domingo, 21 de abril de 2019

CHARLTON HESTON, LOS DIEZ MANDAMIENTOS, PRÍAMO, MOISÉS Y EL LANETA DE LOS SIMIOS

       Estos días de Semana Santa, no se por qué, se han vaciado a conciencia, creo que más que en otras ocasiones, las remesas de películas de tema bíblico, tan populares hace unas décadas, pero que hace tiempo ya decayeron y fueron sustituidas por películas de tema antiguo, ya sea romano o griego sin la carga religiosa de las de aquel tiempo.

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          De todas formas, una de las que siempre toca, por su calidad, monumentalidad y contenido religioso, es Los Diez Mandamientos.
       
       Por cierto, mientras veía en la pantalla a Charlton Heston haciendo de Moisés, retirado al duro desierto acompañado de una adorable esposa, Sephora-Ivonne de Carlo, hice zapping y me volví a encontrar al Heston, también envuelto en harapos como en la bíblica, tratando de escapar de los simios en su planeta en el Planeta de los simios.

       Es por eso que en una de estas ocasiones en que cambiaba de canal, una conocida que estaba por casa exclamó impresionada "¡todavía está esa película!", justo en el momento en que Heston desesperado trataba de huir de los aventajados primates, creyendo que era la bíblica película.
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       Volviendo a la anécdota que nos llamó la atención, por lo demás conocida, ocurre en un momento de la película, hacia las 2:11 minutos, justo en el intermedio. La escena posterior a éste es un recibimiento de autoridades diversas ante el faraón de Egipto, Ramsés II. La segunda o la tercera es presentada como el rey Príamo de Troya, al que se le introduce con la pompa adecuada a estos momentos.
       Así pues y según la película, la vida y hechos de Moisés, por un lado, y la épica guerra de Troya, por otro, momentos tan decisivos ellos, corren contemporáneos  en la historia.

       Y no sólo esta presentación de Príamo con Moisés, sino que Príamo como ofrenda trae una tela teñida de rojo hecha con un material desconocido, al que se le llama seda.
 
       Pensándolo mejor, quizás pudieran tener alguna relación, aunque sea por aproximación. Es conocido que la guerra de Troya no es un hecho aislado, sino está en relación con un horizonte de guerras y batallas que asolan toda esa zona del Mediterráneo. Es lo que se llama los Pueblos del mar. Como hemos dicho, parece que la guerra de Troya fue un episodio más de esta serie de destrucciones contemporáneas que sufren todos estos lugares.
      Ahora bien, esto sucede algo después de donde los sitúa Los Diez mandamientos, no en relación con Ramsés II sino con Ramsés III. Por lo tanto, tampoco andaban tan desencaminados, más bien acertaron al hacerlos coincidir. Años después los Pueblos del Mar invaden y asolan esas zonas del Mediterráneo oriental, y el que hubiese sido el rey de Troya entonces, se llamase Príamo o no, verá su reino destruido.
(cf. este enlace de la UAB)

       En fin, cosas de los guionistas de Hollywood en aquellos años dorados de la meca del cine.

viernes, 19 de abril de 2019

El inspector De Cock y los pies

El pie como señal, vaticinio:

Baantjer, Muerte en Amsterdam.

Resultado de imagen de BAANTJER MUERTE EN AMSTERDAM     Al serio y sagaz detective holandés De Cock, terminado en ck, le duelen, nota los pies si la investigación no marcha bien, y al contrario, si va bien encaminada. Los pies es aquí un medio de adivinación, 

"... Se dejó caer en la silla y levantó las piernas apoyándolas en la mesa. Notaba sus pies. Eso era una mala señal, porque cuando avanzaba en cualquier investigación, dejaba de sentirlos. Sin embargo, cuando el caso no marchaba bien, si la solución parecía lejana, entonces sus pies  se hacían dolorosamente presentes..." (pp. 158-159)

     En cambio, cuando al final de la investigación, ya puede descansar con alivio, los pies, es decir, como representantes de toda su persona, se hayan bien acomodados.

