Los lugares comunes de la isla desierta, el, o los náufragos robinsonianos, (aunque, en este caso, son viajeros en avión, dos, no uno, que aterrizan en una isla desconocida), la tormenta que lleva a un otro mundo, estos y algunos temas más, se reúnen en esta entretenida película de hace unos años, y que tuvo cierto éxito en los años noventa.
El título, Seis día y Siete noches hace alusión a los días que andan perdidos, en una isla deshabitada y desconocida.
Anne Heche, la protagonista, y su novio, David S., se prometían unos idílicos días en una de las isls de los Mares del Sur, del Pacífico, la ficticia Makatea. Pero una llamada imprevista interrumpe el inicio de estos días de felicidad. Tiene que coger una avioneta de forma urgente para regresar a Nueva York en una visita relámpago de trabajo.
Las cosas no saldrán como se pensaba. La destartalada avioneta que la lleva, pilotada por un brusco Quinn-Ford, debe regresar a mitad del vuelo, en vista de unas peligrosas tormentas que se arremolinan en el trayecto.
De tal manera que sin poder volver a despegar, con la radio rota y sin poderse comunicar, van a tener que esperar mucho tiempo, no se sabe hasta cuándo, para salir de aquella paradisíaca y al mismo tiempo terrible y solitaria isla.
Es, por tanto, a merced de la tormenta, cuando se produce, como en otros casos, un giro físico espacial y un cambio de lugar simbólico.
Esta isla no tiene nombre, es pequeña, muy boscosa, con una idílica playa. Y allí, como en otras historias similares, se cambia de lugar simbólico y ficticio. Estamos en la ficción dentro de la ficción, en Otra isla, en el Otro Mundo, el de la ficción..
Las características de esta isla y de sus protagonistas, como hemos comentado antes, son ya conocidas por otras historias similares.
Nos encontramos con el tema del robinsonismo, para empezar. Aunque aquí tenemos una chocante y simpática versión. El Robinsón ahora son dos personajes, un piloto hosco que vive a su modo en las islas, y una urbanita y elegante editora de revistas de Nueva York. Los choques entre uno y otro, con momentos tensos y de ironía, añaden unos matices divertidos a esta situación robinsoniana.
Para lo que a nostros nos trae más a cuento, vemos otra vez como se utiliza el recurso de la tormenta, esto que se ha llamado POETICAE TEMPESTATES, para cambiar de escenario, y escenario no sólo físico, sino simbólico. La tempestad marca un paréntesis en el relato, y en la historia personal de los personajes. Es lo que permite a la película, sin darnos cuenta, hacernos pasar de un escenario a un otro mundo, el mundo de la ficción (sobre la ficción en que ya estamos). Es el otro mundo, aquel donde puede pasar de todo, y todo se subvierte.
Y más, también, por la condición de sus protagonistas, que tienen que sufrir el contraste de sus modos de vida habituales y acomodados, con el enfrentamiento radical al nuevo lugar y sus ásperas condiciones. Una isla solitaria, con escasos recursos, donde ellos han de solucionar la vida lejos de las facilidades del mundo habitual.
Es decir, la tormenta es el elemento del relato que permite este cambio de escenario, y que hace dar un giro a la historia lineal que hasta ahora se está contando.
Entramos, de golpe y de forma totalmente abrupta, en el otro mundo, ajeno y contrapartida del mundo habitual y normal en el que, hasta entonces, habían pululado y transitado su rutinaria vida estos dos personajes de esta agradable comedia.
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