De forma inesperada, un caluroso día de principios de octubre visitó el centro IES Las Galletas la escritora Almudena Grandes. Aprovechando la breve estancia de unos días en la isla, la dirección del centro se las arregló como pudo para que la autora visitara el centro, fuese como fuese y, en palabras de la propia directora, darse el pequeño gran homenaje, ella misma, la directora, de ver y oír en persona a una de sus escritoras favoritas.
Como siempre, y aunque vamos reticentes a cualquiera de estos actos, normalmente salimos gratamente sorprendidos, mala costumbre de uno, pues bien, como siempre, con esa resistencia inicial, acudimos al encuentro en el salón de actos del centro pues teníamos que acompañar al curso, curso que, para alivio de ellos, en esa hora debían rendir cuentas de un examen que, claro, hubo de posponerse.
La autora llegó con algo de retraso, y como debe ser, pues no estaba de más recordarnos que la vida era lo que es, con sus retrasos y esperas, y no ese rígido, inflexible y mortal timbrazo que cada cincuenta y cinco minutos nos recordaba con irritación que había acabado algo y empezaba un otro algo, que uno muchas veces no sabía que fuera a ser.
¿Qué toca ahora? se decían entre los alumnos, adormilados de la recién acabada hora, ¿A dónde me toca ir?, nos decíamos muchos docentes que entre el acabar una hora y el empezar la otra no terminábamos de entender, será cosa del jetlag docente, no acabábamos de entender que ya éramos agua pasada y corriente ida en las cabezas de los discípulos, que hasta entonces más menos nos escuchaban, y en la propia vida de uno, penosamente agigantada entre las cuatro paredes de un aula, y entre los muros blancos , grises y mortecinos de todo un centro, vallado y amurado por demás.
Y decíamos que vino la autora , la escritora, vate, musa de la memoria y de la palabra, si, vino un poco tarde, y que pensaba que era como tenía que ser, lejos del tenaz y aniquilador timbrazo de entre horas que atronaba como el feroz dios Cronos que devoraba a sus hijos a merced del paso del tiempo, del cual él era su auténtico dueño y señor.
Las hordas escolares mantenían esa mañana, pues el acto estaba previsto comenzar para las nueve de la mañana, la plebe estudiantil manifestaban una relajada calma, bien dominado el auditorio por la figura y la sonora voz de la directora, la cual, se notaba a simple vista, no cabía en sí de tamaño gozo, y esto, mal que bien, provocaba en los chicos cierta empatía y ayudaba a permanecer en una actitud de calma y respeto mesurado.
Mi ser natural, de continuo inestable, me acosaba, para variar, con lo de siempre, esos que hago yo aquí, si no he leído apenas nada de esta mujer, bueno, si, recordaba, ,menos mal que los artículos de El País Semanal, siempre con alguna moraleja, alguna reflexión que se esconde en los actos cotidianos de cada día, o que se alargan por el tiempo hasta que la pluma de alguien los saca a la luz, como en el caso de ella, y les dan un sentido que se une a la paz y languidez de un domingo cualquiera.
Como Almudena Grandes, los articulistas y escritores Rosa Montero, Manuel Vicent, Millás, y tantos otros, doran la media mañana de los domingos con unas evocaciones y unos recuerdos que nos hacen despertar del misterio y la magia que se adivina detrás de cada pequeño detalle de nuestra vida.
Salí, pues, del salón de actos en dirección al baño, por ese desasosiego de uno, y al fondo de los pasillos, atravesando uno de los espacios abiertos que separa el edificio central de aquel donde se encontraba el salón de actos, por allí ya venía andando andando la escritora acompañada de tres o cuatro personas, entre ellas el también escritor y periodista Juan Cruz Ruiz.
"¡Directora, directora, que ya viene!", le susurré de cerca a la susodicha, a lo que respondió ella dirigiéndose al respetable auditorio escolar transmitiéndoles el mismo mensaje y una advertencia de buenos modales.