" ... Estaba satisfecho con la manera en que se habían desarrollado los acontecimientos. Se acomodaba en su sillón con los pies metidos en sus cómodas zapatillas..."

jueves, 18 de abril de 2019

Ibant obscuri sola sub nocte per umbram.


Ibant obscuri sola sub nocte per umbram  
(Virgilio, Eneida, 6, 268):
“Vagábamos oscuros entre las sombras bajo la noche”

            Avanzamos ya unos kilómetros en nuestra odisea cotidiana. El mundo, que es el inframundo a estas horas de la mañana, luce como siempre. Noche oscura, luces ambarinas que destilan emergencia, farolas flamígeras omnipresentes, coches como fuegos fatuos de brillos blancuzcos y rojizos, y, por encima de todo, la omnipresente obscuridad, sin estrellas o apenas visibles, envolviendo con un manto la noche absoluta.
            Envueltos en mantas y mantones, con alguna sonrisa y comentarios, nos vamos sumiendo en la somnolencia  del viaje.
            Se van haciendo silencios cada vez más prolongados, al tiempo que el bús, que esta mañana parecía un insecto, especie de coleóptero con los espejos laterales prominentes como antenas articuladas, el bús recorría ligero el gran río de la TF-1, en carrera desagallada con otros flujos móviles que se disputaban la primacía de la velocidad.
            Destilando a chorros el fluido ambarino de sus luces, las antorchas flamígeras bordeaban el camino como los cipreses en cualquier sendero del Mediterráneo o como los eucaliptos.
            - F., ¡nos chafaron el partido contra Turquía!
            - ¿Qué?
            - Que nos pusieron visita de parentes!

            Y en esto llegamos al embarcadero del Hondo Suspiro.
            Íbamos oscuros en la noche.




miércoles, 17 de abril de 2019

El dios Esculapio en su centro ritual


Miércoles, 17 de abril de 19. El dios Esculapio en su centro ritual

Llego al servicio de neurociencias en el Huc, por fin después de llevar más de una semana en un estado lamentable. Y gracias que ya tenía la cita de la revisión anual. Si no, hay que darle una cita nueva, y eso tarda, buff, por lo menos un año, me había dicho el lunes la musa de cabecera, la donosa dueña Tejerina.
- Color verde de la pantalla, vale?, me dice la secretaria mientras me da un papelito con el número que me toca.

Pegado al cristal de la misma ventanilla, veo un anuncio tamaño folio que pone lo siguiente, más o menos:
“En la consulta de epilepsia no se atenderán a personas sin cita previa. Si hay una aumento de la crisis en frecuencia, deben acudir a Urgencias, donde hay un neurólogo/a de guardia. Firmado el jefe de servicio de Neurología,..”.
¡Ah, vaya, el neurólogo de guardia!, pensé yo. Unos días atrás, siete de la mañana, dolores en la cara, calambres eléctricos en las mejillas y asustado ya desde un mes, fui directamente a Urgencias de ese mismo Hospital. Y allí, la doctora, diligente funcionaria y militante por la sanidad pública, me dijo que no iba a llamar a ningún neurólogo de guardia por eso que le estaba contando, que no fuera a un médico particular porque estaba favoreciendo a la sanidad privada, que fuera al médico de cabecera, y que si no tenía la cara torcida, me podía marchar ya. Que, en conclusión, que a qué había ido allí.
Eso había ocurrido una semana antes. Evidentemente, fui a un médico particular, que me miró y recetó, previo pago de la consulta, evidentemente.  Gracias que pude. Así estaba ya un poco más tranquilo.

