martes, 9 de febrero de 2010

el hombre lobo, desde Licaón hasta hoy


Este cartel pertenece a una película muy famosa de los años ochenta, entre otras cosas porque devolvía el tema ya antiguo del hombre lobo con sabor moderno, alejado de los ambientes rurales y tétricos tradicionales. También tenía sus dosis de ironía, a pesar de lo cual no dejaba de lado el aspecto trágico y humano de la historia.
En los noventa se hizo otra versión, todavía más actualizada y renovada, Lobo, con Jack Nicholson y Michelle Pfeiffer, muy atractiva y que perfectamente ambientada, jugando con la transformación lobuna que sufre el protagonista, da un giro nuevo a la historia.
Ahora nos llega una nueva versión, esta vez de la mano del actor Benicio del Toro.
Sin embargo, y aunque pueda parecer historias de un género, el de terror, relativamente moderno, la metamorfosis del hombre lobo, como tantas otras cosas, nace ya en la Grecia antigua, en la arcaica o más atrás, quién sabe cuándo pero, en cualquier caso, antiquísimas (probablemente asociada con ritos de iniciación my antiguos, tomando al lobo como animal totémico, y otras interpretaciones alejadas de nuestra cinéfila imagen asociada al género de terror). Nace en la región de Arcadia, en el centro mismo del Peloponeso.
Hasta allí vamos a remontarnos, en primer lugar con la versión que da el poeta Ovidio en sus Metamorfosis:
Lo que sigue está tomado del blog el clavo en la pared, donde hace una buena presentación del relato:
Más antiguo es el fragmento de las Metamorfosis de Ovidio dedicado a Licaón, el primer hombre-lobo de la mitología griega, pero Ovidio cuenta la historia en labios de Zeus, es una alusión incidental en medio de otra historia, se cuenta como de pasada y su estructura no llega siquiera a cuento, aunque la descripción de la transformación es magnífica.

El rey Licaón se alimentaba de seres humanos, y un día quiso tomarle el pelo al padre de los dioses poniéndole como manjar un cuerpo "de miembros todavía palpitantes en agua hirviendo". Zeus montó en cólera y castigó a Licaón expulsándolo para siempre de sus tierras: "en el silencio de los campos aúlla, e inútilmente intenta hablar... el deseo de matar que ya solía demostrar lo dirige ahora hacia los rebaños, y también ahora sigue disfrutando con la sangre. Sus ropas se transforman en pelo, los brazos en patas: se convierte en un lobo. Pero conserva rastros de su antigua forma: tiene el mismo pelo canoso, la misma violencia en el rostro, el mismo brillo en la mirada y la misma ferocidad en su aspecto..."

(Ovidio, Metamorfosis, Espasa Calpe, 1997, traducción de Ely Leonetti Jungl)
La siguiente versión es del Satyricón, de Petronio, autor latino del siglo I dC. Es un cuento dentro de una novela, si bien toda la obra está estructurada así, uniendo unos cuentos con otros.


Trimalción se volvió a Nicerote y le dijo:

"Solías ser más animado en la mesa; no entiendo por qué estás ahora tan callado y no sueltas prenda. Por que me veas contento, por favor, cuéntanos lo que te sucedió".

Nicerote, satisfecho de la afabilidad de su amigo, contestó:

"En los tiempos en que todavía era esclavo, vivíamos en la Calle Estrecha; ahora es el palacio de Gavila. Allí, lo quisieron los dioses, me enamoré de la señora de Terencio, el cantinero: teníais que conocer a Melisa la de Tarento, un precioso conjunto de curvas. Pero yo, por Hércules que no la buscaba por su cuerpo o por el placer, sino más bien porque era delicada. Si alguna vez le pedí algo, nunca me lo negó; ganaba ella un as, yo tenía medio; yo metía todo en su bolsillo y nunca resulté engañado. Su marido falleció en su casa de campo. Por eso a través de escudos y grebas me moví y me removí buscando cómo llegar hasta ella: que en las ocasiones se dejan ver los amigos.

"Casualmente mi amo había ido a Capua para terminar de despachar unos depósitos ya agotados. Encontrando así una ocasión, persuado yo a un huésped que teníamos para que vaya conmigo hasta el quinto miliario. Era un soldado fuerte como el infierno. Nos largamos más o menos al canto del gallo: la luna lucía como si fuera mediodía. Llegamos en medio de los sepulcros: mi hombre se puso a hacer sus necesidades junto a unas tumbas; seguí yo canturreando y fui contando las lápidas. Después miré hacia mi compañero; se estaba desvistiendo y poniendo todos sus vestidos junto al camino. Yo tenía el resuello en la punta de la nariz; me quedé clavado como un muerto. Él meó alrededor de sus vestidos, y de repente se convirtió en lobo. No creáis que estoy bromeando; nadie tiene suficientes riquezas para hacerme decir una cosa por otra. Pero lo que os estaba contando, después que se convirtió en lobo, comenzó a otilar y huyó al bosque. Yo al principio no sabía dónde me encontraba; después me acerqué a recoger sus vestidos; pero se habían hecho de piedra. ¡Quién moriría de miedo con más motivo que yo! Sin embargo, tiré de espada, y llamando a todos los diablos, atravesé las sombras hasta llegar a la casa de campo de mi amiga. Entré como una oruga, perdía el alma a borbotones, el sudor me chorreaba por el espinazo, mis ojos estaban apagados; apenas pude rehacerme. Mi Melisa se asombró de que anduviera de camino a tales horas, y me dijo:

"Si hubieras venido antes nos habrías podido ayudar: un lobo entró en la finca y a todos los animales les sacó la sangre como si fuera un matachín. Sin embargo no se rió de nosotros, aunque logró escapar, pues un criado nuestro con una lanza le atravesó el cuello".

"Al oír esto, no conseguí pegar ojo, sino que al amanecer eché a correr hacia casa como el cantinero desplumado. Y cuando llegué al sitio en que los vestidos se habían hecho de piedra, no encontré más que manchas de sangre. Pues bien, cuando llegué a casa, mi soldado estaba tumbado en la cama como un buey, y un médico le curaba el cuello. Caí en la cuenta de que era un hombre-lobo, con lo que ya no pude pasar bocado a su lado, ni así me matase. Allá lo que otros opinen de esto: yo, si miento, así se vuelvan contra mí vuestros genios.

Nos quedamos todos pasmados.

"Con todos los respetos a lo que has relatado -dijo Trimalción-, podéis creerme cómo se me han puesto los pelos de punta. Porque sé que Nicerote no cuenta tonterías..."

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(PETRONIO, Satiricón, Barcelona, Orbis, 1991. Traducción de Manuel C. Díaz y Díaz)

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