En el tiempo en que fui al servicio y aún estaba allí, oí los cálidos aplausos con que fue acogida nuestra escritora. En verdad que estuvo bien tal recibimiento. Por fin una escritora visitaba el centro, (ya antes lo habían hecho otros, pero nunca pude asistir a ellos), por fin un autor de la palabra nos hablaba, ya estaba uno harto cansado de oír a políticos, periodistas y economistas, y vuelta otra vez la misma ronda, con su lenguaje pretendidamente serio y grave, hablarnos de la realidad, si, de eso que llaman realidad, que no llega, de verdad, no alcanza ni de lejos a la buena ficción.
A lo más que llega en el plano del lenguaje esta turbamulta de mensajes, noticias, debates, discusiones, charlas, conferencias y toda esa retahíla de subgéneros de la palabra en la que andamos metidos y sumergidos hasta el cuello y mayormente las orejas, y con el aderezo de las imágenes que nos repiten hasta la saciedad más vomitiva, esto es, a lo más que llega esta palabrería es a embotarnos de verdad y a creernos la mala literetaura que utilizan emplean.
Por fin alguien nos hacía salir de esta palabra vana e insulsa que nos atonta, y era ella, Almudena Grandes, la portadora de la misma.
Y tenía sus seguidores, los de siempre, escondidos y callados, pero aguardando la ocasión. Como su fiel seguidora, la directora. Ésta, a modo de presentación, le dirigió unas hermosas y sentidas palabras, sobre todo porque , llegado un momento, la literatura de Grandes, como ocurre con los buenos escritores y los buenos lectores, sobre todo, decíamos, porque en su presentación la regidora de nuestro centro fundió la lectura de los libros de Grandes con su vida personal y momentos determinados de ella. Y se emocionó, claro.
Emoción que tuvo una clara respuesta en Grandes, pues a poco de empezar, dijo aquella lo de que la literatura era fundamentalmente eso, emoción.
Y antes de llegar ahí, ya había correspondido a la sentida presentación de la directrix diciendo que que, ya que había hablado de emoción, pues que había situado la cuestión , al auditorio y a su presencia ese día en aquel lugar del salón de acts a un altra y a un nivel más que subido.
Empezó a desgrabnar Grandes unas palabras de presentación lo que antiguamente se llamaba exordio, una pequeña itroducción de lo que iba a hablar y por qué lo iba a ser sobre ello.
Nos venía a hablar de algo que sólo lo podía hacer ella misma, y nadie más. Utilizando los elementos de una presentación modesta, señaló que no iba a hablar de sus libros, su estilo, su obra literaria, pues había gente que los había estudiado y quizás explicaran mejor que ella misma lo que había querido decir y expresar en ellos.
No, ella no iba a hablar de su obra, que allí estaba y, además, pertenecía a cada lector y a su propio e intransferible mundo.
Ella iba a hablar de por qué se había hecho escritora. Y, como otros muchos han dicho, antes de autora de novelas, ella se consideraba un lectora, una gran lectora, era lo más que le reportaba plenitud, experiencia, fantasía, vivencias. Contra la opinión común de aquellos que desprecian con ese "tú sólo has aprendido eso en los libros", reivindicó el amor y el poder abrasador que tenía y proporcionaba la lectura, y reivindicaba como suya esa experiencia vital que `proporcionaba los libros, los cuales aportaban una infinitud de mundos, lugares , voivencias, que nuestra rutinaria y modesta vida de mortales nos impide alcanzar en ella.
Se oponía así a alguien tan ilustre, recordé entonces, como R.L. Stevenson, quien alguna frase tenía acerca de lla experiencia exangüe que proporcionaba la lectura frente a la vida en sí. Claro, y nos lo decía ´l mismo autor que bebió de pequeños lños cuents de su nodruiza que siempre guardó en su interior.
Almudena Grandes nos vino entonces a recordar las letras, las bellas letras, la humanitas de Cicerón, de los clásicos, vino a recordárnoslo, a revivirlo como ya hiciera el gran orador romano dos mil años atrás, nos vino a recordar de la verdadera fuerza de la lectura y la literatura.
Cicerón nos habla en su discurso en defensa del poeta Archias, al cual tiene que defenderlo pues está a punto de no reconocérsele su derecho a la ciudadanía romana, Cicerón, pues, en medio de ese discurso en defensa del poeta lo enlaza con una defensas de la literatura y de las humanidades. Entre las muchas cosas que dice, para un buen orador , un político, diríamos hoy, la literatura, en general, los studia humanitatis, las humanidades, vienen a enriquecer la vida y la práctica del profesional de la oratoria. Es más, es un elemento fundamental en su formación y no mero adorno floral.
