sábado, 18 de enero de 2020

ΑΦΡΟΔΙΤΑ ΑΝΑΔΙΑΔΟΥΘΜΕΝΗ-AFRODITA (THERON) SALIENDO DE LAS AGUAS

       





       Una cíclica Afrodita anadiadoumene (¿o es una Ártemis-Diana?) reaparece de nuevo en el nuevo anuncio de J´adore surgiendo de las aguas de un estanque. Charlize Theron , con su cortejo de ninfas castas de Diana, descansadas de la caza y retozando junto a un remanso íntimo del bosque, ajenas de toda mirada de cualquier mortal, resurgen ahora en una especie de elegantísimas termas, de tonos oscuros y dorados, donde yacen ocultas y a su antojo, reconvertidas en nuevas musas del 
anuncio de una colonia.



the New Absolu – Immerse yourself into the new 360 universe: versión extensa del anuncio; el anuncio que se suele ver está abreviado, se elimina la primera parte y lo que vemos es los momentos del baño y la salida de las aguas a continuación.
     

       Solo que por motivos de los tiempos que corren, la televisión y los mass media, el refugio aislado y secreto de Afrodita-Diana y sus ninfas es violentado también, como en el mito. No solo por el cazador Orión de la leyenda, el que entonces pasaba por ahí y las descubre desprevenidas, violentando su paz y su sosiego, no. Ahora somos millones de televidentes de cualquier dispositivo con pantalla los que, sin movernos del sillón y por esa mirilla fantástica en que se ha convertido en este momento el plasma, disfrutamos de su inviolable visión y, sin que ellas lo sepan, impunemente.
       
       O quizás hacen no saberlo, tal vez ya no son esa diosa y sus ninfas  tan celosas de su intimidad y secreto, no. Ahora, aunque no lo parezca, saben que son observadas, millones de personas las están observando en el ámbito particular del hogar o la pantalla de cada cual.



Nacimiento de Afrodita. Trono Ludovisi. Ca. 470- 460 a.C.
       Venus Afrodita-Theron sale por fin de esa piscina casi mística, de ensueño, aunque remedo al fin y al cabo de la corriente del río, en lo escondido del bosque, donde tantas otras veces se solazaban. La cámara enfoca su salida y mira entonces atentamente sus pies; la escena es un auténtico poema lírico y quiere representar el pie o el tobillo que golpea y pulsa la tierra, como hacen los versos en las composiciones poéticas.
       La cámara después abandona el enfoque de los pies y los tobillos, todo, hay que recordarlo, en un ambiente oscuro y dorado, y muestra en primer plano a la diosa. Luego, tras  ella, a su cortejo, que se pone todo él, al unísono, en movimiento, siguiendo el ritmo ralentizado y elegante de la diosa rumbo al frente, hacia la salida de aquel refugio íntimo de Diana.

       El baño ha terminado, la reunión secreta e íntima se levanta, y los mortales quedamos solazados con la delectación del momento único vivido.
       Único, pero hasta que vuelvan a poner otra vez el anuncio y volvamos a quedar alelados ante otra renovada epifanía.


       El cazador cazado, es decir, nosotros hemos sobrevivido a la visión de la nuestra diosa Afrodita-Artemis. 
       Quizás es que también ya ha cambiado. Podría ser que aquella diosa de los bosques, intratable, terrible, repudiosa de cualquier contacto varonil, haya pasado a convertirse en una estrella de la televisión, una actriz, cuya única forma de subsistir es sentirse mirada y observada y seguida por miles y miles de ojos humanos.
       Los televidentes, como el cazador Orión, quedamos metamorfoseado finalmente en homo videns, apoltronados en el sofá y convertidos después de unas horas ante la pantalla, en infinitos voyeurs deleitándonos ante la visión no carnal, telegénica, imagen de plasma, del numen divino.
       Nos hemos unido a Orión, el gran voyeur consumido por sus propios perros, convertido en ciervo, en castigo por su visión sacrílega de la diosa y su cortejo. No somos ciervos, quizás lo contrario, nos hemos quedados estáticos e inmóviles, convertidos en estatuas de sal, impactados de por vida ante la visión sacrílega. Así pagamos nuestro pecado, consumidos por nuestros propios engaños.

       Y todo esto por una colonia.

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