirio o deleite del público asistente,
al que le chispeaban los ojos y sin creerse aun lo que acababan de ver.
Y, bien, Valente, poco dado a
entusiasmos, exclamó:
-
Están jugando de fantasía
-
sí, sí, lo que tú dices, es verdad, corroboraron a su lado.
En verdad que a veces le sorprendían estas
jugadas que hacían de tanto en cuanto, y eso que sabía algo de básquet de sus
años mozos.
En la cancha, sin embargo, la fantasía
de Huertas y Gio no dejaba de ser una canasta más, esa era la virtud o la
necesidad del deportista. Según caía el balón de la red, el base rival apremió
al pívot T., que andaba todavía en la jugada anterior, lo apremiaba para que cogiera
ya la bola y se aprestara a sacar de fondo, mientras él miraba con ansias hacia
el aro contrario buscando el nuevo y siguiente ataque.(103-76 fue el marcador defintivo y final).