CAPÍTULO TRECE (y final): FINAL DEL MITO DE ÁULIDE Y FINAL DEL DESFILE DEL 1º DE MAYO.
Las primeras frases de este capítulo nominado solo por el número cardinal, Trece, nos anuncia ya que estamos ante el final del relato,
Todo indicaba que el desfile se aproximaba a su final … Algunos minutos después todo había terminado.
Curiosamente, el primer y único nombre propio de esta Tirana capital de Albania que todo lector reconoce se encuentra, si es que no se nos ha pasado antes por alto, al principio del segundo párrafo. Se trata de la plaza principal de Tirana donde durante todos esos años se celebraba el 1º de Mayo, la plaza Skanderbeg, en honor a un antiguo héroe nacional.
Mientras los últimos bloques de manifestantes se alejaban después de haber lanzado la última ovación en dirección a la plaza Skanderbeg, …
DOS MIL OCHOCIENTOS AÑOS ATRÁS, LOS SOLDADOS GRIEGOS REGRESABAN … DEL LUGAR DEL SACRIFICIO.
El mecanismo de asociación y analogía que dirige ese aparente flujo de conciencia descontrolado vuelve a actuar ahora, para cambiar la ubicación, del desfile en Tirana a, de nuevo, la costa de Áulide.
La asociación de ideas que lo provoca es la visión deprimente del final del propio desfile.
Para el narrador, una vez acabada la conmemoración, el rastro que queda de todo aquel montaje es triste, patético y lamentable.
Los invitados de la tribuna se afanan por salir de aquel lugar lo más rápidamente que pueden, como si aquello no hubiera sido otra cosa que un puro pero rimbombante trámite.
… las tribunas comenzaron a desalojarse más rápido de lo que podía esperarse.
La masa de asistentes de disgrega por los distintas calles y recodos del entorno de la plaza, pero con aspecto de fatiga, cansancio e indolencia
… me encontré en el bulevar entre la marea de participantes que se alejaban indolentes …
Además, de repente, el sol empezó a calentar y sofocar más de lo previsto, dando a este final un aspecto aún más ingrato.
Como siempre ocurre, los restos de lo que hasta hace poco era una fiesta espectacular, dan una pobre y miserable imagen de lo artificioso y vacío que ha sido toda aquella parafernalia:
Fragmentos de coronas y de flores artificiales aparecían arrojados por todas partes. Globos … pisoteados, … entre el polvo. Los grandes retratos (de Stalin y otros dirigentes), … portados sin miramiento alguno … se inclinaban …., sus ojos mirando de soslayo, o aún peor, rozando el suelo con la cabeza.
La conclusión de esta heroica y conmemorativa jornada no puede ser más desoladora y deprimente:
Por todas partes se dejaba sentir la fatiga, el sudor, la desidia general.
Es ahora, al empezar el siguiente párrafo tras esta última frase, cuando por esta asociación de ideas o imágenes, el personaje transmutado en esa especie de chamán, con esa doble vivencia transtemporal, regresa, esta vez ya por última vez, al solar de Áulide, tras el sacrificio.
La imagen que ofrece, en consonancia con esta su vivencia del desfile, es aún más, si cabe, totalmente demoledora y terrible.
Como ha venido haciendo hasta ahora, y como se ha dicho, ya no sabemos qué es lo que nos cuenta Kadaré en su versión de Ifigenia. Es decir, si está recreando una particular versión de la tragedia y el mito clásico, o si ha conseguido mezclar de tal manera la vivencia vital del personaje con la leyenda clásica, que ya no sabemos cuál es una y cuál la otra.
Dos mil ochocientos años atrás, los soldados griegos regresaban, sin duda del mismo tenor, del lugar de sacrificio de Ifigenia.
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