Steven Pressfield,
La conquista de Alejandro Magno,
(The virtues of war, 2004).
Steven Pressfield es un autor contemporáneo de novelas de gran tirada. Con formación universitaria, después pasó varios años en la marina estadounidense. Los aspectos militares, por tanto, destacan en sus novelas.
Ha escrito la mayoría de ellas ambientadas en el mundo antiguo. Los títulos de éstas, todas ellas escritas de seguido, y dedicadas al mundo griego en concreto, son: Puertas de fuego, (1998), sobre las Termópilas, Vientos de guerra, 2000, referida a la Guerra del Peloponeso; Las últimas amazonas, (2002), donde recrea este cada vez más verídico mundo.
Además de éstas, tiene dos dedicadas a Alejandro, la que comentamos ahora, La conquista de Alejandro Magno, 2004, y La campaña afgana, 2006, que continúa la expedición macedonia hacia el interior de Asia.
En La conquista de A. M., el autor utiliza un recurso literario para contarnos la historia. Alejandro, debilitado, en los últimos días de su vida, habla con el joven Itanes, hermano de su esposa Roxana. Al parecer, solo siente confianza en él y, por ello, le relata y dicta los episodios de su vida, hasta los momentos finales.
Emplea, por tanto, la narración en primera persona, un recurso similar que ya utilizó Mary Renault en el volumen dos de su trilogía sobre el rey macedonio, El muchacho persa, o, en castellano, el premio Planeta del pasado año, La sangre del padre, de L. Goizueta.
El autor dedica a la gran batalla, pues, varios capítulos, señal del cuidado y la importancia que le da a tal hecho de armas en el conjunto de su novela. Es considerable, por lo tanto, la parte dedicada en la novela al lado bélico y expansionista de Alejandro. Y, además, a esta de Gaugamela la detalla con detenimiento, por ser la de más importancia que va a tener en el apoderamiento del Imperio persa. De hecho, el título ya nos lo indica y avisa.
Los capítulos son los siguientes:
21, EL AVANCE EN MESOPOTAMIA.
22, MARCHAMOS EN DIRECCIÓN ESTE HACIA EL TIGRIS.
23, LA MATERIA DEL CORAZÓN.
24, LA JOROBA DEL CAMELLO, y
25, LOS ROMBOS EN EL VIENTO.
21, EL AVANCE EN MESOPOTAMIA
Anábasis (habla Alejandro en primera persona) es una palabra militar. Significa «marcha al interior». Estamos a principios del verano, tres años después de que el ejército cruzara a Asia. Comienza nuestra anábasis en busca de Darío.
Es otro detalle de esta novela. Es claro que la palabra Anábasis hace alusión no sólo al vocablo en sí, sino a la obra de un discípulo de Sócrates, escritor y militar ateniense, Jenofonte, la Anábasis o Anábasis de Ciro, Κύρου Ανάβασις, texto con el que se han iniciado, escolarmente, muchas generaciones de alumnos en la lengua griega. Relata, en primera persona, como esta novela, la aventura expedicionaria en la que participó con un contingente de mercenarios griegos, en favor de Ciro, aspirante al trono de Persia, enfrentado a su hermano Artajerjes, que lo detentaba en esos momentos.
La aventura acaba de forma trágica, y los mercenarios griegos, con el propio Jenofonte que se pone al frente, inician una fatigosa retirada, que es también el otro significado, hacia su patria Grecia.
El relato era de sobra conocido en el mundo griego, y era una especie de comentario, pues sirvió a los escritos por los romanos, como el propio de César, unos informes válidos sobre condiciones geográficas, humanas, militares, etc., de cualquier expedición que se aventurara en el gran imperio persa.
Alejandro, junto con la Ciropedia, tenía estos libros bien cercanos y leídos, en cuanto le informaban del mundo persa, la educación de la aristocracia, las luchas de los mercenarios griegos contra el ejército persa en la aventura de Jenofonte, etc..
El capítulo 22, MARCHAMOS EN DIRECCIÓN ESTE HACIA EL TIGRIS, relta el avance del ejército macedono, una vez decididos a enfrentarse al rey en su terreno.
El capítulo 23, LA MATERIA DEL CORAZÓN, es el previo al dedicado a la batalla. allí relata Alejandro en primera persona cómo ha estado aguardando este momento desde siempre, como si ya hubiera estado predestinado a él desde que tomó conciencia de sí, aún en la niñez. Dato este algo exagerado, tal premonición, sabiendo como se sabe los vaivenes que tuvo su vida y, sobre todo, las dudas que tuvo la propia campaña en asiática en la realidad histórica.
