martes, 8 de octubre de 2024

el muro tapia derruido en septiembre

De repente, todo cambiò, se arrambló con aquello y desapareció, como una visión ilusoria, lo que durante años llevaba fijado en las miradas de los que por allí pasaban.

En unos meses ya nadie recordaría lo que había allí.

Un muro, una tapia, lustros ocultando sus entrañas, quedò abatido y derrumbado cierto dìa de septiembre de este año en curso, sin previo aviso para el inadvertido viandante, sin ninguna nota previa, sin un simple adiós.

Lo que vivía y existía tras aquel largo y prolongado paredón se mostrababien visible ahora. Como un telón que cae, a la vista de todos estaba aquel espacio, aquella huerta que permaneció oculta durante dècadas a los ojos ajenos, dormitando un sueño suyo y particular.

En realidad, el supuesto vergel que se ocultaba tras el ajado y lustroso muro no era tal. Unos tupidos cañaverales emergian tras la tapia caida. Se veía una palmera al sueloque , casi desjarretada, mostraba impùdicamente sus siempre veladas raìces, ahora aventadas al aire.
Por aqui y por alla, unos bloques grises indicaban alguna construcciòn inacabada, y la maleza, tupida y creciendo desordenada, no dejaba todavía ver màs alla de lo que el muro hasta entonces impedìa.
El muro tapia, de años, lustros y dècadas prolongados, ajado, sucio y polvoriento, a pesar de todo, se mantenía venerable en su vetusta apariencia. Habìa protegido con su pared, la vista curiosa y un poco impertinente de los cualesquiera viandantes que por allí anduvieran.
Ahora, vìctima de un derrumbe con nocturnidad y alevoso, el muro derruido habìa dejado de existir para siempre. Tanta era la urgencia que incluso a los operarios del destrozo les habìa faltado tiempo para hacerl desaparecer los cascotes y restos de aquellos ajados ladrillos.
Ahora, ante todos, a la vista algo impùdica de cualquiera, se revelaba y desvelaba un lugar, un huerto, verdad que abandonado y en desidia, nada del otro mundo, por otra parte, que había permanecido guardado, celosamente,un sueño de lustros.
Y todo esto, ¿por què?
En verdad que lo que se atinaba a ver hasta ahora de aquel jardìn escondido y desatendido era apenas nada. Ya decimos una palmera patas arriba, unos omnipresentes cañaverales, unos feos bloques a ras del suelo, y más maleza en desorden. Nada màs.
En verdad que uno sospechaba mucho màs de lo que ahora se vislumbraba, tras aquel sucio pero venerable muro, de mediana altura y que terminaba a dos aguas.
Pero, realmente, no habìa màs, todo lo que se suponìa escondìdo tras aquella tapia, no era màs que las imaginaciones y las sospechas que uno libtemente dejaba al azar de la desocupada mente.
Ahora, tras los pocos cascotes, únicos testimonios de lo que allí una vez modestamente se irguió, una cinta de plastico o caucho gruesa, de cantoso color naranja, indicaba a los que por alli pasaban y circulaban, el antiguo lìmite que marcaba la frontera, el límite privado de la huerta, ese muro ahora derrumbado, en los suelos y ya inexistente.
Todo esto, no sé qué más, por un anónimo, alargado y vetusto muro tapia, desmontado y derruido con tanta urgencia, como quien desmonta un estante de quita y pon, un muro tapia arrumbado para siempre en una de las entradas y salidas de la ilustre y centenaria villa.
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Sisi Álvarez Arvelo

lunes, 7 de octubre de 2024

LA VILLA,2

Un día y de repente para el desdibujado paseante, pero merced a denodados esfuerzos de algunos próceres, llegó a aquel lugar lo que era la confirmación y sospecha de que el letargo decadente y despegado de la villa ocultaba un brillo latente no reconocido. Una condecoración, un título, un reconocimiento, el merecido reconocimiento, ya de tanto tiempo olvidado, por fin, había llegado a aquel lugar.

Durante los primeros años, la villa se lustró y embelleció y remozó con sus mejores galas, es decir, con esos primores ocultos bajo la polvareda del tiempo y el letargo.

De la villa emergió la ilustre ciudad. Las casonas se remozaron y adquirieron nuevo brillo, bueno, su real briillo, añejo pero ocultado tras tantas décadas de grisura.

Otra autoridad edilicia, si, mismamente edilicia , bramaba por aquella época, desde la altura de sus despachos, que ningún solar, huerto, finquita, rinconcito, espacio sin uso ni lustre, debía quedar y mantenerse sin edificar ni enladrillar.
Todo suelo, aunque sesteara de décadas y siglos, y precisamente por eso, era reo de ociosidad indeseada, y debía de volverse irremdiable y edificativamente productivo.
Aquello, que desde aquellas alturas de aquel mando, podría parecer la máxima aspiración de la autoridad competenete en esa materia, en la práctica significaba el remate refinitivo a aquellos recodos deslucidos, la sentencia a los vacíos que aireaban los paredones enladrillados de diverso gusto, el acabose de aquel alivio para la mirada, entre tanto adusto bloque, que producía aquellos huecos sin culpa, ahora sentenciados como malsanos e improductivos.
El relajo invuisible para el pasajero incosnciente, aquel que que dejaba a su aire el garbeo de su paso, mientras su vista recorría inadvertida aquella tapia que ocultaba un jardín, un patio o simplemente, maleza desbordad , poco a poco, iba desapareciendo.
Las visiones latentes de los tradicionales paseantes de la villa, de aquel llano ideal para el garbeo, santo y señal de la ilustre ciudad, dejaban de poblar las ensoñacieones del viandante. Sin darse cuenta, la tranquilidad que emanaba de aquel solaz caminero iba desapareciendo sin dejar más rastro que el mismo olvido.

Más que lugar de paseantes, aquel espacio se había convertido en un laberinto edificado solo apto para runners y muslos aprisionados en elásticas mallas deportivas.
Todo el mundo corría, a quién más, o andaba apresurado y atlético, recomendaciones saludables, en un presuroso y cardiaco andar.
El lento y reconcentrado andar del paseante, figura de antño y otras épocas, había dejado paso a un trote regular y sanamente aeróbico.