sábado, 13 de marzo de 2010

el comisario Járitos en Noticias de la noche, Aristófanes y Medea.



La primera novela, al parecer, del comisario Járitos es la titulada Noticias de la noche, título revelador de lo que viene. Su acción transcurre, como es habitual en la mayoría de sus obras (excepto la última de la serie, Muerte en Estambul y ambientada en dicha ciudad, con un profundo recuerdo de añoranza, todo hay que decirlo, por la que fue y es la gran ciudad griega por todos los de ese país deseada), está situada, decíamos, en Atenas. Hasta se podría decir que la gran protagonista de sus obras es esta misma y gran ciudad, pues en realidad la cantidad de personajes representativos que por sus páginas pululan, por un lado, y el punto de vista realista y crítico, por otro, punto de vista crítico que no oculta el fervor y cariño que tiene hacia una ciudad tan embarullada, ezquizofrénica y mediterránea, como hacia sus habitantes y paisanaje. Un ejemplo de este retrato de la personal ciudad de Atenas es el tráfico insoportable, la contaminación atmosférica, los atascos inmisericordes, sacan más de una vez de las casillas a este comisario tan latino como cualquier otro conductor de alguna de nuestras ciudades mediterráneas.
Otro ejemplo, esta vez en relación a los personajes; El coronel Guikas, su inmediato superior, hábil navegador entre dos aguas, las de los poderes fácticos que presionan desde arriba y su propia supervivencia, siempre con sus afanes de grandeza (los cursos que hace en el FBI y que luego trata de hacérselo saber a sus subordinados, cuando el autor nos enfrenta lo absurdo de trasplantar esos modelos extraños a la realidad del comisario, día a día tratando con lo inmediato de la vida, a la que por mucha tecnología e innovación académica, no la puede sustituír nadie.

el dignificado pero crudo trabajo del comisario-policía: Por otro lado, el autor no reniega de mostrarnos la faceta más, digámoslo así, la faceta más cruda y descarnada del trabajo policial, especialmente en los interrogatorios. Sin embargo, en todo momento, más tarde o más temprano, nos encontramos a un profesional duro, tenaz, obcecado muchas veces, terco hasta que las evidencias no demuestran lo contrario, incluso diríamos que pedrestre, que, sin embargo, no renuncia a su forma de ser, este es el retrato del autor. y más pronto que tarde, acabamos admitiendo que todos sus actos tienen un fondo de sentido común y de humanidad que enlaza la difícil convivencia entre un trabajo en principio tan desagradable como con las ansias y deseos de considerarse una especie de juez divino dispuesto a impartir una justicia gratuíta que no sería de su competencia y en la que, probablemente, se equivocaría.
No obstante, son bastantes episodios los que a lo largo de la novela van quedando asi sueltos, sin la debida solución, y en manos de un benevolente comisario que es capaz de decidir hasta cuándo ha de seguir y cuándo es el momento de soltar cuerda.
Esta faceta enlaza con otro elemento siempre presente, el de la represión política en Grecia en la época de la dictadura de los coroneles. Dando profundidad temporal a su obra, el comisario Jaritos es una especie de testigo excepcional entre los dos momentos de la historia griega. Aparentemente podría aprovechar para hacer una crítica demoledora a aquella época, pero sus referencia, acotadas al mundo estrictamente policial y represivo de la época, en referncia concreta a comisarios de aquella época a los que él estaba subordinado, nos muestra un perfil en absoluto heroico pero sí más realista y humano de su actuación. De hecho, en otras obras suyas aparecerá un personaje represaliado de aquella época, Zizis, que colaborará en algunas ocasiones y cuyo conocimiento mutuo se efectuó en los calbozos represivos de aquel régimen en el que ya trabajba Jaritos.

