Más que Misión en París, que también, la última novela de Pérez Reverte podía haberse titulado o subtitulado La Retirada de La Rochela, o por un estilo, visto la referencia clásica, aunque mínima, que contiene en este episodio, el final y más emocionante de la novela.
Pues la misión en París ciertamente lleva a Alatriste y a su pequeño grupo de arrojados y temerarios espías rumbo directo al bastión hugonote de La Rochela.
Ahí es donde realmente tiene lugar la misión, una difícil y temeraria operación secreta, que afecta a uno de los personajes más importantes de la política del momento.
En realidad, el acto de sabotaje consiste nada más y nada menos que en un secuestro, el rapto de dicho personaje.
Y ciertamente que, de una forma u otra, consiguen su objetivo. Pero, quedándose al mismo tiempo vendidos y sin el socorro debido, deben conjurarse de modo fiero para salvar el pellejo.
A partir de ese momento, tienen que ingeniárselas para poder regresar a sus filas con el secuestrado junto a ellos, por en medio de campos, lagunas, marzales, en una oscura noche. De repente aquel aparente desierto se ha convertido en un avispero hostil, repleto de tropas reales en busca del personaje secuestrado.
Íñigo el joven narrador lo relata así, en esa situación de riesgo. Y justo en tal peligro de su vida y la de sus compañeros, le viene a la mente entonces, ya se sabe cómo funciona, el antiguo y famoso episodio de la Retirada de los diez mil, la Anábasis, del polígrafo y militar Jenofonte. Nada extraño, pues ha sido lectura escolar y obligada en los primeros pasos del cultivo de la lengua y literatura helena distante siglos y siglos de educación académica.
La narración de Íñigo es como sigue:
“Nos estábamos jugando la vida -yo era consciente de ello- a la primera quínola, sin descartar naipes y con muy mala mano.
Y ahora viene ese recuerdo épico de la Anábasis, que, en verdad, debía de tener bien grabada en su mente.
Esto (jugarse la vida) me hizo pensar en aquellos guerreros griegos cuyas aventuras me había contado y hecho copiar años atrás don Francisco de Quevedo en la taberna del Turco para mejorar mi caligrafía.
Relata Íñigo que la historia la conoce por boca de Quevedo, especie de preceptor improvisado e inmejorable dómine, en esos años mozos suyos.
Y, en segundo lugar, que se la hizo copiar, en alfabeto griego, habrá de suponerse?, para mejorar su caligrafía. Esto es, cuando la bella escritura era un elemento más en la formación escolar de los estudiantes.
Íñigo sabe de aquellos guerreros griegos, esto lo tiene claro, que estos heroicos guerreros eran griegos, y que su aventura era fastuosa.
No recuerda ni cita nada más, ni cuál fuera el título de la obra, la Anábasis, o su conocido autor y protagonista de la misma, Jenofonte.
Ningún nombre propio u otra referencia concreta, pues.
Aunque el lector identifica de una forma u otra, quizás cada vez menos, a quién se refiere Íñigo con esta evocación.
Le ha quedado, eso sí, la impresión de aquel momento concreto, el de cuando llegan a un recodo de la montaña, y desde allí pueden ver el mar.
Mapa con la retirada de los Diez Mil desde Cunaxa hasta Trapezon,
donde sucede el famoso episodio de la vista del mar, thalass, thalassa.
«¡Θάλασσα! ¡Θάλασσα!»
Llega entonces, al margen lo que pudo haber sido, al emotivo fragmento y motivo de su recuerdo, producto de la tensa situación.
Me acordé, como digo, de los diez mil mercenarios que, muerto el príncipe persa que los empleó, intentaban regresar al mar -talassa, talassa-, y sus hogares a través de un territorio infestado de enemigos, donde derrota equivalía a aniquilación. Así me sentía yo en aquel momento, …
La cifra, diez mil guerreros, quizás sea fácil de retener para Íñigo, a pesar de los años pasados.
Además, lo de mercenarios no le ha de quedar muy lejos, pues su protector el capitán ha vendido muchas veces su espada al precio que se negociaba.
Los intríngulis de aquel intento de golpe de estado y de la batalla no los recuerda ni le importan, ya esto le queda muy lejano. A Íñigo solo le vale el valor de aquella hazaña.
