Me llaman el poeta ciego,/ que no se extrañe la gente,/ después de un whisky con hielo/ me pongo muy impertinente.
Soy famoso en Occidente / por la batalla de Troya,/ la conté divinamente,/ porque estuve allí en persona.
De la guerra y los desfiles/ guardaba un vago recuerdo,/ pero la he visto en el cine,/ y ahora sí que no me acuerdo.
No íbamos tan elegantes,/ no había tanta gente allí,/ la playa no era tan grande,/allí no estaba Brad Pitt.
Aquiles no era un portento,/ Aquiles era…normal,/ y Aquiles…, cuento al momento/ lo que sucedió en verdad.
Menelao, rey de los griegos,/ y Helena, su bella esposa/ dieron un festín palaciego,/una cenita amistosa.
Invitaron al evento/ al jefe de los troyanos,/ su enemigo hacía tiempo,/ el ambiente no era sano.
Mientras su esposo fardaba/ de armamento de alucine,/ Helena con sus esclavas/ se acercó por los jardines.
Allí conoció a un troyano,/ con su casco y su peñacho/ de esos que besan la mano,/ muy agradable el muchacho.
“Soy Paris, digno herededo [a alguien del público se le cae un vaso al suelo, y el narrador dice: "Cójanlo, cójanlo"]/¿podríamos dar un paseo?”/ Se la llevó de crucero/ por islas del Mar Egeo.
El marido de la hermosa,/ pronto recibió un papiro,/ un mensaje de su esposa:/ “Aún te quiero…como amigo”.
Menelao llamó furioso/ a Aquiles, Patroclo, Ulises/ que eran héroes musculosos/ y guapos como sanluises.
Se moría por combatir,/ y, usando razones necias,/ convenció a todo el país,/ le dio coba a toda Grecia.
No es sólo por mi mujer,/ invadiremos su estado/ para así echar del poder/ a un tirano que es muy malo.
Mandaré a la 6ª. flota,/ les ganaré en media hora,/ pero la historia fue otra/ frente a las puertas de Troya.
Actitud desafiante,/ en su estandarte advertí,/ un cayetano rampante/ y una leyenda [irreconocible].
“He venido desde Esparta,/ porque esa mujer es mía./ ¡Helenita, pa´ la casa,/ que no tengo todo el día!”
Salió Paris, el troyano,/ a su lado estaba Helena,/ cogiditos de la mano: imaginadse la escena.
Respondió en tono sumiso:/ “Yo seré Helena de Troya”./ Y firmó su compromiso/ dándole un beso en la…espada.
“No quisera ser injusta,/ aunque me encanta tu estoque,/ la que de verdad me gusta/ es la espada de Damocles.
La batalla era el remedio/ para liberar a Helena,/diez años duró el asedio:/ ¡fíjate si estaba buena!
Construimos la fortaleza,/ en la playa de nudistas,/ y, para tan alta empresa,/ me ofrecí de contratista.
Carpinteros, albañiles/ y mi propia comisión/ lo pagó el amigo Aquiles,/ que nos extendió un talón.
Mal viviendo en esa playa,/ diez años de resistencia,/ no acababa la batalla,/ se acababa la paciencia.
Menelao clamaba al cielo,/ “¡No consigo lo que quiero!/ ¡Zeus mío, cómo hecho de menos/ las croquetas del puchero!”
Se puso el casco, la espada/ y la armadura de cobre,/ una vez fue consumida,/ la última sopa de sobre.
“Paris, la guerra cruel/ para ambos es un suplicio,/ devúelveme a mi mujer,/ firmemos un armisticio”
Cuando escuchó en la ladera/ la respuesta de un cateto,/ comprendió que Troya entera/ le había perdido el respeto.
“Ya han pasado diez inviernos/ y Helena no se está quieta./ Menelao, tienes más cuernos/ que el Minotauro de Creta.
“Tengo que acabar con esto./ Lo arreglaremos luchando./ Nuestro Aquiles contra Héctor:/ un héroe por cada bando.”
Héctor saludó elegante,/ Aquiles lanzó de frente,/ y acertó a su contrincante,/ dándole en el bajo vientre.
Casi no nos enteramos,/ ¡qué breve fue la disputa/ entre Héctor, hijo de Príamo/ y Aquiles, hijo de…Tetis.
Sucedió lo más probable,/ porque nuestro campeón/ era todo invulnerable,/ todo menos el talón.
Si ahí le daban un flechazo,/ acababan con su vida,/ y se coló el mamonazo/ con dos sandalias de Adidas.
La [irreconocible] y sus tonterías,/ el talón al descubierto,/ al verlo no lo creía,/ yo me voy a cagar en sus muertos.
Paris desde la muralla/ cogió el arco de Artemisa,/ viendo el fin de la batalla/ el pueblo le metía prisa.
“Aciértale en el puntillo,/ en uno de los talones”./ “Anda, mira qué sencillo,/ dale tú con los cojones”.
Disparó bajo presión/ y, aunque parezca increíble,/ acertó en pleno tendón,/ a Aquiles el invencible.
Toda su fuerza al garete,/ por un pie, yo me lo explico,/ si me pisan el juanete,/ lloro como un niño chico.
Abatido junto al mar/ se oyó su último monólogo:/ “Cuando lleguéis a mi hogar,/ pedidme hora en el podólogo”.
Daban saltos de alegría,/ se las prometían felices,/ pero les sorprendería,/ toda la astucia de Ulises.
Ulises era un tío serio,/ de esos nobles de Itaca,/ que agudizan el ingenio/ cuando de joder se trata.
“Entraremos a por ellos,/ en algo…ande o no ande”./ Se acordó del refranero:/ “En un caballo muy grande”.
Sólo verán una jaca./ Celebrarán la victoria./ Le pondremos una placa,/ con una dedicatoria.
La placa decía, en resumen:/ “Con cariño va un regalo/ para el pueblo que presume/ de afición por el caballo.
Escondido en esa mole,/ apiñado con mi gente,/ no me aguanté y dije:/ “¡Olé, olé, vámonos, valientes!”
Por fin entramos en Troya,/ no importó la manera,/ yo iba dentro de la polla/ del caballo de madera.
Hasta la noche esperamos/ y cuando todos dormían,/ salimos y los matamos,/ derrochando valentía.
Un paraje desolado,/ cien mil víctimas mortales,/ que engrosaron el listado/ de daños colaterales.
No quedó en pie un solo muro,/ ni una piedra, desde luego/ les dimos bien por el culo,/ de esos sabemos los griegos.
El gran caballo incendiado,/ sentí una pena muy honda./ “¡Con lo que bien que habría quedado/ en medio de una rotonda!”
Regresamos a las naves/ cuando subió la marea./ Por si alguien no lo sabe,/ la vuelta fue una odisea.
[Hace el toque de una trompeta] Me llaman, ese es el toque,/ me reclaman con trompetas:/ “¡Ulises, no te `sofocles´,/ que me quedan tres cuartetas”.
No soy griego ni espartano,/ no pertenezco a esa casta,/ en verdad soy gaditano,/ vivo en la calle Sagasta.
Cuanto dije aquí es mentira,/ todo esto fue una estafa,/ ¿cuándo se ha visto en la vida/ a un espartano con gafas?
Aunque hablé sobre el pasado,/ la guerra es una desgracia/ y el cuento no ha terminado./ Buenas noches, muchas gracias.
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