El final de la novela El Sucesor, la segunda parte del díptico que forma con La hija de Agamenón, su final y la novela en su conjunto tienen el aire y la escenificación de un thriller de film negro, ambientado en la hermética y opresiva esfera de poder de la dicatdura de E. Hoxa en Albania.
Pero, a pesar de este rasgo de novela de género, no se trata de una trama argumental clásica y lineal. La muerte del líder político de la novela, quien tenía que suceder al líder y Guía totalitario del país hasta entonces, queda abierta, si no hemos entendido mal.
Es decir, las posibilidades de saber con certeza la extraña muerte del político pasan desde el mero suicidio del propio líder, hasta el asesinato por parte de varios personajes que pululbanan aquella noche fatídica, la del 13 de dicienmbre, por su residencia. Entre estos se encuentran el propio Guía, que de pronto desconfía de él; su principal rival político a la sucesión, de nombre Adrián Hasobeu; e incluso el arquitecto de la residencia donde vive, ofendido por los comentarios del político. Llamativo es que, entre estos varios, se encuentre además la propia mujer del político muerto, innombrada en la novela.
La aparición de este personaje femenino nos lleva, claro es, y en línea con el paralelismo de la tragedia de Ifigenia, nos lleva al papel que juega el personaje de la mujer de Agamenón, la vengadora Clitemnestra, en el mito y la tragedia de Eurípides. La innombrada mujer del Sucesor en la novela de Kadaré ocuparía un papel similar.
Una cosa, antes de seguir, sobre la confección de la trama de la novela. Después de los primeros capítulos en los que se narra el suceso, los siguientes vienen protagonizados por los diferentes personajes, quienes, en monólogo interior, reconstruyen los hechos y episodios, la mayoría relativos a lo que pasó en la madrugada de la muerte del Sucesor.
En el ambiente , y por todo lo que se narra con antelación, la muerte del personaje parece ser un asesinato, fruto de las presiones, intrigas, la defensa del Partido, y otras razones por el estilo.
Aquí lo que nos interesa, por lo del mito de Ifigenia, es la figura de la mujer, y su paralelismo con la otra esposa, la de Agamenón, Clitemnestra.
En el mito, Clitemnestra, mientras Agamenón está en Troya, se asocia y une a Egisto en el reino de Micenas. Cuando el rey vuelve, diez años después, ufano, con una amante, Casandra, y con el crimen sin pagar del sacrificio de su hija, Clitemnestra planea una venganza irremediable, y es Egisto la mano ejecutora en la persona del rey recién arribado.
Muerte de Agamenón por Egisto y Clitemnestra
En la novela de Kadaré, después de esa sucesión de posibles criminales, el rival Hosebeu, el ofendido arquitecto, o el propio Guía, que hemos citado , también está como decimos su propia mujer.
Lo cuenta el propio Sucesor, en primera persona, ya cadáver, en el último capítulo, el séptimo.
Ya es de noche, el Sucesor está fatigado y marcha a su habitación a descansar. En una situación de embeleso y somnolencia, va narrando de forma algo insegura los hechos, el monólogo interior de un cadáver, como decimos, de aquella noche enigmática.
"Ah, esa noche ...Qué imposible de explicar resulta todo. Comenzando por la propia noche. ¿Existió una noche del 13 de diciembre? Es difícil saberlo.
Como vemos, un halo de irrealidad recorre toda la escena. Es así, ya lo dice al comienzo,
Yo soy otro. Y por si no fuera suficiente, soy incompleto. Carezco de sepultura.
Se refiere a que, tras su muerte, ha sido exhumado varias veces, al considerarlo indigno y sospecharse de ser un traidor al proyecto socialista, hasta que finalmente es rehabilitado.
Me falta la mitad de mi cabeza...
Se refiere a que el pistoletazo le destrozó la cara y la parte asolada se ha quedado hecha jirones entre tanto traslado.
