lunes, 5 de agosto de 2024

FINAL EN ABRUPTO DE GAUGAMELA: ALEJANDRO, DE HAEFS, 1993 (y 4).

 LA PERSECUCIÓN. PARMENIO.


Haefs da detalles realistas que contrastan con las versiones más novelescas y espectaculares de la batalla. En el caso de la persecución relata que ésta no se produce inmediatamente, pues era evidente que no había oportunidad en ese momento, el combate seguía en activo, pues la mayoría de los persas no conocían el abandono del Gran Rey.

Los hetairoI, con Alejandro a la cabeza, no persiguieron al fugitivo Darío; la situación era todavía demasiado confusa para ello…

En eso, apareció el mensajero de Parmenión pidiendo ayuda urgente, puesto que la falange estaba a punto de derrumbarse.


La documentada y al tiempo crítica narración de Haefs se muestra patente en la ya asentada atribución a Parmenio del fracaso en la persecución. De una forma palmaria y totalmente lógica, la descarta por imposible. En esto coincide con la crítica académica y los historiadores, que rechazan esta culpabilización del viejo general. menciona incluso la fuente de tal atribución, Calístenes.


Calístenes escribió más tarde que Alejandro lo estuvo persiguiendo y que mucho se enfadó por haber sido retenido luego por Parmenión. Pero ¿cómo podía un mensajero alcanzar a galope al rey, que también iba a galope, y hacerlo en medio de racimos de persas empeñados en huir y a tiempo para que pudiera acudir en ayuda del estratega?


Y con esta persecución que, por otra parte, sí que se produjo, aunque al parecer no con Alejandro al frente, es decir, con esta definitoria crítica de las fuentes, concluye bruscamente la batalla y el relato.

A continuación, un doble espacio deja lugar a un nuevo párrafo donde Ptolomeo, un mes después y ya en Babilonia, aún seguía oyendo los gritos y sufrimientos de aquel terrible combate, y que no se podía quitar de la cabeza.

Relato no breve pero condensado, más bien sobrio en su desarrollo, pues, éste que nos presenta G. Haefs sobre Gaugamela en su Alejandro. Ha preferido seguir a Arriano como guía, antes que a los más literarios Curcio o Dioniso, y sus escenas, aún manteniendo la tensión, no buscan la emoción y evitan la espectacularidad y las imágenes impactantes. 

Por otra parte, pone en boca del narrador, haciendo cómplice al público, de las otras versiones de los hechos ocurridos, y rebate casi de forma intertextual aquellas opiniones que le parecen erróneas. El caso más evidente es el de Parmenio,totalmente rehabilitado.


    Por su parte, del Gran Rey Darío nos ofrece la imagen estereotipada en el momento decisivo, el de la carga de los Compañeros. Y tal como ha quedado grabado en la tradición occidental, es la estampa de la sorpresa, el miedo y la cobardía. Sigue a Arriano cuando nos cuenta que fue el primero en huír de la batalla, y no lo exculpa, como Curcio, con el epìsodio quizas artificioso de la jabalina que hiere al auriga y se difunde el rumor de la muerte del rey.

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