jueves, 18 de junio de 2009

Píndaro, el triunfo romano, el ascenso del Tenerife y la victoria de los Lakers.

Como ya en los tiempos antiguos, las ceremonias deportivas se convertían en algo más que lo simplemente atlético. Se convertían, como hoy, en fenómenos sociales y culturales, donde se reivindicaba no sólo al equipo y a los deportistas, convertidos en esos momentos en héroes semidivinos, sino a la ciudad, región, comunidad, etc., que protagonizaba también el ascenso de categoría y el triunfo sociodeportivo. Así, Tenerife como isla y Canarias como comunidad se reicvindican ante el resto de España, Los Angeles renueva por enésima vez su poderío socioeconómico en el contexto de los estados norteamericanos.

Algo parecido hacía Píndaro en sus odas a los vencedores de los distintos juegos (no sólo los Olímpicos, dedicados a Zeus de Olimpia, sino los Délficos de Apolo, los Nemeos de Heracles o los Ístmicos de la ciudad de Corinto).
Un ejemplo, la Olímpica primera, poema que Píndaro compuso para Hierón, tirano de Siracusa en Sicilia (476 a. C.).

Lo mejor es, de un lado, el agua y, de otro, el oro, como ardiente fuego,
que destaca en la noche por encima de la magnífica riqueza.
Y si certámenes atléticos celebrar
anhelas, querido corazón,
ni busques otra estrella más cálida que el sol
brillante en el día por todo el yermo éter
ni ensalcemos otra competición superior a la de Olimpia.
De allí el himno clamoroso se despliega
a través de las mentes de los sabios
para que al hijo de Crono canten los que acuden
a la espléndida y feliz morada de Hierón
(vv. 1-10, trad. C. García Gual).

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