Es más, como tal espíritu, habla del mundo etéreo en el que pasa a vivir. Habla de él y los otros de su condición que nosotros (esos espíritus después de morir) constituimos una especie aparte. Fluyendo de esa manera, se llega a cruzar en ese flujo incluso con el ánima de otro Sucesor, esta vez el espíritu de la totalitaria China de entonces (hay historicidad en estos personajes), a quien le ocurrió y le precedió él mismo en su caída en desgracia ante el líder máximo. Pero no consigue cruzar palabra con él.
Tendido en la cama, yo sentía que me invadía el sueño mientras esperaba que mi esposa me sirviera otra taza de manzanilla...
Como vemos, la narración tiene toda la ambientación de un film negro clásico, de Hitchcock y otros del género.
De cuando en cuando ella se acercaba a la ventana, como quien intenta distinguir algo en la oscuridad.
Luego, sigue vagando en sus pensamientos, en ese flujo de conciencia, mientras va revelando detalles diferentes, en medio del sopor somnoliento y onírico en el que se encuentra sumido.
De repente, confunde en su memoria un momento clave de su vida. Se encontraba en la guerrilla, en las montañas, junto a la que fue su novia y un compañero. Él, herido y enfermo, les pide que lo abandonen y se salven. Que lo maten.
Esa novia, con la que nunca llegó unirse, y a la que sigue considerando su verdadero amor, y el compañero de la guerrilla, en el embeleso del sueño, los confunde con su actual esposa, que se encuentra en la habitación, y otro sujeto a su lado.
Cuando mi esposa, tras apartarse de la ventana, se me acercó. así es como la vi: bajo la apariencia de mi primera novia, con la que nunca pude acostarme. Y a su costado, igual que cuarenta años atrás (en la guerrilla), se encontraba mi escolta guerrillero de antaño ...
El ambiente funesto y sombrío no lo puede ser más.
Se aproximaron silenciosamente los dos, luego el guardia se quedó atrás y aparecía ella, muy desdibujada en la neblina ...que, en lugar de la taza de manzanilla, extendía hacia mí el cañón de un revólver ...
La maquinadora Rita Hayworth, revólver en mano, en La dama de Shanghai
La vengadora Clitemnestra, armada con una brutal hacha doble, en ejecución de sus planes.
En esos momentos finales, sigue reviviendo entre efluvios oníricos, el episodio de la guerrilla, cuando pidió morir en una situación extrema.
Han tenido que transcurrir cuarenta años para que hagáis caso de mi ruego!¡Mátame, pensé de nuevo, lo mismo que entonces, no permitas que caiga en sus manos!
Es, al parecer, las últimas palabras que le vienen a la mente antes de su definitivo final. Pues hay una elipsis, se supone que se produce el impacto. La siguiente frase culmina el episodio, y significa su desaparición.
Y de pronto todo se convirtió en vacío.
Su existencia ha dejado de ser terrenal y, como un espíritu, flota, fluye, por ese vacío invisible, sin rumbo aparente.
Hace años que floto en el interior de ese vacío, empujado por un viento que no posee dirección precisa.
Es claro que el rey Agamenón no tiene de inmediato, como el Sucesor, esa doble existencia inmaterial y etérea. En todo caso, habría viajado a ese inframundo se seres exangües de la religión antigua.
El protagonismo de la acción y la escena recae, pues, en los otros personajes, su mujer y el amante de ésta, Egisto, y, principalmente, en los hijos del matrimonio real, Electra la hija y Orestes el varón. A éste es al que trágicamente obligará la religión de Apolo a vengar y cumplir la sanción vengativa por el crimen contra su padre.
A éste, en verdad, sí que lo atormentarán otros seres, también etéreos, pero vistos como reales para la religión antigua, las funestas Erinias.
Ya se sabe desde siempre el gran paralelismo entre la tragedia clásica y el cine negro de Hollywood en sus años de esplendor. Aquí se vuelve a reproducir ese paralelismo, con el relato de género, tipo thriller, en la novela de Kadaré.