jueves, 18 de junio de 2015

La Historiadora, Drácula y la caída de Constantinopla

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Acaba de fallecer el actor Christopher Lee, famoso entre otras cosas, por sus interpretaciones en el papel de Drácula, en aquellas películas donde junto con el vampirismo, andaba de rondón el erotismo al que iban unidos estos mordiscos nocturnos con las chicas en camisón de noche, y que era a lo que más  podíamos aspirar en aquellas épocas, en lo que se refiere al sentido erótico.
A propósito de vampiros, en la novela La Historiadora, de Elisabeth Kostova, su argumento gira en torno a la figura del personaje que este actor encarnaba, el vampiro Drácula, se sabe que es el nombre que tomó cierto noble feudal de la zona de la actual Rumanía, el llamado Vlad Tepes, más conocido como Vlad el Empalador, por los horribles y crueles suplicios a los que sometía a sus víctimas. Y, habría que añadir, que gran parte de estos tormentos los aprendió de sus enemigos fronterizos los turcos. Y, además, que es precisamente en vísperas de la caída del único bastión y símbolo ya  que quedaba del en otras épocas había sido el glorioso imperio bizantino: su capital Constantinopla, es en esa época en la que vive y tiene sus luchas contra los otomanos este personaje.
Por tanto, contra los que luchó nuestro cruel y literario personaje Vlad, alias, Drácula, fue contra las mismas tropas turcas y el propio sultán que años después terminaría por conquistar la Ciudad, Mehmet II. Esto es, que la casualidad ha unido al noble Vlad, luego reconverdido en vampiro y vampiro sexy, además, con uno de los sucesos más importantes de la historia occidental y de la de Grecia en particular, la caída de Constantinopla.
Por si fuera poco, este sultán se ve que fue educado en una amplia cultura, tuvo un preceptor italiano que le enseñó latín y griego en su juventud, y se entiende que le sacó provecho. Pues el mismo Mehmet II, y seguramente en la línea de lo que habían hecho estos otros ilustres antecesores, estuvo en Troya y ante la tumba de Aquiles, como ya hiciera Alejandro en vísperas del inicio de la conquista del imperio persa, y como efecto propagandístico, es claro. Y el propio Julio César, siguiendo la línea del monarca macedonio. Y con el mismo afán de propaganda, suponemos, pero invirtiendo completamente los papeles, o imbuido en el efecto del paganismo que había conocido en su formación grecolatina, el sultán también se mostró en Troya ante la tumba del mejor de los griegos.

