domingo, 12 de junio de 2022

The English Patient - sand storm: AMORES Y TEMPESTAD (8)


Aunque uno empieza a ver ya más de lo que al principio se proponía, hete aquí que anoche volvía a ver la oscarizada película El paciente inglés, que reponía en la 1.

Uno tuvo de admitir que al verla sintió un vértigo o algo similar, parecido a la velocidad como había pasado el tiempo.

Le parecía que había visto la magnífica película en el cine no hacía tanto tiempo.

Reconoció irremediablemente que la actriz estaba como luego nunca la ha visto, y esto, claro, porque estaba en plenitud de la juventud.

Descubrió a un todavía desconocido Colin Firth haciendo el papel del esposo despreocupado e ingenuo de Katherine.

Como al poco de empezar, ella misma contará la historia de Giges y Candaules, el papel de Firth parecía un barrunto de lo que poco después le ocurriría a su propia situación personal.

Y, además, creyó ver , cosa que no antes, en la historia de la enfermera Hana-Binoche y el conde Almasy-Fiennes un remedo de la bella y la bestia, en una versión muy particular.

 

Per, a lo que íbamos, dentro del tema general de amores y tempestades, en esta película, ambientada principalmente en los años ´30 previos a la II Guerra Mundial, en el colonial Egipto. Un grupo de ingleses y el húngaro Almasy tienen como misión cartografiar parte del desierto.

La película, por tanto, se ubica en una buena parte en la soledad, inmensidad y deslumbre del desierto norteafricano.

En uno de los atardeceres, el grupo de expedicionarios se apresta a protegerse ante una avalancha de arena que a toda prisa se aproxima hacia ellos, amenazando con acabar con ellos.

Tienen que encerrarse en sus propios coches, amén de asegurar las provisiones y todo lo que fuera para evitar el desastre.

En uno de los coches quedan juntos, como en la cueva-spelunca de Virgilio, el conde Almasy y Katherine, la esposa de Colin Firth que en esos días estaba ausente de la expedición y había dejado a su esposa con  los demás.

La tentación, como la de Giges y Candaules, está servida.

Mientras tanto, la tormenta de arena los alcanza, ella pregunta si estarán a salvo, él le dice que sí. Y, más tranquilos, de aprestan a dejar pasar la rerrible tormenta que sopla y aúlla en torno de ellos.

Mientras esto pasa, y para calmarla, Almasy empieza hablarle a Katheryne, mientras ella se deja tranquilizar.

La escena se va prolongando. Es cierto que entre ellos dos ya se había venido gestando una cierta atracción, bien disimulada, incipiente, de miradas (justo cuando está contando el final de la historia de Heródoto, la mirada de Katheryne se fija en él).

Ya llegando al final, Almasy, muy sensible y romántico, pasa el brazo por encima del asiento de ella y le acarició el dorado cabello de la bella Scott-Thomas. Ella siente aquel gesto como una turbación, y la cámara enfoca su mano dibujando imprecisa un garabato en e cristal ahumado de su ventanilla.

Hay una elipsis.

Luego se vuelve al monasterio de la Toscana donde el muerto-viviente de Almasy está recostado y sabemos que está rememorando los sucesos de aquellos años pasados en los últimos tiempos de vida que le quedan, junto a Hana-Binoche.

 

Aquí vemos lo mismo que en Virgilio:

- los personajes han salido al exterior, a la naturaleza. Aquí no es un paraje boscoso no mucho menos, sino el apabullante y temible desierto, ajeno a toda vida.

- además, se une el motivo del amante que aprovecha la ocasión cuando el marido no está presente.

- sobreviene la tormenta y los personajes de la expedición se dispersan y corren a refugiarse.

- la cueva o spelunca aquí no es tal, sino la cabina de uno de los vehículos expedicionarios.

- sobreviene la tormenta, en este caso no de lluvia, sino de arena desértica.

- por último, hay una elipsis, que en este caso no sabemos si invita a pensar en que pueda haber sucedido algo entre ellos en ese tiempo.

 


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