¿Por qué será que cuando lee uno algunas páginas de algún libro de P. Reverte, le sobreviene y le recuerda algún pasaje de literatura clásica?
Aquí dejamos algunos ejemplos, que no dejan de ser simples relaciones ebntre fragmentos del épico y arriesgado escritor con otros tantos fragmentos, los pocos que uno recuerda, que tiene con la literatura clásica.
Línea de fuego, la última novela
de Pérez Reverte, acaba de salir a las librerías. Siguiendo con su tono épico,
aventurero y ..., narra, mitad ficción, mitad realidad, la cruenta batalla del
bro durante la Guerra Civil española.
Como ya ha adelnatado en las presentaciones de su libro y en el
mismo texto en su prólogo, las historias que se relatan en su libro son
ficticias y reales a la vez. Ficticias pues se inventa un cuerpo de
transmisores del ejército rojo formado exclusivamente oor mujeres, salvo el
teniendo que las manda; real pues todos los sucesos y peropecis, que se
adivinan tristes y funestos, los ha recogido de su investigación en fuentes
documentales, y de, lo que es más atractivo, de la memoria oral allá donde la
ha oído, sea en su entorno familiar, sea de otros conocidos.
La novela, que la empezamos a leer el otro día, y sin mucho
entusiasmo, ésa es la verdad, pues barruntábamos un relato triste, funesto,
dolorosamente èpico, ha arrancado con tanta acción que de momento nos han hecho
olvidar esos presagios iniciales 8aunque pornto empiezan a aparecer algo de eso
que predecíamos).
A lo que íbamos, al poco de empezar las primeras líneas y páginas,
hete aquí que nos encontramos con un vigilante, un soldado de guardia en una
oscura y muy silenciosa noche, que barrunta para sí pensamientos rutinarios y
simples acorde a su situación, la de una noche de vigilia más de las tantas que
llevan apostados, él y sus otros compañeros, en la margen del Ebro, cubriendo
un posible y en verdad hipotético ataque enemigo, anunciado desde hace ya
algunas semanas.
En esto que, acordándose uno de otros tiempos más antiguos, una de
las tragedias, de las pocas conservadas de los clásicos griegos, la Orestíada,
comienza de la misma manera, con un soliloquio del vigía o guardían, soliloquio
nocturno en una noche silenciosa pero cuajada de estrellas. Con el mismo
recurso que P. Reverte, el guardián, recurso típico de esquilo y la tragedia,
ya presagia los sucesos funestos que vn a venir y que ya desde un principio
cubren de fatalismo y negro ambiente el desarrollo del relato.
Pues el vigilante espera la señal de la llegada de su señor
Agamenón, dueño y poderoso caudillo de Micenas, de vuelta a su hogar tras unos ya larga
decena de años luchando frente a las murallas de la opulenta Troya. Esta escena
es nombrada como la del telégrafo ígneo que luego, como ya se ha comentado,
veremos en la película El Señor de los Anillos.
El guardían se debate en su monólogo interior en negros presagios
de lo que pueda acontecer ante la llegada de su señor, y marca ya desde el
inicio el ambiente general de la obra.
De igual manera, Reverte, aunque coloca a su vigía no sobre la
azotea de palacio, que para los efectos podría ser, sino en los altos de una
zona de la ribera del Ebro, desde donde llevanlas tropas nacionales varios dias
esperando un aqtaque del que ya casi que han dejado de creer. Pero, aún así, la
sombra de sospecha y peligro, de tensión y estado alerta que se deja entrever
en su soliloquio delata el desarrollo osterior, y así es en efecto, en el que
se va a desearrollar la novela.
Y así es, en efecto, porque al poco un sospechoso ruido se deja oír
en el mutismo de la noche, sospechoso roce de madera, que despierta todas las
alertas que su interior anidaba. El vigía se debate entre lo que debe hacer,
duda, mira a su lado por si ve algún movimiento entre sus compañeros, y or fin
se decide a actura.
Es en ese momento cuando la
tensión acumiulada por el vigía se desata y pone en movimiento la misma
tensión contenida de los dos bandos en cuestión, tensión que se supone se
desencadena y desarrolla en el resto de la novela.
Como ya predice el vigía y, antes
de él, las notas y citas que Reverte intorduce previo al relato, la historia
estará cargada de dolor, sufrimiento y desgracia. Todo esto lo barrunta, como
en el monólogo de la Orestíada de Esquilo, este soldado, de apellido Pelorio,
que al poco, y empeleando como telégrafo ígneo no ya las antorchas de las
montañas griegas, sino dos bombas de mano, las arroja hacia algún lugar sobre
eñ río, delatando las siluetas de los soldados republicanos moviéndose en la
sombras y desvelando con ello la tan penosa noticia del ataque que no por
esperado se temía que sucediese.
Traducción:
http://www.hermanosdearmas.es/wp-content/uploads/2017/12/esquilo-la-orestiada.pdf
La escena en la plaza de Argos. En el fondo, el palacio de Agamenón.
perro, en el punto más alto del techo de los Atridas, contemplando las constelaciones de los Astros nocturnos, que traen a los vivos invierno y verano, reyes resplandecientes que en el Éter destellan, y se levantan y presentan ante mí. Y ahora espero la señal de la antorcha, el esplendor del fuego que ha de anunciar, desde Troya, la toma de la ciudad. He aquí lo que el corazón de la mujer imperiosa manda y desea. Aquí y allá, durante la noche, en mi lecho húmedo de rocío y no frecuentado por los Ensueños, la inquietud me mantiene en vela, y tiemblo por que el sueño me cierre los párpados. Alguna vez me pongo a cantar encontrando así un modo de no dormirme, y gimo por las desdichas de esta casa, tan menoscabada en su antigua prosperidad. ¡Acabe ya de llegar la venturosa liberación de mis fatigas! ¡Ojalá aparezca el fuego de la buena nueva en medio de las sombras! ¡Ah! ¡Salve, lucero nocturno, luz que traes un día feliz y fiestas a todo un pueblo, en Argos, por tal triunfo! ¡Oh, Dioses, Dioses! Voy a decírselo todo a la esposa de Agamenón, para que, alzándose pronta de su lecho, salude a esa luz con gritos de júbilo, en las moradas, ya que la ciudad de Ilión ha caído, como lo anuncia esa luminaria brillante. Yo mismo voy a conducir el coro de la alegría y proclamar la feliz fortuna de mis señores, pues tuve tan propicia suerte de verla. ¡Séame concedido que el Rey de estas moradas una, al volver, su mano a mi mano! Lo demás callaré, un gran buey pesa sobre mi lengua. Si esta casa tuviese voz, claramente hablaría. Yo hablo de buen grado con los que saben; mas no con los que nada saben.
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