Me has preguntado cuánto tiempo tardé en preparar el plan de la batalla de Gaugamela.
Lo tenía preparado desde los siete años. Lo he visualizado un millar de veces. He visto este plan en mis sueños. He imaginado la disposición de Darío. He librado esta batalla en mi imaginación durante toda mi vida. Solo me faltaba vivirla en la realidad.
Evidentemente, Pressfield se ha preparado para la batalla de Gaugamela concienzudamente, le ha dedicado varios capítulos y muchas páginas, más de las de otros autores. Quizás se podría equiparar las numerosas estrofas que le dedica el Libro de Alexandre a la misma batalla.
Es claro que le ha querido dar una dimensión gloriosa, a la altura de la grandeza que tiene, a pesar de ser una desconocida hasta estos últimos años.
En el capítulo 24, titulado muy documentadamente LA JOROBA DEL CAMELLO, es una clara alusión al origen etimológico de la batalla. En efecto, Gaugamela es la adaptación griega de la palabra semita Gomel, que significa camella. A ella se alude a la pequeña colina que se encuentra en la llanura, con forma de joroba de camello, y que aún mantiene ese nombre, Tell Gommel, es decir, la “colina del camello".
https://www.terradininive.com/projects/tell-gomel/?lang=en
Es un detalle, como otros que aparecen en el relato de la batalla, que lo hacen singular en el conjunto de las otras novelas históricas de Alejandro. Cada una, es evidente, en su calidad y estilo particular.
Pressfield, en su afán realista, menciona el dato de las diferentes monturas con que se enfrenta Alejandro en esta y otras batallas. Bucéfalo, es cierto, ya andaba mayor como para aguantar una larga jornada de combates. Por ello se le reserva para los momentos centrales.
Este dato de los caballos de Alejandro curiosamente, anecdótico pero interesante, se encuentra en Curcio o Dionisio
Cabalgo sobre Corona cuando descendemos de la cadena de colinas llamadas Arouck. Bucéfalo me sigue, guiado por mi mozo Evagoras. Bucéfalo lleva puesto el cabezal con la cinta de adorno, y la liviana montura de combate, pero Evagoras carga con los protectores de las patas y el peto a la espalda. Mi caballo tiene diecisiete años. Lo montaré solo para la carga final.
La batalla propiamente dicha de Gaugamela se contiene en el capítulo 25, titulado LOS ROMBOS EN EL VIENTO
El encuentro bélico sigue narrado en primera persona por el propio Alejandro. No es un Alejandro introspectivo, como luego el de A. Goizueta, ni mucho menos, sino que el rey va describiendo lo que va presentándose ante su vista de un modo casi objetivo y analítico.
Vemos desde un kilómetro las estacas colocadas por los persas que marcan los límites de las pistas preparadas para los carros falcados.
Una cosa que destaca es el gusto por el realismo con el que quiere relatar el combate. Así, uno de los elementos por los que uno se pregunta, cuando se enfrenta a una batalla de las magnitudes de Gaugamela, y que choca con las narraciones literarias, es la forma en que, en todos los relatos, los líderes parecen saber lo que se produce en todo momento y en todas partes al instante.
De esta manera, aunque es un recurso literario, claro, Alejandro tiene plena conciencia de lo que ocurre, aunque haya miles de combatientes, líneas de guerreros enfrentadas de más de un kilómetro de extensión, distintos regimientos, etc.
La pregunta, por lo tanto, es cómo se sabía de la marcha de una batalla cualquiera y, además, con las dimensiones de la de Gaugamela.
Pressfield, como ninguno hasta ahora (es cierto que Stone lo hace en el film, y Manfredi también, cuando Parmenión envía a algún mensajero en su apoyo), aquí Pressfield nos muestra abiertamente, y lo introduce literalmente el equipo de correos y mensajeros que tiene Alejandro a su disposición. Con ellos, con los mensajeros cuenta, y Pressfield lo hace notar y los introduce como elemento narrativo, para saber de la situación en los diferentes frentes de combate, cosa imprescindible, lógicamente, en el transcurso del choque militar.
Este sistema de correos y mensajeros es necesario en el desenvolvimiento de la batalla, pero que poco se ha retratado en las otras novelas.
Los diarios del ejército consignan que aquel día contaba con once ayudantes y correos en la rotación; empleo solo a dos para el centro y la izquierda; los otros nueve van y vienen a la derecha. Cada mensaje que recibo es idéntico al anterior: «Envía refuerzos». La respuesta también es idéntica: «Resiste».