Recuerda, eso sí, que el relato trata de heroicos griegos, y de hostiles enemigos persas.
Sabe y recuerda que huyen de los persas, pero nada más.
Cita lo del príncipe persa que fue muerto en aquella expedición, y esto los hizo regresar, de repente vulnerables mercenarios ellos.
Se refiere Íñigo, que ya no la recuerda, a la batalla de Cunaxa, 401 a.C., en la que Ciro el Joven, el príncipe persa que los había reclutado, es vencido y muerto por su hermano reinante entonces, Artajerjes II.
Ambos eran hijos de Darío II y su esposa Parisatis o Parisátide.
Mujer muy influyente esta, hasta el punto de recurrir a intrigas y asechanzas de palacio para conseguir sus objetivos.
Y el momento cumbre, que ha quedado como uno de los hitos de la cultura griega, siempre aferrada al mar, por la emoción que reflejan los mercenarios al ver el extenso ponto, es el que cita Íñigo, talassa, talassa, recordando además la palabra griega original para mar que gritan los mercenarios.
Se refiere Íñigo a la voz helena «¡Θάλασσα! ¡Θάλασσα!», que es el griterío y la exclamación tumultuosa de los griegos cuando llegan a un punto de la montaña donde divisan, por primera vez en muchos meses, el anhelado mar.
En verdad que, asustado como está, Íñigo no relata el fragmento completo, ya dentro de sus recuerdos y unidos a su etapa de formación escolar, y sólo evoca la palabra griega para mar, talassa, la cual encierra todo el poder y el sentimiento que el episodio le produjo. Con la sola evocación, le viene de nuevo toda aquella emoción. Thalassa, thalassa.
Íñigo, hijo, pues de la tradición épica heroica helena, que es así como lo quiere retratar P. Reverte.
«¡Θάλασσα! ¡Θάλασσα!» EN LA ANÁBASIS DE JENOFONTE.
El fragmento donde se encuentra este episodio es en el libro IV, VII, 21 ss.
[4.7.21] καὶ ἀφικνοῦνται ἐπὶ τὸ ὄρος τῆι πέμπτηι ἡμέραι· ὄνομα δὲ τῶι ὄρει ἦν Θήχης. ἐπεὶ δὲ οἱ πρῶτοι ἐγένοντο ἐπὶ τοῦ ὄρους καὶ κατεῖδον τὴν θάλατταν, κραυγὴ πολλὴ ἐγένετο…
(21) Y llegaron a la montaña en el quinto día, montaña que se llamaba Teques. Cuando los primeros hombres alcanzaron la cima y observaron el mar, se produjo un gran griterío...
ἐπειδὴ δὲ βοὴ πλείων τε ἐγίγνετο καὶ …ἐδόκει δὴ μεῖζόν τι εἶναι τῶι Ξενοφῶντι, καὶ ἀναβὰς ἐφ᾽ ἵππον καὶ Λύκιον καὶ τοὺς ἱππέας ἀναλαβὼν παρεβοήθει· καὶ τάχα δὴ ἀκούουσι βοώντων τῶν στρατιωτῶν «θάλαττα θάλαττα» καὶ παρεγγυώντων.
Como los gritos aumentaban …le pareció a Jenofonte que era algo bastante importante, (24) y, montando en su caballo y tomando como escoltas a Licio y a sus jinetes, acudieron en ayuda. De pronto, oyeron a los soldados gritar: «¡El mar, el mar!» y pasar la consigna de boca en boca.
[4.7.25] ἐπεὶ δὲ ἀφίκοντο πάντες ἐπὶ τὸ ἄκρον, ἐνταῦθα δὴ περιέβαλλον ἀλλήλους καὶ στρατηγοὺς καὶ λοχαγοὺς δακρύοντες.
Cuando todo el mundo llegó a la cima, inmediatamente se abrazaron unos a otros, incluidos los generales y los capitanes, con lágrimas en los ojos.
En verdad que quizás es un poco excesivo este episodio heroico heleno que le viene a Íñigo en estos momentos, y al que acude Reverte en su siempre presente homenaje a la formativa literatura clásica. Es su forma de vincular la formación del espíritu con la práctica de la lectura y de los modelos y valores que la formación literaria pueda proporcionar en algún momento para todo el mundo.
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