Aunque sea un poco precipatado todo, como siempre, releyendo de nuevo al poeta romano y su impercedrea historia de amor, primerizo cancionero amoroso, el de Catulo y Clodia-Lesbia, releyendo, decíamos, los breves poemas en los que rechina rencor y amor a partes iguales contra la antaño perfecta dama y docta puella, hacia la que desahoga su bilis y sus despecho, revivía y recordaba alguna situación similar.
Entre línea y línea me recordaba, aunque no es la misma historia ni pasión, la de aquella canción, "Princesa", que J. Sabina le dedica, con más ternura compasiva que el humor furibundo catuliano, a aqulla joven dama de la movidfa madrileña, un buen día acabada entre el montón y el tumulto indiferente de los que la vida ha pasado inmisericorde sobre ellos.
Celio, nuestra Lesbia, la Lesbia aquella, aquella Lesbia a la que, a ella sola,
Catulo ha querido más que a sí mismo y a todos los suyos, ahora en las encrucijadas y en
las callejas se la pela a los descendientes del magnánimo Remo.
También se podría hablar del gorrión de Lesbia y del "otro perro que te ladre". En realidad, lo del perro en "Princesa" es una frase hecha, un modismo de la lengua española sin ninguna referencia fíca real. El gorrión, sea una realidad, o un símbolo, en nada tienen que ver. Solamente que al aludir a dos animales en la misma composición, aludimos a ello.
Realmente, Sabina parece un otro Catulo, en su momento enamoradísmo y embelesado por aquella chica, aquella princesa. Pero, a diferencia de éste, es él ahora quien no quiera volver a ella, y quien ve, con ciertas dosis de realismos, aquellos derroteros que tomó la vida de la que fuera su princesa. En cierto modo, se siente aliviado de haberse apartado de su camino.
Catulo, en cambio, desprecia e insulta a una Lesbia de la que no sabemos si en realidad todo lo que le endosa haya sido verdad, en todo o en parte.
Lo que sí es comparable es la imagen de las dos examantes al pie de la calle, una, a los ojos de Catulo, convertida en mujer mundanísima y auténtica cortesana, por no decir otra cosa, la otra la de Sabina, perdida en los efluvios degradantes del alcohol y el lisérgico.
Ahora es demasiado tarde, princesa, parece inconcebible que Lesbia volviese en algún momento con Catulo, en el hipotético caso que hubuiese sido, a saber en que circunstancias sería y si todo esto que el romano relataba en sus poema de desdicha y despecho, hubiera rectificado y volviese a su amor por ella.
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