De repente, todo cambiò, se arrambló con aquello y desapareció, como una visión ilusoria, lo que durante años llevaba fijado en las miradas de los que por allí pasaban.
En unos meses ya nadie recordaría lo que había allí.
Un muro, una tapia, lustros ocultando sus entrañas, quedò abatido y derrumbado cierto dìa de septiembre de este año en curso, sin previo aviso para el inadvertido viandante, sin ninguna nota previa, sin un simple adiós.
Lo que vivía y existía tras aquel largo y prolongado paredón se mostrababien visible ahora. Como un telón que cae, a la vista de todos estaba aquel espacio, aquella huerta que permaneció oculta durante dècadas a los ojos ajenos, dormitando un sueño suyo y particular.
Por aqui y por alla, unos bloques grises indicaban alguna construcciòn inacabada, y la maleza, tupida y creciendo desordenada, no dejaba todavía ver màs alla de lo que el muro hasta entonces impedìa.
El muro tapia, de años, lustros y dècadas prolongados, ajado, sucio y polvoriento, a pesar de todo, se mantenía venerable en su vetusta apariencia. Habìa protegido con su pared, la vista curiosa y un poco impertinente de los cualesquiera viandantes que por allí anduvieran.
Ahora, vìctima de un derrumbe con nocturnidad y alevoso, el muro derruido habìa dejado de existir para siempre. Tanta era la urgencia que incluso a los operarios del destrozo les habìa faltado tiempo para hacerl desaparecer los cascotes y restos de aquellos ajados ladrillos.
Ahora, ante todos, a la vista algo impùdica de cualquiera, se revelaba y desvelaba un lugar, un huerto, verdad que abandonado y en desidia, nada del otro mundo, por otra parte, que había permanecido guardado, celosamente,un sueño de lustros.
Y todo esto, ¿por què?
En verdad que lo que se atinaba a ver hasta ahora de aquel jardìn escondido y desatendido era apenas nada. Ya decimos una palmera patas arriba, unos omnipresentes cañaverales, unos feos bloques a ras del suelo, y más maleza en desorden. Nada màs.
En verdad que uno sospechaba mucho màs de lo que ahora se vislumbraba, tras aquel sucio pero venerable muro, de mediana altura y que terminaba a dos aguas.
Pero, realmente, no habìa màs, todo lo que se suponìa escondìdo tras aquella tapia, no era màs que las imaginaciones y las sospechas que uno libtemente dejaba al azar de la desocupada mente.
Ahora, tras los pocos cascotes, únicos testimonios de lo que allí una vez modestamente se irguió, una cinta de plastico o caucho gruesa, de cantoso color naranja, indicaba a los que por alli pasaban y circulaban, el antiguo lìmite que marcaba la frontera, el límite privado de la huerta, ese muro ahora derrumbado, en los suelos y ya inexistente.
Todo esto, no sé qué más, por un anónimo, alargado y vetusto muro tapia, desmontado y derruido con tanta urgencia, como quien desmonta un estante de quita y pon, un muro tapia arrumbado para siempre en una de las entradas y salidas de la ilustre y centenaria villa.
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