AGAMENÓN, NO CALCANTE, VATICINA EL SACRIFICIO.
El paralelismo y la interpretación, anacrónica, del amante de Suzana, al trasponer la leyenda de Áulide al mundo de la Guerra Fría de los años ochenta, le lleva ya a lo más lejos, y, claro, lo aplica con los términos actualizados, a la figura legendaria de Calcante.
O bien, … acabó convirtiéndose en un agente doble.
Así pues, Calcante, como un personaje de una novela de John Le Carré, podía ser un perfecto agente doble.
La reinterpretación legendaria, como si fuera un erudito filólogo haciendo anotaciones o escolios al texto sagrado del mito, continúa, pues apunta, con elementos de conocimiento, que el augurio del sacrificio de la joven para que la flota partiera en expedición
… debió de constituir un momento clave en su carrera.
Y, entre paréntesis, como en un aparte, apostilla que
(No debe olvidarse que sus presagios, como los de todo renegado, eran acogidos con desconfianza)
Es decir, que la mera lectura de los mitos y de la Guerra de Troya solemos entender que Agamenón deconfiara, μάντι κακῶν adivino de males, de los presagios y de Calcante, porque parecían ir siempre en contra de él.
Aquí Kadaré añade un dato más, evidentemente al hilo de su relato: es que Calcante era un renegado y, como tal, cualquier consejo que parta de alguno de estos personajes siempre tienen una sombra de sospecha.
Y sigue, y continúa, con esta argumentación lógica pero trastocada, sobre las posibilidades de interpretar el funesto presagio del adivino, tanto si era un traidor, como si era en verdad un renegado.
Y sigue dando círculos en torno al sacrificio, a la idea de sacrificio, tanto el de Ifigenia como el de Suzana. El presagio era arriesgado para el propio augur, pues su figura despertaba dudas y cualquier error supondría su caída en desgracia:
… su consejo era en extremo arriesgado, por no decir insensato.
En esto sí que se puede citar un referente de la época que coincide con esta apreciación del personaje. Lo encontramos también en el Canto I, 76 ss., de la Ilíada, y precisamente al hilo de esto.
Es decir, cuando, asolando la epidemia el campamento aqueo por culpa del flechador Apolo, se vuelve a consultar al adivino. Éste, teniendo ya la respuesta, pide el amparo de Aquiles, antes de dar el oráculo, porque, de nuevo, atenta contra el poderoso rey de Micenas.
τοὶ γὰρ ἐγὼν ἐρέω: σὺ δὲ σύνθεο καί μοι ὄμοσσον 76
ἦ μέν μοι πρόφρων ἔπεσιν καὶ χερσὶν ἀρήξειν:
ἦ γὰρ ὀί̈ομαι ἄνδρα χολωσέμεν, ὃς μέγα πάντων
Ἀργείων κρατέει καί οἱ πείθονται Ἀχαιοί:
Está bien; voy a hacerlo, mas antes declárame y jura
que dispuesto a valerme estarás de palabra y de obra,
porque temo irritar a un varón que de gran poder goza
entre todos los de Argos y a quien los aqueos acatan.
Así pues, el relato, que funciona aquí como un as anotaciones o comentarios interpretados al texto y figuras del mito, sigue la misma línea que ya refleja Homero en cuanto a la delicada situación de los vates o adivinos, en su relación con las élites del poder. Es decir, desde una mirada sociopolítica, su sagrada figura tenía también su inseguridad y delicada situación.
Y siguiendo con esta lectura en clave de interpretación sociopolítica y manipulación de la información pública, Kadaré, a través de su narrador, llega a la conclusión más sorprendente y reconstruida que pudiéramos oír e interpretar en tantos siglos de tradición filológica.
Y es tal que, según el personaje, en su mente distorsionada, e reinterpretando los datos que le proporciona el libro de Graves,
Resulta por tanto mucho más creíble que Calcante no expresara consejo alguno
y que Agamenón concibiera por su propia cuenta la idea del sacrificio,
Con lo cual le da una vuelta completa a la tradición mítica, de forma extraordinaria.
Y añade, para dejarla aún más relativizada y cuestionada,
debido a razones que sólo él conocía.
La figura de Agamenón, que en la tragedia de Eurípides es casi el personaje trágico principal, con sus indecisiones y el conflicto entre su condición paterna y líder de una expedición militar, aquí salta por los aires. El narrador ve a Agamenón como un hábil y cínico poderoso, manipulador de cualquiera de las formas de la voluntad pública, y capaz de los más turbios e infames manejos para conseguir llevar a su comunidad política bajo su manos.
La figura temerosa y sufriente que por momentos refleja la tragedia y muchas otras recreaciones, aquí se desvela como totalmente falsa e hipócrita. Agamenón y, hemos de suponer ya que quien lo piensa es el narrador de la Alemania de los ochenta, Agamenón y el Guía, como Stalin, son cínicos e infames gobernantes capaces de cercenar vidas de su propia sangre con tal de seguir afianzados en el poder y liderando a sus vasallos.
No le resultaría difícil añadir más tarde el nombre
de Calcante a toda esta historia …
Para el narrador, pues, que vive en una atmósfera opresiva de manipulación populista y dirigida, la Albania totalitaria y los países de la órbita soviética de los ochenta, no le resulta nada extraño reinterpretar la leyenda de Ifigenia en clave de sus circunstancias vitales, y llegar a tan sorprendentes como increíbles interpretaciones de la leyenda de Ifigenia.