Y sigue diciendo en defensa de las humanidades, que de nuevo se echa en falta en los tiempos que corren, Cicerón como Almudena Grandes encontraron y encuentran en la literatura esto que pusimos como título del post, un fármakon, en palabras griegas, un santo remedio para las pasiones, buenas y adversas de la vida. El propio Cicerón afirma que una buena biblioteca y un huerto es más que suficiente para vivir. En el Pro Archias hace encendidos elogios de la literatura como santo remedio en sus momentos de soledad, práctica reconfortante, restauradora del espíritu, donde siempre puede hallar uno paz, remedi y sosiego.
Y es por ello que reivindicaba la labor de los poetas como Archias, y de los escritores en general, como vital para la existencia.
Y encontramos así a Grandes rememorando pasajes de su infancia y adolescencia en el que la lectura se convirtió para ella en su farmakon, en algo que la hacía indestructible. Recordaba como grabado a fuego su primera adolescencia como una niña regordeta y peluda que no tenía ese éxito social que todos buscamos a esas edades. Rememoraba as funciones de teatro en las que ella anhelaba representar a la virgen María o a un paje, y a lo más que alcanzaba era a representar un árbol en el fondo del escenario.
esas cosas que tan insignificantes parecían, a esas edades importan, vaya que sí. Pese a este sufrimiento personal, este verse gordita y peluda, ella, como reivindicó con orgullo, ella leía. Y eso le hizo fuerte.
Para rematar lo dicho hasta ahora, pues en poco tiempo dijo tantas y tan profundas cosas, para rematar la presentación, volvió otra vez, sin uno esperárselo, volvió a los clásicos, y citó a la primera novela de aventuras de la literatura occidental, es claro, la Odisea.
De la mano de su abuelo, personaje al que evocó con singular detalle y con gran respeto, en el día de uno de aquellos cumpleaños, ella, que esperaba de su adorado progenitor un tutú para la bailarina imposible que había de ser ella, en lugar de eso, su abuelo, que entonces ella no lo sabía, sino ahora, su adorado abuelo le regaló un ejemplar en versión resumida de la Odisea.
Cuántas veces leyó y releyó aquel libro, cuántas veces se sumergió con Ulises en la cueva marina donde moraba con Calipso. Y cuando la venganza de los pretendientes, cuánto vivío ella misma sinti´ñéndose el propio Ulises y vengándose en su imaginación de tantos agravios recibidos en aquella primera adolescencia. Si, indudable, aquí otra vez tenemos a Aristóteles hablándonos de la catarsis, pues también nos habló Grandes de ella sin mencionarla. "¿Acaso no les ha pasado a ustedes cuando leen que se identifican tanto con el personaje que leen en plural? Pues bien, Ulises y Almudena, Almudena y Ulises, cumplían cumplida venganza de agravios y pesares cada vez ella que releía las infinitas veces que lo hizo el libro de la Odisea.
Me tuve que marchar del salón de actos `pues tan embelesado estaba que no oí el timbre, el odioso e irritante timbre del cambio de hora.Es cierto que también ando medio sordo a esta alturas de la vida. Abandoné la volandera silla de plástico mientra Almudena Grandes enumeraba las maravillosas aventuras que corrieron ella y Ulises`por la fantasía marina de un maravilloso mar. Los lestrigones y las flores de loto, el Cíclope,, la hechicera Circe y tantos otros seres maravillosos venían a su boca evocando aquellos placeres de la lectura, ese territorio imaginado por tantos muchos desconocidos. Ese territorio desconocido, ese mapa desierto que, como también dijo, un libro era poner una islita en él, y luego una cabaña, y así sucesivamente, porque, y seguía, se nota que otra de mis lecturas favoritas fue Robinson...
Yo ya andaba en pos del aula B 24 donde esperaba unos alumnos a los que iba a aburrir cn una clase, entre timbre y timbre, olvidado de la vida que uno dejaba atrás, de la vida de las letras, de la vida de las palabras en manos de una artífice de la creación y la imaginación.