"¿ACASO STALIN NO SACRIFICÓ A SU PROPIO HIJO …?"
Y es entonces, como otro relámpago de lo que la mente bulle a lo largo del día consciente, es entonces cuando sale a la luz un personaje que quizás ha estado latente todo el tiempo.
De repente, abandonamos el lejano y erudito mundo intemporal del mito, y volvemos al crudo y desgraciado pleno siglo XX.
¿Acaso Stalin no sacrificó a su propio hijo Jakov para …?
Y con la interrogación trémula y entrecortada, como si estuviera pensando lo que está diciendo al mismo tiempo que lo escribe, y acabante de hacer una descubrimiento temible, trata de entender lo que el dictador soviético, en otra analogía, ésta más patente y cierta y conectada que la del mito, la de Stalin y su hijo militar, Jarkov, con él mismo y Suzana, trata de entender las razones del dirigente soviético para sacrificar de la misma forma a su progenie.
Curiosa imagen de Stalin como padre protector y benefactor, justo lo contrario de lo que, al parecer, decimos al parecer, ocurrió en la historia."The Sacrifice of Iphigenia" de François Perrier
Como vemos, el relato y la nómina de sacrificios, desde la legendaria Ifigenia hasta el recién mencionado Jarkov, pasando por la larga nómina de personajes anónimos que ha citado, fruto de represiones y purgas, que viene a representar a toda la sociedad, es clara, patente y manifiesta. Y forma como un motivo musical que va y viene, se cita, se olvida, se vuelve a recuperar, como una melodía.
Pero ante el personaje último que ha citado, el tan odiado y repulsivo Josif Stalin, parece que, su tartamudez lo demuestra, parece que ha llegado por fin a una respuesta, todavía sin certificar, a una explicación a su historia y, al tiempo, de tanto otros sacrificios como los que ha relatado hasta ahora.
¿Acaso Stalin no sacrificó a su propio hijo Jakov para… para… para colocarse en situación… de afirmar que su hijo… debía compartir… compartir… el destino… el destino… el destino… de cualquier soldado ruso?
Y, entonces, removiendo toda la literatura comparada, la teoría de los argumentos y motivos literarios, y toda la parafernalia académica de los estudios literarios y filológicos, pasa al método completamente opuesto y contradictorio y, al mismo tiempo, paradójico.
(No olvidemos tampoco que, aunque parezca que haya encontrado la lucidez, igual tanta de la misma le ha llevado al otro extremo)
Y entonces, pasa a explicar el mito y la leyenda de Áulide, ahora en concreto en la figura de la conducta pesarosa y trágica de Agamenón, padre pero jefe de la expedición de Troya, pasa a explicar lo que relata la leyenda y el drama antiguo, y todas las versiones con sus diferentes variantes a lo largo de siglos, pasa a interpretar o reinterpretar la leyenda y al personaje, pero ahora en clave de hechos y personajes históricos del propio y terrible siglo XX, del que es contemporáneo y coetáneo:
¿Y Agamenón, qué es lo que pretendía hacía dos mil ochocientos años?
E, inevitablemente, vuelve al origen de todo este monólogo descocado:
¿Y qué pretendía ahora el padre de Suzana?
Bien, aunque parezca que ya ha respondido a esta trágica y patética decisión del líder soviético, … su hijo… debía compartir… el destino… de cualquier soldado ruso …, y, por lo tanto, incluyendo ahora al rey aqueo, y al dirigente y padre de su amante, sin embargo, todavía no queda definitivamente cerrada la argumentación.
La cerrará unos capítulos después, en el capítulo final, en pleno desbordamiento de su ira contenida al tiempo que descubre toda esta oculta verdad.
Quizás la novela debería llevar como subtítulo, o realmente titularse, El hijo de Stalin, pues parece que la alusión y el marco mítico y legendaria ha resultado ser una fachada, trágica, sí, pero engañosa, de los motivos que le llevaron al personaje a establecer su paralelismo.
En verdad, no es el libro de Graves de los mitos griegos, sino la experiencia traumática del régimen totalitarista y la historia de Stalin y su hijo, la que realmente ha producido esa relación y esa analogía con Suzana y él mismo.
Con mucha menos presencia, en verdad están apenas esbozados los dos personajes, y dada la noticia sumariamente de lo ocurrido entre ello, tiene sin embargo un valor determinante y trascendental. Lo que podríamos llamar también “sacrificio”, el de Jarkov por su padre y jerarca Stalin, parece ser la piedra angular sobre la que gira todo el mosaico de esta pieza de relojería milimétrica que conforma este relato.