De repente, se le hizo un vacío
en la memoria.
Miró al lugar de siempre, de toda la vida, a ese rinconcito inadvertido, y se había esfumado. Ya no estaba.
¿Cómo?
Pues ..., como la sucursal del Banco Hispano-Americano, la de la canción de Sabina.
Se trataba de un rincón, rincones, de la vetusta ciudad de Aguere, que encuentrabas aquí y allá, abandonados, con la maleza recubriéndolos, resistiendo con su planta el paso del tiempo.
Abandonados a su suerte, dejados de años, no era tanto su imagen de abandono lo que le llamaba la atención a uno.
Más bien era la conciencia de tiempo detenido, intemporal, resistente al paso aplastante de los años.
Latía allí, en esos rincones, rincones convertidos ya en estampas, algo vivo, aunque languideciente. Apenas viviendo con un hilillo de vida, con un soplo de aire.
Son, eran, esos rincones de la antigua ciudad del hablar al ves-re.
Un muro descascarillado, rodeando
una finca olvidada, en la entrada misma a la ciudad,
llegando por la carretera de Tejina.
De pronto, una límpida acera, un diseño de tiralíneas, una nueva edificación, lo había barrido del lugar, lo había fulminado. Como quien se quita los cascos de un juego de realidad virtual.
¿Cómo?
Pues..., la sucursal del Banco Hispano-Americano.
Al poco tiempo, ni siquiera recordaremos que allí hubo esa estampa, esa fotogenia, esa imagen impávida al paso del cemento y los ladrillos de los tiempos.
Miró al lugar de siempre, de toda la vida, a ese rinconcito inadvertido, y se había esfumado. Ya no estaba.
¿Cómo?
Pues ..., como la sucursal del Banco Hispano-Americano, la de la canción de Sabina.
Se trataba de un rincón, rincones, de la vetusta ciudad de Aguere, que encuentrabas aquí y allá, abandonados, con la maleza recubriéndolos, resistiendo con su planta el paso del tiempo.
Abandonados a su suerte, dejados de años, no era tanto su imagen de abandono lo que le llamaba la atención a uno.
Más bien era la conciencia de tiempo detenido, intemporal, resistente al paso aplastante de los años.
Latía allí, en esos rincones, rincones convertidos ya en estampas, algo vivo, aunque languideciente. Apenas viviendo con un hilillo de vida, con un soplo de aire.
Son, eran, esos rincones de la antigua ciudad del hablar al ves-re.
llegando por la carretera de Tejina.
De pronto, una límpida acera, un diseño de tiralíneas, una nueva edificación, lo había barrido del lugar, lo había fulminado. Como quien se quita los cascos de un juego de realidad virtual.
¿Cómo?
Pues..., la sucursal del Banco Hispano-Americano.
Al poco tiempo, ni siquiera recordaremos que allí hubo esa estampa, esa fotogenia, esa imagen impávida al paso del cemento y los ladrillos de los tiempos.
Seguramente, a estas horas, algún aficionado a la fotografía, protector de los recuerdos, guarde en sus memorias estos rincones que aún quedaban, vivos aunque inadvertidos, convertidos en imágenes, iconos, mudos testigos del tiempo.
Han ido poco a poco, sin que nadie fuera el responsable, desapareciendo, de incógnito, sin alzar ninguna voz. Silenciosos. Como seres de otro mundo.
Y quizás sea esa la única verdad. El mundo de los recuerdos, el de las nostálgicas imágenes. Han pasado a ese etéreo mundo de las imágenes.
Y, ahora, en los tiempos que corren, van formando parte de ese mundo virtual, el que recrea la memoria desde hace un tiempo, en el que poco a poco todos nos vamos diluyendo cada vez más.
Se han marchado de la anciana laguna por la puerta del ensueño. Ni siquiera ahora han
hecho otra cosa que permanecer inmóviles, ocultando su desdicha.
Muretes orlados de enredaderas verdes y rosas, puertas vencidas y oxidadas, van desapareciendo uno tras otro ante la apelmazante masa del tiralíneas y el plano ortodoxo aplicado al desaprovechado espacio.
Una tapia de siempre, de tierra y arcilla, decrépita, con su vegetación contenida tras ella, descubre ahora un pomposo cartelón, anunciando una promoción de adosados dúplex o tríplex.
Vamos, eficaz y óptimamente, hacia la concreción del proyecto urbanístico perfecto.
Aquí no caben terrenos en desuso,
tramos en sombra, solares desaprovechados, donde el tiempo se ha detenido. No hay
lugar para oxidadas puertas vencidas por el tiempo.
Los ramajes molestos asomando detrás de aquel solar de siempre, el murito terroso y sin pulir, han de ser reutilizados, rentabilizados, aplicando el máximo óptimo de uso y aprovechamiento al que se debe el lugar.
En La Laguna ahora mismo no hay espacio para vivir. Ese espacio, rincón, esquina, son una opción interesante, técnicamente hablando.
Ese rincón, esa esquina, los muretes, …, van viviendo, a su manera una vida de santurrones, eremitas y beatos.
Tras un lapso de tiempo
inexplicable, ha caído también sobre ellos el tiralíneas del proyecto, la
opción más aprovechable de ese espacio.
Los ramajes molestos asomando detrás de aquel solar de siempre, el murito terroso y sin pulir, han de ser reutilizados, rentabilizados, aplicando el máximo óptimo de uso y aprovechamiento al que se debe el lugar.
En La Laguna ahora mismo no hay espacio para vivir. Ese espacio, rincón, esquina, son una opción interesante, técnicamente hablando.
Ese rincón, esa esquina, los muretes, …, van viviendo, a su manera una vida de santurrones, eremitas y beatos.
Y allí, pues, más allá de este mundo devorador de espacios, omnívoro, estos rincones de la memoria viven ahora, silentes, de piedra, en el mundo el de los justos, un más allá siempre junto a nosotros, invisible siempre.
Han pasado a otra vida, inmortal ella, al otro lado de la Estigia. Van las imágenes hacia allí, calladas, silenciosas.
Han desaparecido, en verdad, de su existencia física, terrenal. Quizás desaparezcan del todo cuando el último visionario de estos santos y arrinconados lugares desaparezca también. Y ya nada será de ellas, ya nada de nosotros.
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