Volviendo al Servicio de Neurociencias. No sé por qué, imagino que solo nos pasará a unos cuantos…, una especie de complejo de culpa, de sentirnos responsables por estar allí.
No era así, desde luego, pero contribuía un poco el ambiente seco del hospital, sus paredes blancas asépticas, los largos y grises pasillos, la luz por muy reparadora que fuera, el ambiente burocratizado, convertirte en un número que aparecerás en la pantalla, ser del color verde, no te vayas a confundir con los azules o con los rojos, ... Es decir, algo contribuía a esa sensación de ejército anónimo y ser una masa y una multitud sin nombre, solo un número.
De repente, y para llevarme la contraria, salió una enfermera o doctora, no sé, y dijo Luz Ángeles, sí, dígame cariño, y esa masa anónima en que nos habíamos convertido se rompió de golpe. Pero, al poco, volvimos a estar en lo mismo
Ocupábamos unos asientos insulsos, de plástico, tres largas filas que se interrumpían en los tramos de cada consulta. Nos tenían enfocados a la pantalla de números, letras y colores como si fuéramos los simios de 2001 mirando al monolito.
Allí manteníamos la espera. Resignación, paciencia, calma. De vez en cuando, sonaba un casi agradable y artificial soniquete que te avisaba, por si acaso, de que acababa de dar paso a un nuevo paciente. Su número aparecía como novedad en la pantalla.
El agraciado, o supuestamente agraciado, pues pensaba en aquella película de Scarlett Johansson, la Isla,  en la que los elegidos en lugar de pasar a un estadio mejor, en realidad eran sacrificados, ... .
En cualquier caso, los que esperábamos nos íbamos levantando, un poco zombies, en dirección a las consultas que ya sabíamos donde estaban. Lo que seguía era ya asunto de cada no con su médico.

Pero ahí estaba, esa especie de malestar interno que a uno lo podría en aquel lugar, el de sentirse culpable, culpable de estar enfermo, y por eso tener que ser tratado, engullido y devorado por este gran monstruo que era el servicio Canario de salud y el mostrenco hospital.
Culpable y por eso tener que aceptar ser devorado, traqueteado, numerado, coloreado y no sé cuántos ados y hados más, hasta llegar a la sala hipóstila, el adyton de la antiguos, las entrañas del gran templo blanco. Y allí los oficiantes del destino, embutidos en una sacrosanta bata blanca, o verde, o azul, ya ni sé, esperar a que ellos interpretarán las entrañas de la víctima. Que ya no era una cabra o unas palomas o un cuto, sino tu mismo. Tú eras al mismo tiempo la víctima y el solicitante, y tus entrañas eran los signos oraculares que interpretaban el médico.
Y escudriñando alli, interpretar las imágenes y los signos, y dar un vaticinio aproximado de por dónde podría ir la cosa.
Y mientras uno estaba allí sometido a la inmensa capacidad del taumatúrgica del hermeneuta, en la sala seguía llegando y sentándose más y más personas, más multitud, un ejército infinito e insomne, de desheredados, víctimas de rayos celestiales, miasmas divinas y otras desventuras, encarnadas en los cuerpos insanos de los que allí entrábamos y salíamos, una multitud infinita que luchaba por sobrevivir a pesar de todo y de cualquier manera .
A todas, estás, mi número sin salir.

Aquí detrás le sonó el móvil a uno de los que esperan, y allí empezó una conversación de lo más cotidiana, cómo estás, que el niño tiene fiebre, si lo llevaste al médico, etc. Nos enteramos todos. Estaba hablando como quien está en la cocina de su casa, pero en la sala de espera de neurocirugía. Y como está el tiempo, aquí chipi chipi, seguía el hombre con la conversa que se había hecho viral, a nuestro pesar, entre los ocupantes de los asientos de neurociencia.

Que las entradas al Hades son muchas y variadas, está es una, la del DNI otra

Y cuando apagué el móvil, antes de volver a encenderlo para escribir esto, veo que en la pantalla oracular hay un aviso en letras rojas, al que le hacemos tanto caso como los alumnos en la clase:
            “se ruega desconectar los móviles cuando estén en el hospital”.