domingo, 1 de junio de 2025

“TE LO SUPLICO, SUZANA, NO ME BUSQUES LA PERDICIÓN” (CAP. 8), (LHDA, 15).

 “TE LO SUPLICO, SUZANA, NO ME BUSQUES LA PERDICIÓN”: FINAL DEL COMPLEJO Y DICOTÓMICO CAPÍTULO OCHO.


El sorprendente, insólito, exhaustivo, pormenorizado, detallista retórico, deconstructivo, desmitificador, reinterpretado en clave y lógica de sociopolítica totalitarista, minucioso, persuasivo, sagazmente focalizado, reactualizado y anacrónico al tiempo, polemista, con técnica de discurso forense, argumentado y diseccionado de forma casi quirúrgica, … 

… Y tantas otras cosas más que se podrían decir de ese capítulo Ocho, tan breve como los otros, pero tan repleto y preñado de significaciones, interpretaciones y opiniones y aseveraciones tan críticas con la tradición clásica, como paradójicas, provocadores y también e incluso desafiantes, …, en fin, un largo e interminable etcétera de calificativos que podríamos seguir añadiendo incansablemente a este extraordinario y complejo, creemos, capítulo.

     


Es decir, este octavo capítulo se cierra, y no podrá tener otro fin y colofón más llamativo e impactante, con el recuerdo de la primera relación sensual y carnal entre el innominado periodista  y Suzana

Este recuerdo viene a continuación del último hilo del monólogo que acabamos de ver, a lo largo del capítulo, el hecho de las razones de Agamenón para el sacrificio de Ifigenia y, ahora, las del padre para el de Suzana:

Repetimos la cita, con la que concluye este flujo de pensamientos:


“¿Y Agamenón, qué pretendía hacía dos mil ochocientos años?

¿Y qué pretendía ahora el padre de Suzana?


Justo aquí, pues, corta este flujo de pensamientos, y le viene a la mente unas imágenes y sensaciones placenteras, que van a oponerse y a enfrentarse abrupta y desafiantemente con todo lo que ha estado discurriendo hasta ahora.


Pues hasta entonces, lo que ha absorbido su pensamiento obsesivamente son los tejemanejes y artimañas del poder para manipular, transgredir y vulnerar a la sociedad y la vida personal de todos, el Poder, escrito en este caso con mayúsculas. 

Poder entendido no sólo como el administrativo y político, sino el que se esparce por todos las relaciones sociales e individuales, contaminando y agotando la vida social, la individual, las relaciones mundanas y cotidianas y sencillamente vitales. Es ese Poder acaparador y omnímodo el que retrata la novela. 


Frente a éste poder terrorífico, y es la otra gran fuerza que se alza en la novela y en este capítulo, y en el pensamiento de Kadaré también, no hay más que ver el resto de su obra, esta otra gran fuerza que anima y anida en las personas, la sociedad, el mundo, como un pilar de un orden cósmico supremo y superior, esta fuerza no es otra que, aunque parezca ingenuo, el amor, o, mejor escrito, el Amor, en mayúscula.

Amor, pues, pero enfrentado de plano con la otra gran inercia cósmica, en negativo, la del Poder. 

Como el Eros primigenio de la Teogonía de Hesíodo, como ese Eros renominado, de las teorías psicoanalíticas del siglo XX, frente a Thanatos, los dos principios vitales de la vida.

Y, así, en este final del capítulo, se aleja hastiado, podríamos decir, del mundo destructivo y maquinador del Poder, y nos devuelve a unas estampas íntimas y sensuales, al primer encuentro de la pareja de amantes. De esa manera tan desafiante cambia el flujo de su monólogo, 


El perfil de ella, oscilando en alguna parte  entre dos hombros, quebró el curso de mis pensamientos


Quebró el curso de mis pensamientos… Y ahora, sin saber por qué, al mirarla por un instante, pues hasta perderse en sus divagaciones de Áulide, la había divisado entre la tribuna, con la mirada perdida, vuelve en sus recuerdos a aquel su primer encuentro, amoroso y carnal, entre la pareja.


No sé por qué me hizo recordar nuestro primer encuentro.


Y con una prolepsis o adelantamiento del final, al estilo de algunos autores de la tragedia, del mismo Eurípides, recurso literario recurrente, por otra parte, titula simbólicamente, como si tratara de un cuadro, un motivo repetido en la pintura de siempre, aquella primera relación erótico en medio de esa evocación:


Retrato de muchacha con hilillo de sangre …


Adelantándonos así, como se ha dicho, entre qué devaneos transcurrió entonces aquella ocasión gozosa.

El resto de las líneas que relatan aquel encuentro están llenas de sencilla y llana sensualidad, al tiempo que de simple humanidad y sensibilidad. El periodista se ve sorprendido por un sincera y al mismo tiempo decidida joven, que se desembaraza de su ropa al  igual que, de forma franca y abierta, se entrega de forma libre y amorosa a él.


Es tan brusco el contraste entre el flujo de pensamientos en el que ha discurrido todo este capítulo, con las razones de los dirigentes aqueos para llevar adelante un rito salvaje, que, es claro que de forma consciente y rotundamente opuesta, realza este primer encuentro amoroso, sencillo y noble, con una sensualidad y un erotismo simple pero vitalmente pleno. Y por oposición a los pensamientos aviesos del rey aqueo.


… yo seguía con la mirada sus movimientos contenidos, 

vi aparecer los encajes de su ropa interior …


Es tan manifiesta y descriptivamente frágil el relato de estos pequeños pero plenos gestos, el deshacerse de la ropa y la entrega de la desnudez, que es evidente el contraste y el antagonismo tan manifiesto que el autor nos quiere hacer ver.

Y todo muy sutilmente, desde luego, pues el autor nos quiere enfrentar y oponer, en una clara composición dicotómica y contrapuesta, estos dos discursos del capítulo, el del poder y el del amor. 


Y, ya que estamos en este mundo de tradición y continuidad con los referentes clásicos, como el conocido escudo de Hefesto que forja para Aquiles en la Ilíada. Allí, entre otras descripciones, se nos enfrentan dos modos de vida radicalmente opuestos en la vida de una polis, una polis en paz y comercio,y una polis en guerra.


El escudo de Aquiles, reconstrucción (wikipedia)


De la misma manera, y aunque esta comparación sea de tal forzada, este capítulo Ocho, como el escudo, se divide en estos dos mundos, en estas dos fuerzas del mundo  y de las sociedad, el Poder y el Amor, estos dos pilares del cosmos escritos en mayúsculas.

Uno, el Poder corrosivo, maquinador, despreciativo, que fulmina la libertad personal, demoledor. 

El otro el Amor, simple, sencillo, franco, frágil pero también con la fortaleza vital que proporciona el libre desarrollo de la mera naturaleza humana.

Agamenón y sus sucesores, el padre de Suzana, aferrados a este Poder perverso, quedan así, en este final de capítulo, retratados y puestos en clara aunque simple evidencia, enfrentados en sus cínicas actuaciones a las tan jóvenes víctimas Ifigenia y a Suzana, entregadas sensual y francamente al amor vital y sensual.

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