Ibant obscuri sola sub nocte
per umbram
(Virgilio, Eneida, 6, 268):
“Vagábamos oscuros entre
las sombras bajo la noche”
Avanzamos ya unos kilómetros en
nuestra odisea cotidiana. El mundo, que es el inframundo a estas horas de la
mañana, luce como siempre. Noche oscura, luces ambarinas que destilan
emergencia, farolas flamígeras omnipresentes, coches como fuegos fatuos de
brillos blancuzcos y rojizos, y, por encima de todo, la omnipresente
obscuridad, sin estrellas o apenas visibles, envolviendo con un manto la noche
absoluta.
Envueltos en mantas y mantones, con
alguna sonrisa y comentarios, nos vamos sumiendo en la somnolencia del viaje.
Se van haciendo silencios cada vez
más prolongados, al tiempo que el bús, que esta mañana parecía un insecto,
especie de coleóptero con los espejos laterales prominentes como antenas
articuladas, el bús recorría ligero el gran río de la TF-1, en carrera
desagallada con otros flujos móviles que se disputaban la primacía de la
velocidad.
Destilando a chorros el fluido
ambarino de sus luces, las antorchas flamígeras bordeaban el camino como los
cipreses en cualquier sendero del Mediterráneo o como los eucaliptos.
- F., ¡nos chafaron el partido
contra Turquía!
- ¿Qué?
- Que nos pusieron visita de
parentes!
Y en esto llegamos al embarcadero
del Hondo Suspiro.
Íbamos oscuros en la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario