Sí: Espíritu del Sacrificio, Padre e Hijo divino de la maternidad, único Amante mío; Esposo más cumplido que el amor, eres tú y sólo tú el Dios de mi holocausto, y la ansiedad inmensa que me rige y me gobierna por la vida.
La situación es tan extrema que María Eugenia acaba por sublimar sus circunstancias. La claudicación de sus deseos vitales ante el ambiente social que la empujan hacia una vida reconducida y claudicante con las normas sociales, la personifica y de ese sacrificio inmenso y al mismo tiempo destructor, su desbordada mente lo convierte en un ente, una persona pero en su esencia.
La sociedad, si es así, acaba convirtiéndose en su matrimonio y su sacrificio. Las palabras místicas con las que se enfrenta a este martirio laico y ancestral expresan lo inexplicable de la experiencia.
En mi carrera loca de sierva enamorada era a ti a quien perseguía sin saber quién eras. Ahora, gracias a las revelaciones de esta noche altísima, acabo de mirar tu rostro, te he reconocido ya y por primera vez te contemplo y te adoro. Tú eres el Esposo común de las almas sublimes; las regalas de continuo con las voluptuosidades del sufrimiento y las haces florecer todos los días en las rosas abiertas de la abnegación y de la misericordia. ¡Oh, Amante, Señor y Dios mío: yo también te he buscado, y ahora que te he visto te imploro y te deseo por la belleza de tu hermoso cuerpo cruel que abraza y besa torturando; yo también tengo ansia de sentir tu beso encendido y hondo, que labio a labio ha de besarme eternamente sobre mi boca de silencio; yo también quiero que desde ahora me tomes toda entre tus brazos de espinas, que te deleites en mí y que me hagas de una vez y para siempre intensamente tuya, porque así como el amor engendra en el placer todos los cuerpos, tú, mil veces más fecundo, engendras con tu beso de dolor la belleza infinita que nimba y que redime al mundo de todas sus iniquidades!”
(Teresa de la Parra, Ifigenia, 577-578)
Este último párrafo de la novela la verdad que es como el culmen de toda la tensión que se ha ido acumulando en la novela. Casi que podríamos identificarlo con el momento final en el que la mítica hija de Agamenón entrega su cuerpo finalmente en el altar y a manos de un cruel Calcante.
Pero, si es que esto es así, la autora pone en boca de Ifigenia, verbaliza, pero en clave contradictoria y enfervorizada, el sentimiento tortuoso, de amor más sufrimiento, en el que se encuentra embargada. Sentimiento este que es superior, incluso, al propio amor, pasión y estado supremo por todos aceptados.
El abrazo mortal y placentero en el que siente fundirse María Eugenia responde a una experiencia radical, traumática, que llegado un punto, trastoca, al parecer, los sentidos normales de la percepción en estado normal.
Ese sentimiento en el que se funde es, como en sus contradictorias palabras trata de expresar lo inexplicable, es totalmente arrasador y la absorbe completamente.
Así lo trata de expresar en esas expresiones paradójicas, … voluptuosidades del sufrimiento …, … hermoso cuerpo cruel …, besa torturando … Manifestaciones verbales todas ellas expresadas en un arrebato de fervor y casi de trastorno.
Da la impresión de que María Eugenia, en el momento supremo de su vida, en la renuncia a su futuro, encuentra de repente un sentido sublime y trastornado, una justificación extática de la vida. Y con expresiones contradictorias y contrapuestas, expresa como si estuviera trance su conversión en víctima propiciatoria de la sociedad, y un hondo y casi religioso sentimiento religioso de unión con ese ente social que le exige su sacrificio.
Parece como si Agamenón, el ejército aqueo, la flota varada en Áulide, Troya, Ulises, Menelao, Aquiles, Calcante, todos ellos, siguen detrás de esta Ifigenia del siglo XX, de esta sufriente María Eugenia.
Con la salvedad de que Agamenón y los otros no son seres existentes fuera de ella, sino que han tomado cuerpo y posición dentro de su joven e inocente ser.
La imagen del sacrificio, con el sacerdote expectante y presto con el puñal, la soldadesca contemplando, el rey avergonzado, todo ello está interiorizado y expresado de forma clarividente en este último párrafo de la novela.
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