El encuentro Alejandro-Darío se narra con gran detalle y más precisión de lo que suele suceder.
Hay un avistamiento, otro lugar común del encuentro, en medio del fragor, de Alejandro sobre Darío.
Ahora vemos a Darío. El rey está a poco más de quince metros, en su carro,
Sin embargo, éste, lejos de retratarse con la ya consolidada y tópica mirada de terror en sus ojos, acobardado,como se le ha representado, no tiene tiempo para eso, pues se bate en la batalla con su askara, una lanza propia de los persas. Hasta aquí llega el detallismo.
Y también la novedad. Evita presentar a Darío como un cobarde directamente, y lo presenta luchando, con una lanza en las manos, askara, segúnla llama, y repartiendo mandobles.
… y empuña la askara, la lanza de dos manos, con extraordinaria destreza y valor contra los jinetes de nuestro escuadrón de Bottia, situados en el extremo derecho de nuestra carga;
Además, no recurre a la imagen icónica del carro que gira y se retira, nada de esto se produce.
Alejandro está desesperado, una vez avistado la cercanía del rey persa, de ir a por él y capturarlo él mismo.
La posibilidad de que alguien mate a mi rival casi me hace perder el juicio. Solo tres filas de jinetes enemigos nos separan del rey. Veo a Carmanes, el capitán de la guardia, que reúne a una compañía para proteger el carro del monarca. Cargo con Bucéfalo, enloquecido por la rabia y la frustración.
Pero Pressfield se resiste a introducir el icónico episodio de la jabalina. Antes de eso, aparece de pronto un escuadrón persa, que llega en protección de su rey, con lo que la posibilidad de atacarlo se disipa.
De pronto aparece por nuestra retaguardia un frente de infantería pesada enemiga. Son los mercenarios de Patron, a los que habíamos rodeado en nuestro ataque. Algunos han conseguido escapar de nuestra gran cuña; ahora están aquí. Se abren paso a través de nuestros hombres de Bottia. Sus escudos forman un anillo defensivo alrededor del rey. Lo salvarán.
Es decir, contra toda la tradición de las fuentes, el mosaico y las recreaciones novelísticas (cf. Issos), en Gaugamela no hay ninguna huida repentina y cobarde del rey en su carro. Tampoco recurre al ataque con la jabalina de Alejandro. Se detalla, al contrario, un enfrentamiento entre las fuerzas enemigas en torno al carro, y no hay esa espectacularidad y efectismo que emplean los otros relatos al narrar esta escena, tratada como un lance heroico y singular del rey macedonio.
Pressfield evita recurrir a este episodio ya tópico y dar esa visión recurrente en las novelas y films del episodio.
Pero sí retrata a Alejandro con el afán de llegar hasta Darío, a pesar de que la refriega ya no lo permite. Sus fuerzas, por otro lado, en un detalle realista de nuevo, están resentidas por la fatiga.
Ruego al cielo pidiéndole alas, fuerza, lo que sea que pueda llevarme a través de la muchedumbre y permitirme alcanzar a mi enemigo. Tengo las piernas tan cansadas que no siento nada por debajo de la cintura. Me lanzo de nuevo a la refriega. Las filas de los defensores tendrían que ceder a medida que se reduce su número y al ver que su rey se prepara para escapar.
La retirada del rey, por lo tanto, no es un hecho personal, impulsivo y acobardado del líder persa. Se produce de forma táctica, con varios regimientos agrupados en torno al carro para que este pueda escapar de forma ordenada.
Además, como ya se registra en Plutarco y otros, los propios persas están dispuestos a sacrificar su vida por conseguir que Darío tenga más opciones de huida. Donde suele haber anonimato y la figura cobarde de Darío, Pressfield nos elabora un retrato más completo y detallado de cómo suceden estos acontecimientos, lejos de la espectacularidad y el gusto por lo llamativo.
Sin embargo este conocimiento, cuando llega, solo consigue que los caballeros de Persia realicen un esfuerzo sobrehumano. En el punto de penetración, los defensores redoblan sus esfuerzos, convencidos, no cabe imaginar otra cosa, que cada segundo que ganan a costa de su sangre ayuda a que se salve su rey.
Es que, además, el propio Alejandro es consciente del valor de los guerreros, caballeros como los llama, persas, así lo reflexiona.
Como decimos, lejos de la cabalgada épicas de los films, la de Alejandro lanza en ristre, y que luego arroja con rabia, en Pressfield hay un relato que quiere ser verosímil y lo más realista de lo que pudo suceder.
Ha habido que superar diez filas de combatientes, apiñadas, hasta llegar al carro real.