domingo, 7 de junio de 2015

VÉRTIGO, DE A. HITCHCOCK: ORFEO Y EURÍDICE

A veces las librerías de viejo o de sgunda mano, no sé cómo llamarlas, de las que han aparecido varias en los últimos tiempos, traen alguna que otra sorpresa. Hace poco entré en una de ellas, cerca de donde vivo, y allí me topé con un ejemplar bien conservado de un ensayo titulado Vértigo y pasión, del filósofo y cinéfilo Eugenio Trías.
Ya conocía algo de su afición al cine y de sus comentarios y análisis, mirando en casa de un conocido otro libro suyo dedicado también al cine. Me parecieron muy agradables de leer, ya que no tenían una carga erudita y de cinefilia que se ve mucho en las habituales críticas de películas.
Por ejemplo, me llamó la atención, de lo poco que leí en aquella ocasión la afirmación de que en las películas de Hitchcock el elemento fundamental y repetitivo era el amor. ¡Vaya!, y uno pensando siempre en ese director como el mago del suspense, de lo entretenidas que eran en general sus películas por la intriga y el misterio, y donde el amor era apenas una historieta secundaria para complementar la obra. Pues no, según Trías, el amor era el elemento imprescindible en sus obras, el dios Eros, la diosa Afrodita-Venus en su máximo apogeo, como en las obras de Eurípides y de la Nueva Comedia helenística.
Por estas cosas, compré el librito de segunda mano del filósofo, muy barato, pues si no me gustaba, igual era muy denso, tampoco perdería mucho.
La verdad es que Vértigo, de las películas de Hitchcock, nunca la he llegado a entender mucho. Cuando empecé a leer el libro, el autor explica la trama de la historia, que uno nunca tuvo muy clara, o quizás también por los años que hace que uno la vio. Pero el recuerdo de la película nunca me la hizo tener como una película entretenida, de intriga y suspense como otras suyas. Le faltaba algo, para mi gusto. Luego, cuando leías por aquí y por allá, en estos últimos tiempos, que era una gran obra, y que hasta incluso ya figuraba por delante de Ciudadano Kane en el ranking de la mejor película hasta la fecha, pues a mí todavía me parecía que era algo de los críticos de cine y nada más.
Pues bien, después de leer un poco por encima el ensayo del filósofo Eugenio Trías, llega uno a encontrar un montón de claves, pistas, esquemas, lugares comunes, argumentos, tópicos, etc., de tipo universal que aparecen en todas las historias y relatos desde que el mundo es mundo. Así se descubre un fondo cultural y artístico que existe en la base de la película, y que justifica la admiración que el filósofo (y con él me imagino que todos esos críticos y aficionados a los que le gusta esta película), demuestra por ella.
Para no seguir con lo mismo (en esto el libro, si tiene alguna pequeñísima pega, es que a veces repite cosas), pues bien, a lo que íbamos eraa la identificación de la película con eleemntos de la tradición y la mitología clásica. El autor también vincula esta historia con la leyenda de Tristán e Isolda, o con los mitos clásicos de Pigmalión y Galatea. Pero el tema principal, y con el que identifica el ensayista al protagonista de la pelicula, James Steward, es con el mito de Orfeo y Eurídice.
No en vano el subtítulo de la película es De entre los muertos, lo que alude claramenet al viaje que hace Orfeo al inframundo en busca de su amada Eurídice. Solo que aquí Orfeo-James Steward hace un viaje no tan físico y real (que también), sino en parte mental o, como dice el ensayista, psicoanalítico. El protagonista ve morir a su amada y del trauma no se recupera, pues la anda buscando a lo largo del tiempo confundiéndola con otras mujeres que se le parecen. Es decir, trata de rescatarla a pesar de que ella definitivamente ha muerto. Cuando por fin descubre a una mujer que es idéntica a su amada perdida, es cuando cree haberla recuperado de verdad y trata por todos los medios que esta segunda mujer de su vida sea, se parezca, imite, a aquella su primera amada que perdió.
Claro, así será hasta que se dé cuenta de que todo ha sido un engaño,y que esta segunda mujer (Judy) de la que vuelve a enamorarse, realmente lo había engañado, pues hizo el papel de su amada muerta (Madeleine), por obra y gracia del marido de ésta (Elsner), que había urdido un plan para deshacerse de su mujer, contratando a Judy para que se hiciera pasar por ella.



La otra clave de la película es que está más cercana al género de las antiguas tragedias griegas, que al de las otras obras de Hitchcock, pues en estas siempre hay cierta distancia cómica, a pesar de lo terrble de sus historias, que las hacen más próximas al público. Así se ve en Los pájaros, Psicosis o La ventana indiscreta, películas que también comenta el ensayista como contraposición a su comentario de Vértigo. Y como tragedia, la ironía trágica también. Pues como un héroe trágico, como Edipo, que al final, ciego, reconoce que ve y que sabe y que ahora "ve" sin ojos mejor que cuando antes los tenía, pues como este héroe trágico el propio James Steward se recupera de su acrofobia, su traumático miedo a las alturas cuando pierde otra vez a su segunda amada.
El ascenso del inframundo al mundo de los vivos, tal como se representa en las imágenes y cuadros sobre el mito, siempre mantiene la leyenda , esto es, Orfeo siempre delante y sin volver la vista atrás para mirar si Eurídice viene o no detrás suya. Así también el cineasta respeta esa leyenda, y en lo que parece ser la salida final del Averno, del inframundo, del siniestro mundo de los muertos, que en el mundo clásico tenía unas salidas geográficamente reales, aquí es , en un plano simbólico, el ascenso a la torre de la iglesia de la misión de San Juan Bautista. Este ascenso del inframundo es tal como se representa en muchos cuadros que representan este mito. Y la salida final, cuando ya se descubre todo y se ha llenado la curiosidad, y parece que todo empieza de nuevo para la nueva pareja de amantes, concluye como en el mito, con la vuelta de Eurídice al mundo de los muertos, cayendo desde el campanario. La súbita y fantasmagórica aparición de la monja, deus ex machina, al final precipita lo que la angustiosa curiosidad de Orfeo Steward había también buscado. 
La escena final, con Orfeo Steward mirando sin poder hacer nada al vacío, y recuperado de su vértigo, recuerda de nuevo a la escena final del episodio de Orfeo.
Estas son, de forma atropellada, las impresiones a primera vista de este ensayo del Eugenio Trías. El libro es un comentario completísimo y no se centra tanto en la figura de Orfeo, al que aquí si hemos destacado, pero si lo pone como el mito principal en el que se basa la película. Toda una novedad encontrar debajo de estas películas viejos relatos envueltos con otras apariencias.