Járitos y Aristófanes: desde la primera líneas de la novela (esa conversación telepática entre Járitos y un subordinado, Zanasis, al que el comisario mentalmente llama cretino y cree saber por misteriosa telepatía que el subordinado asiente y admite tal condición), desde estas primeras líneas hasta el relato aparentemente frívolo pero que encubre la relación matrimonial de Járitos con su esposa, repleta de pequeñas escarumuzas, odios pasajeros y reconciliaciones tan gozsas como efímeras, incluidas las escenas más íntimas de la alcoba, todas ellas nos recuerdan algo, un poco, al maestro Aristófanes. En el gran autor de la comedia satírica ateniense ya encotramos insultos de la más escandalosa ordinariez, y la guerra de sexos, tal como aparece en Lisístrata, por ejemplo, aquí aparece librada en el reducido espacio de la casa del matrimonio Járitos, entre él y su esposa Adrianí.
Allí se vienen a representar, siguiendo a Aristófanes, el escenario del conflicto de género, tratado con cierto sarcasmo que, no por ello deja de ser menos real, y precisamente ese realismo es el que también presentaba Aristófanes. Las trifulcas entre Adrianí y el comisario, seguidas de las reconciliaciones y vuelta a empezar, no dejan de recordarnos el retrato de la vida en común de hombres y mujeres atenienses en Lisístrata. Como allí, Adrianí utiliza sus armas, su mundo está separado, en principio, del de su marido, aunque no siempre ni mucho menos, y su vida marital está emarcada en ese toma y daca diario con su marido el comisario. El romanticismo amoroso, las pasiones imposibles, el dulciamargo sentimiento no tienen aquí cabido, aunque es evidente que tras el relato ciertamente desmitificador de las relaciones maritales está latiendo una descripción realista del mundo amoroso. Sin embargo, aunque desprovisto de aquel romanticismo excesivamente idealizado, no deja de mostrar bajo toda esa cotidianeidad, la fuerza y continuidad de los sentimientos de los personajes en la dura tarea de la convivencia.
En esto otra vez más nos encontramos con el fran Aristófanes, quien adopta en sus obras ese misma postura realista en su descripción de las relaciones entre mujeres y hombres, aprovechando la ocasión, como hace también Makaros, de mostrar a veces la condición bufa y tan a escala humana de la conducta social. Evidentemente, Aristófanes es más crítico y burlón con las mujeres, aunque los hombres tampoco están fuera de su crítica. Makaros no se decanta por uno u otro, el hogar es el teatro de pequeñas escarumuzas libradas en aras de la supervivencia en un mundo y una ciudad tan desquiciada y trastornada como la Atenas de la obra.
Hasta podríamos decir que el personaje femenino de Adrianí, en su aparente inocencia e impulsividad, rasgos típico-tópicos femeninos, no deja de ser más inteligente que el comisario; no es que sus opiniones sean equivocadas pese a su evidente ignorancia, sino que exhiben otra forma de enfrentar las cosas que la enriquecen y configuran su forma de estar en el mundo.
Es claro que la familia es un valor claramente presente en la obra de Makaros y en la sociedad griega de hoy y quizás de siempre, esto ya no sabemos. Por este lado, se asemeja Járitos al comisario Brunneti, de Donna Leon, donde la familia va a la par que sus investigaciones policiales y da al personaje un entronque y una dimensión más amplia y diferenciada del clásico detective solitario, de relaciones de pareja más o menos estables o no, pero sin familia. Otro caso parecido sería Wallander aunque éste, en la más clásica tradición centro y norte europea, tiene un ámbito familiar que sí está presente, pero más como algo perdido, como un deseo inalcanzable, tan endeble ha sido la relación matrimonial en su caso. (esto sería para más adelante).

