viernes, 7 de julio de 2017

El cruce de la laguna Estigia en pos del DNI

En la sala reducida y grisácea nos encontrábamos mezclados los cuerpos y las almas de los justos y los pecadores. Esto es, los justos eran aquellos que tenían cita o un justificante impepinable, nada de excusas flojas para colarse, esto es, estos  eran los justos. Los injustos, desdichados o impíos eran los que habíamos llegado en masa, arramblados de cualquier manera y sin el óbolo correspondiente, esto es, la cita previa, en la mano, la boca o los ojos.
Los guardianes del Averno iban nombrando implacables las almas de los con cita, la de los dichosos. Los impíos desesperábamos por no haber hecho bien las cosas en vida. Unos entretenían el tiempo con sus móviles correspondientes, uno de ellos, no se quién era por más que miraba, tenían encendido el volumen y el tal resonaba con un sonido que repetía con cada mensaje, timbrillo que me desquiciaba. Otros venían acompañados, en parejas, madre o padre e hijo, otros la familia completa. Unos entraban y cuando ya pensaban que tenían todos los trámites completos, el oficial con  voz neutra e inflexible, claro, estamos en el más allá... de la documentación o la indocumentación, el oficial comunicaba implacablemente que sin ese requisito no se podría lograr el documento, esto es, la vuelta al mundo de los vivos.
Así como para los héroes antiguos y para el común de los mortales del mundo arcaico era imposible volver del mundo del más allá, del inframundo, hoy en pleno siglo xxi es relativamente fácil, si eres pío, tienes cita y la enseñas, como si del óbolo se tratase, al Caronte de turno. Es relativamente fácil, decíamos, volver al mundo de los vivos una vez hecho el trámite administrativo correspondiente.
Si eres impío, has sido injusto, no tienes el papelito de la cita previa, esto es, el óbolo correspondiente, tu regreso al mundo de los vivos será más penoso y difícil, por más que los cancerberos quieran.
Yo tuve que acercarme a la laguna Estigia, esto es, la dgp de mi ciudad, unas cuantas veces seguidas hasta que por fin me enteré de cómo era el paso a esas tierras del más allá para reencontrar mi identidad , que en este caso estaba extraviada, y volver a ser yo. U otro yo reencarnado, merced a la operación de metempsicosis que en esos cuartos de atrás se realiza.
Y al final, después de tres intentonas, como decían los poetas y ritos mistéricos remotos, pude conseguir entrar en la sala hipóstila, en el opistodomo del templo de la dgi, y allí santiguarme en las aguas del Leteo, poner mis dedos índice derecho e izquierdo varias veces en un cristalito rojo, en posición humilde y suplicante, mientras el taumaturgo de turno, en silencio, operaba con sus manos los teclados y los botones que tenía a su alcance.
Por fin y todavía sin llegar a creérmelo, no miré atrás como Orfeo, salí de allí con el corazón alborozado, a las siete de la tarde después de haber estado ingresado en el templete de los misterios documentales por espacio de cuatro horas. En la vida real ya atardecía, había una atmósfera tranquila y desierta en la calle, y por un instante me sentí un poco decepcionado, creía que la vida me iba recibir con un sol radiante y un ajetreo bullicioso en las calles. 
Pero no, la vida real, la normal, tiene esas cosas, que es así. Sólo los pasos por esos lugares tétricos, tardos y sombríos por los que nos toca pasar de cuando en cuando nos hace imaginarla mas esplendorosa de lo que es . No obstante, siempre el más débil soplo de aire de la tarde mas friolera de cualquier ciudad tendrá el aliento suficiente del que carecen esas estancias del inframundo, esos salones de espera grises y morosos en los que consume uno más tiempo de vida del que uno hubiera imaginado, y todo ello  para que le devuelvan a uno la vida, la identidad, sencillamente, para que le renueven el dni.

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