jueves, 18 de abril de 2019

Ibant obscuri sola sub nocte per umbram.


Ibant obscuri sola sub nocte per umbram  
(Virgilio, Eneida, 6, 268):
“Vagábamos oscuros entre las sombras bajo la noche”

            Avanzamos ya unos kilómetros en nuestra odisea cotidiana. El mundo, que es el inframundo a estas horas de la mañana, luce como siempre. Noche oscura, luces ambarinas que destilan emergencia, farolas flamígeras omnipresentes, coches como fuegos fatuos de brillos blancuzcos y rojizos, y, por encima de todo, la omnipresente obscuridad, sin estrellas o apenas visibles, envolviendo con un manto la noche absoluta.
            Envueltos en mantas y mantones, con alguna sonrisa y comentarios, nos vamos sumiendo en la somnolencia  del viaje.
            Se van haciendo silencios cada vez más prolongados, al tiempo que el bús, que esta mañana parecía un insecto, especie de coleóptero con los espejos laterales prominentes como antenas articuladas, el bús recorría ligero el gran río de la TF-1, en carrera desagallada con otros flujos móviles que se disputaban la primacía de la velocidad.
            Destilando a chorros el fluido ambarino de sus luces, las antorchas flamígeras bordeaban el camino como los cipreses en cualquier sendero del Mediterráneo o como los eucaliptos.
            - F., ¡nos chafaron el partido contra Turquía!
            - ¿Qué?
            - Que nos pusieron visita de parentes!

            Y en esto llegamos al embarcadero del Hondo Suspiro.
            Íbamos oscuros en la noche.




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