Eurípides, Medea y el tráfico ilegal de niños:
si apartamos un poco la mirada de la cruel venganza de Medea contra Jasón en la persona de sus hijos, quizás podamos enfocar la tragedia desde el punto de vista de estos últimos, y no desde la tan miles de veces analizada e interpretada personalidad femenina de Medea. Si, cosa que habría que comprobar, en el mito original en nada se hablaba de las muertes de los niños y este episodio es una invención de Eurípides, quizás deberíamos atender un poco al asunto de los hijos en esta tragedia.
Así, el tema central de esta novela de Járitos es precisamente el de los niños, la necesidad de matrimonios de diferentes lugares de tener una descendencia y enfocar el cariño hacia unos nuevos seres, y el abandono, por unas u otras razones, de estos niños por parte de sus padres auténticos.
En la novela, además del tema central este, se encuentra también el que afecta a una de las principales personajes, el de la periodista Yanna Karayorgui. En esto la novela traza un círculo, como buena novela policíaca que es, y entre el principio y el final la lectura nos lleva de aquí para allá dejando el motivo central casi desaparecido hasta que, en buena composición anular, vuelve a entroncar al final, y con ya la solución, con el motivo del principio.
En esto entronca así con Medea. aquí las circunstancias son otras, el contrabando ilegal de niños se realiza a mayor o menos escala, la oraganización clandestina tiene una estructura más o menos estable que permite el tráfico regular de estos menores, el origen de los niños así como las posibles repercusiones de sus familias originales no tiene cabida en la obra, los hijos, hay que sobreentender que proceden de familias sin recursos de un país en situación límite como Albania, son tratados como un recurso económico que viene a resolver los problemas de natalidad de otras parejas, éstas procedentes de ámbitos sociales más pudientes.
Así, como Egeo en la tragedia se compromete a ayudar a Medea a a cambio de que le asegure una paternidad real, sin importarle nada de lo que pueda estar tramando por su parte Medea (qué gran contradicción que por un lado Medea sacrifique a sus propios hijos y por otro sea la garante casi mágica de la nueva paternidad en Egeo, adquiriendo un tamaño digno de la propia madre Tierra en mayúscula, otorgadora y, a la vez, negadora de la vida), pues así también las parejas occidentales hacen la vista gorda a los posibles orígenes de sus deseados retoños, tan seguras de que podrán darles a esas nuevas vidas lo que están esperando.
Las Medeas aquí serían esas madres albanesas resignadas (y también los padres), resignadas a abandonar a sus hijos, resignadas o airadas, o emocionalmente destrozadas. Sin embargo, apenas sabemos nada de ellas y su condición natural nos es desconocida.
Quien más se puede parecer a Medea es esa periodista rutilante, altanera y profesionalmente envidiable. Su relación con los hombres es de superioridad y la maternidad para ella, como para cierto tipo de mujeres en algún momento, es un aspecto secundario en su desarrollo personal y profesional, o es un motivo de sacrificio en determinado momento, una vez sopesada su condición maternal frente a su realización profesional o su afán de superioridad frente al mundo masculino. Aunque ni mucho menos se alcance esta dimensión de tragedia en la obra.

La humanidad bufa de Járitos:
volviendo a Aristófanes otra vez, el comisario, en varios momentos de la obra, no tien reparos de presentarse como un héroe cómico o bufo, un antihéroe, el gran protagonista que mete la pata, es vapuleado de cuando en cuando por personajes de las altas esferas (políticos, altos empresarios, ejecutivos, ...), su propio jefe o también sus propios subordinados; en otras ocasiones, también, ante las mujeres, que ya sea en afán de superar alguna inferioridad previa o, claramente, con féminas más inteligentes que él y que no tienen reparo en mostrárselo. En fin, el comisario Járitos nos aparece en todas estas ocasiones como un personaje de la comedia aristofanica. No alcanza la talla trágica de un personaje de Eurípides, y la resolución final de sus casos no llegan de una solución tan fantástica como absurda, propia de las comedias, no. El comisario se mueve entre la tragedia, a la que no llega, y la comedia bufa, crítica, de Aristófanes, a la que se asemeja más.
Pero en ella se revela una auténtica y vieja sabiduría, sabiduría que también, en forma de breves sentencias y reflexiones, aparecen por aquí y por allá en la obra. Sí, esta vieja sabiduría del personaje que se sabe derrotado y vencido por personas y situaciones muy superiores a él y contra las que no puede luchar, hace que el personaje tome su talla humana, sepa encajar con plena conciencia de su ridiculez los golpes que le tienen reservado la vida, y nos revele ese personaje bufo que a veces olvida su dimensión humana. En ese entonces nos identificamos más con él y admiramos un poco ese saber reírse de sí mismo, mientras el mundo, Atenas, el mundo de la prensa, el cuerpo de policía, los magnates, las mafias, el mundo de la delicuencia, las pequeñas riñas familiares, siguen su curso en el mundo que gira y gira con este personaje dignamente cómico en su interior, tratando de entender y situarse entre lo que que le rodea.

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