sábado, 1 de julio de 2023

SHANE, RAÍCES PROFUNDAS (1953): LA IMPUREZA DEL PISTOLERO

RAÍCES PROFUNDAS (SHANE, 1953).

 

    Raíces profundas, Shane, 1953, de G. Stevens, es un film clásico y de sobra conocido hasta hace unos años. Sobre todo, y por lo que ha pasado a la memoria del cine, porque, a diferencia de los westerns clásicos, en éste resalta una rareza, pues adquiere un protagonismo en todo el film, y hasta las última escena, la estrecha relación entablada entre un pistolero solitario, Shane, y un niño, Joey,́el hijo de unos granjeros de Wyoming, donde llega a trabajar durante un tiempo.

    En el lugar donde transcurre la película, hay la eterna lucha entre unos honrados campesinos y un ganadero poderoso que trata de expulsarlos de cualquier forma. Para ello contratará a facinerosos, uno de ellos, un tal Wilson, con fama de ser un peligroso pistolero. 


    Para lo que nos viene a nosotros aquí, interesa sobre todo la escena final, la del tiroteo y la despedida de Shane y el niño. Vemos cómo se reproduce el esquema del delito de sangre, la impureza consiguiente, el temor del contagio o miasma clásico, y el subsiguiente destierro.

    

    Todo ello, claro, representado en una peculiar escena final donde se deja uno llevar más por el diálogo del niño y el pistolero, más que de la verdad social y legal de los hechos.



TIROTEO FINAL ENTRE SHANE Y WILSON:

 

 DESPEDIDA EMOTIVA DEL NIÑO JOEY Y SHANE. DESTIERRO Y MIASMA.

  


DIÁLOGO FINAL ENTRE JOEY Y SHANE:

     

                                                                                               

JOEY:  ... ¿Ése era él? ¿Era Wilson?

SHANE: En efecto. Era Wilson, sí. Rápido, muy rápido en disparar. Pero, ¿a qué has venido?


J.- A pedirte perdón.

SH.- No tienes por qué. Corre, vuelve a casa.

- ¿No podrías llevarme a la grupa?

- No, Joey.

- Pero, ¿por qué no?

- He de marcharme.

- ¿Por qué, Shane?

- No puede uno dejar de ser lo que es, torcer su destino. Ya lo he intentado inútilmente.

- Te apreciamos todos, Shane.

- No gusta convivir con un asesino. No hay que darle vueltas, Joey. Por suerte o por desgracia, yo llevo esa mancha ... imborrable. Ahora, corre a casa y dile a tu madre que ya está todo arreglado y que ya no queda ningún revólver en el valle.


- Shane ... ¡Esto es sangre! ¡Estás herido!

- Sí, sin importancia, Jowy. Vuelve con tus padres, aprende a ser un campesino trabajador y honrado. Y cuida de ... los dos. ¿Lo harás?

- Sí, Shane. No te hubieran dado si hubieras visto al que te disparó.

- Adiós, Joey.

- ¡No hay quién te gane a tirar con revólver, Shane! ¡Papá te espera para que le ayudes! ¡Y mamá te aprecia! ¡Sé que te aprecia! ¡Shane! ¡Shane! ¡Vuelve! ¡Adiós, Shane!


    En este emotivo y raro final, raro para un film de pistoleros, pues narra la relación de admiración y afecto que un niño siente por un solitario pistolero que llega un día al pueblo, Wyoming, donde vive con su familia, en este emotivo final, decimos, encontramos el tema de la impureza de los sujetos  que han cometido delitos de sangre, no importa si justificados o no, o si incluso ha sido en buena lid.

Como se ha dicho en otros lugares, y a pesar de la sociedad moderna y bajo el estado de la ley en el que vivimos desde hace tiempo, el rechazo que producen los delitos de sangre, de cualquier tipo, tiene una base antropológica que se remonta siglos atrás, a sociedades pre-estatales.

Y, de esta forma, como si aún estuviéramos en la Grecia Arcaica y sus principios legales-religiosos que imperaban en las relaciones sociales, los delitos de este tipo provocan impureza, rechazo y un castigo o culpa.

En el breve diálogo, el pistolero no le explica al niño las implicaciones legales y con la justicia que iba a tener que solventar. El niño no lo entendería y, además, ni le interesaría, como tampoco al público, que sigue alelado la conversación y escucha arrobado como el chiquillo al penitente pistolero.

El cual lo tiene bien claro. Por eso, como si estuviéramos en la Grecia Arcaica de belerofonte y tantos otros, Shane tiene que marcharse. 

Esto es, debe desterrarse, como era la solución en aquellos tiempos, y, es más, lo dice con sus mismas palabras, He de marcharme.

En segundo lugar, como un héroe arcaico, pre legalista, predemocrático, es consciente del rechazo de su presencia, el efecto de contagio o miasma y del alejamiento que produciría, No gusta convivir con un asesino.

Pues estos actos es claro que conlleva, a pesar de que el niño insistan en que todos lo aprecian, estos delitos llevan asociados una impureza, o, como el mismo Shane dice, No gusta convivir con un asesino. 

Se supone que, como los héroes griegos, a continuación debería sufrir una purificación o catarsis para expurgar ese delito. Lo que en aquel entonces se solía saldar con el destierro.

Y así vemos, de tal manera, a Shane abandonando al niño  que finalmente lo despide. Las últimas imágenes son del destierro del personaje, cabalgando, eso sí, en una estampa romántica aunque doliente, cabalgando solitario y ajeno a la sociedad, por los desolados y tristes parajes naturales por los que le lleva su montura.

  Así, y mutatis mutandis, vemos cómo se repite ese esquema humano-antropológico de los delitos esta clase, en un estado semisalvaje, donde la ley no rige como tal, y las conductas siguen un patrón religioso-punitivo que los hombres cumplen de forma irremisible, tal como lo leemos en las leyendas e historias del mundo antiguo.





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