lunes, 6 de enero de 2020

ALEGATO ANTISEÑALIZACIONES


       En lo alto de un pequeño risco de personal estampa te yergues en verdad sombrío sobre tus dominios. Llevas allí poco tiempo, unos pocos años, de cuando alguien te instaló allí, en ese lugar privilegiado, para advertir a paseantes y errabundos caminantes del lugar limite al que llegaban.
       Como una remedo de columna de Hércules, metálica y sin gracia; eso sí, tenias que advertirle a los de allí que aquello era el Non Plus Ultra.
       Cuantas veces fuimos, años ha, la pibería veraneante más allá de tus limites, antes de tu presencia, ignorando la tal hazaña que acomeíiamos.
       Para nosotros no era más que bajar el risco,  con cuidado, eso sí, y cruzar el barranco,para llegar a las piscinas del aspirante a club cualquier día de verano que tocaba entonces. Y, con un poco de suerte, colarnos en sus aguas, sobre todo los fines de semana, era la época de esplendor del pueblecito norteño, cuando se abarrotaban las sus piscinas naturales.
       O, también, por qué no?para hacer rabiar a los conserjes custodios de aquella sociedad náutica, apostados vigías al vislumbre de si algún chiquillo que se había colado.

       El paraje tenía todos los puntos para ser un lugar emblemático por excelencia. Sin embargo, al estar algo expuesto, remarcaba demasiado las siluetas de los que buscan más la intimidad y sus secretos.
       Lo cierto es que era singular el lugar cuando uno miraba en perspectiva desde la orilla del mar, y contemplaba la estampa que se ofrecía desde allí. Desde el mar, a los pies del barranquito, uno levantaba la vista y veía perfectamente el pequeño acantilado, y su borde final, donde acababa el alargado frente rocoso.
       
       Uno lo abarcaba todo de solo un vistazo, y podías ver claramente, privilegiada vista, dónde acababa el cantil de forma abrupta, espléndidamente.
       En el extremo, pues, del cantil, donde el risco se interrumpía bruscamente por el pequeño barranco que serpenteaba desde montañas arriba, allí te colocaron para exhibición, ingrata, es verdad, de todos los que por allí anduvieran.
       Detrás de donde estás ahora, se levantan impertérritas las cumbres iniciales del macizo de Anaga, guardianes altivos del lugar. La línea de sus cumbres se recorta contra el sol reluciente o la luz de un día nublado.
       Estampa de contraste, el mar y la cumbre en tan poco espacio, y todo ello abarcable con la vista simple de un humano efímero y pasajero.
       Pero ahora estás tú, hincado en ese paraje tranquilo y agradable de tardes, años y siglos, enhiesto e inamovible, como una lanza mal clavada, invitado impuesto y molesto.
       Si, tú, la señal del barranco de Porlier, allí en un lugar que tras de Anaga se esconde.

       Te regalaron el dominio del fin del acantilado, el barranco y del linde de la costa, una posesión inmejorable como quien dice, inmerecida a todas luces, desde donde ves batir el mar espumeante unos días y otros miras llegar plácidas las olas a tus pies.
       Ya hace tiempo que no frecuento el lugar. Lo cierto es que las vistas del paisaje montañoso que se ven desde la costa, antes claras e inmaculadas, se han visto , como diría, algo afectadas, rotas en verdad por tu armazón metálico y tú geométrica, antipática y escuálida figura. Destacas más, sin saberlo, en aquella estampa de foto, rompes todo lo de ameno y grato del solitario y singular lugar.

       Ignoro si como antaño siguen paseando por el lugar, ese final del cantil que linda con el pequeño barranco, gentes, paseantes del atardecer. Imagino que si. O no.
       De cualquier forma, es probable que ya no tanto como antes, y prefieren los paseantes encaminar sus pasos hacia el andamiaje metálico que incrustaron entre las dos orillas del barranquito, algo más arriba. Facilita las idas y venidas de la creciente humanidad que ha venido apostándose en estos lugares, parajes donde hasta no hace mucho solo moraban tarajales y cañaverales, y el rumor del agua cuando caía un buen aguacero. El agua bajaba brincando entre saltos y piedras, poca corriente en realidad, hasta llegar a la costa sólo un pequeño hilillo de agua.

       Por eso el lugar ya no es tan frecuentado, los paseos de la tarde y el fin de semana errabundan hacia más arriba, hacia el puente y por ahí, y evitan los senderos al borde del cantil. 
       Allí, en ese borde del risco antes transitado fue donde te colocaron a ti, metálica señal, ingrato convidado, de rictus amargo,como epitafio que cancela la panorámica vista del sitio.

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