A propósito de vampiros, en la novela La Historiadora, de Elisabeth Kostova, su argumento gira en torno a la figura del personaje que este actor encarnaba, el vampiro Drácula, se sabe que es el nombre que tomó cierto noble feudal de la zona de la actual Rumanía, el llamado Vlad Tepes, más conocido como Vlad el Empalador, por los horribles y crueles suplicios a los que sometía a sus víctimas. Y, habría que añadir, que gran parte de estos tormentos los aprendió de sus enemigos fronterizos los turcos. Y, además, que es precisamente en vísperas de la caída del único bastión y símbolo ya que quedaba del en otras épocas había sido el glorioso imperio bizantino: su capital Constantinopla, es en esa época en la que vive y tiene sus luchas contra los otomanos este personaje.
Por tanto, contra los que luchó nuestro cruel y literario personaje Vlad, alias, Drácula, fue contra las mismas tropas turcas y el propio sultán que años después terminaría por conquistar la Ciudad, Mehmet II. Esto es, que la casualidad ha unido al noble Vlad, luego reconverdido en vampiro y vampiro sexy, además, con uno de los sucesos más importantes de la historia occidental y de la de Grecia en particular, la caída de Constantinopla.
Por si fuera poco, este sultán se ve que fue educado en una amplia cultura, tuvo un preceptor italiano que le enseñó latín y griego en su juventud, y se entiende que le sacó provecho. Pues el mismo Mehmet II, y seguramente en la línea de lo que habían hecho estos otros ilustres antecesores, estuvo en Troya y ante la tumba de Aquiles, como ya hiciera Alejandro en vísperas del inicio de la conquista del imperio persa, y como efecto propagandístico, es claro. Y el propio Julio César, siguiendo la línea del monarca macedonio. Y con el mismo afán de propaganda, suponemos, pero invirtiendo completamente los papeles, o imbuido en el efecto del paganismo que había conocido en su formación grecolatina, el sultán también se mostró en Troya ante la tumba del mejor de los griegos.
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