El enemigo se retira ante nosotros, en orden, sin dejar de resistir. Están frescos. Nosotros estamos exhaustos. Nuestra línea ha tenido que abrirse paso, combatiendo por cada palmo, a través de diez filas.
Como sería de suponer, Alejandro tiene que defenderse de un ataque, y nunca llegará hasta el rey.
No habrá jabalina, por lo tanto, esa escena icónica.
En contra del mosaico, los films o los textos literarios.
Carga contra los enemigos persas espada en mano, en el fragor de la carga.
Me enfrento a un campeón con una coraza de hierro, un zurdo, que está a dos filas del rey. Su lanza no se me clava en la axila del brazo derecho por los pelos. Le hundo la espada en la garganta y empujo con todas mis fuerzas para apartar al hombre de mi camino, …
No hay jabalina por ningún lado.
De nuevo, como si Pressfield quisiera apartarse a propósito de las narraciones y otras recreaciones, Darío no agarra las riendas y hace girar el carro. Es una imagen icónica que aparece en los textos, el mosaico, se repite en las novelas y llega hasta el cine.
Aquí se elude el seguir con la imagen tradicional del carro que gira para la huida.
Son unos soldados, lo lógico, por otra parte, quienes abren un camino previo por el que pueda huir de forma más libre el carro real. Una versión más realista del hecho, claro.
Veo al mercenario Patron que reúne a su compañía alrededor de Darío. La guardia a caballo de Carmanes abre un camino para la huida. Gritan pero no llega ningún sonido; chasquean los látigos pero mis oídos no captan los trallazos.
La huida de Darío, por lo tanto, es organizada, táctica, casi anónima y hasta desconocida.
Quizás pudo suceder así, o no. Porque las propias fuentes antiguas, sobre todo Curcio, hablan del ataque de los Compañeros al carro real, el rumor de que Darío había muerto, y el desorden y la desorganización que se adueña del ejército ersa.
Según Pressfield, parece que no influye esto en nada. Cosa también difícil de aceptar.
La persecución de Darío, en esto sigue la versión tradicional, no se llega a producir. De nuevo es Parmenión, aunque esta vez junto con otros varios generales, Crátero, Menidas, …, quienes lo reclaman para consolidar sus posiciones.
—¡Se escapa! —grita Filotas. A lo largo de la línea un centenar de gargantas macedonias repiten el grito.
El combate se prolonga durante otras dos horas. Mis escuadrones no se pueden separar para perseguir a Darío, tan desesperada es la lucha en las dos alas. Las compañías de Parmenio y Crátero se baten en la izquierda; las de Menidas, Aretes, Cleandro y Aristón en la derecha. Todas ellas necesitan recibir refuerzos con urgencia, …
Se parece en algo al Libro de Alexandre.
En su lugar, y con ese verismo que le caracteriza, describe a un Alejandro exhausto que, por más que lo intenta, no alcanza, tal es la magnitud del combate, de alcanzar a Darío.
Como parecería más verídico, la retirada de Darío se produce con cierto orden y táctica, no ese tirón de riendas y el giro de ruedas tan efectista de las otras novelas y los films.
Se nota que Pressfield ha querido dignificar al rey persa en tanto que guerrero con esto. Es más, como se dice, parece que este autor escribe, por así decir, a la contra. Esto es, parece tener delante otras versiones y recreaciones más o menos coincidentes de ciertos episodios de la batalla, y él, por su parte, quiere ofrecer una versión, se podría decir, más técnica, realista, veraz, por su especialización en historia militar, de los mismos. Suponemos todo esto, claro, aunque en varios pasajes se aprecia algo parecido a esto.
El enemigo se retira ante nosotros, en orden, sin dejar de resistir. Están frescos. Nosotros estamos exhaustos.
Ahora vemos a Darío. El rey está a poco más de quince metros, en su carro, y empuña la askara, la lanza de dos manos, con extraordinaria destreza y valor contra los jinetes de nuestro escuadrón de Bottia, situados en el extremo derecho de nuestra carga; han conseguido abrirse paso entre el apretujamiento y ahora se lanzan sobre el carro real. La posibilidad de que alguien mate a mi rival casi me hace perder el juicio. Solo tres filas de jinetes enemigos nos separan del rey.
Si bien el autor quiera presentarnos los lances de la batalla con más verismo y realidad, sin embargo pierde algo de esa espectacularidad a la que dan oportunidad estos lances. Estos episodios ya han acumulado una cierta tradición en las diversas recreaciones que se han realizado desde tanto tiempo atrás, y Pressfield parece querer distanciarse de ellos.
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