Este fin de semana pusieron en no me acuerdo qué
cadena Copland, una película de hace unos años con buenas críticas en su
momento.
El argumento relata la idílica vida de un barrio
suburbano al otro lado de Nueva York, cruzando el puente, que no lo es tanto
como aparentemente es. Como dirían los clásicos, Et un Arcadia ego,
"también la Muerte (está) en la Arcadia".
Stallone es
un policía de pueblo, un cop land, melancólico y tristón por una historia personal
sucedida cuando era joven. De esa mismo historia le queda como secuela una sordera de su oído derecho, que le impedirá
acceder a la policía de Nueva York.
Precisamente un buen grupo de agentes de esa policía
son los habitantes prominentes de este barrio llamado Garrison.
Stallone es como un Ulises que regresa de sí
mismo y de la ilusión creada en torno a un barrio que no era tan idílico como
el creía.
Incluso su Penelope-Nausícaa, musa de sus
sueños aunque casada, infelizmente, con otro, también le vuelve la espalda.
Solo le queda ciertos valores. Hasta los dioses, en
este caso encarnados por Robert de Niro y su sección de Asuntos Internos, lo
dejan solo.
Así pues, con motivo de recuperar a un testigo que le
han quitado los policías a la fuerza, se llega a un final mortífero y
sangriento. Como un western, con la particularidad de que es enfocado desde la
sordera de Stallone, que oye él, y todos los espectadores, todo amortiguado, el
copland se lía a tiros contra los polis realmente corruptos en la escena climática
final.
Después del baño de sangre y violencia catártica, la
película nos devuelve la imagen de Stallone junto al río que separa Garrison de
Nueva York, al lado del puente. Ese mismo río donde también ocurrió el
salvamento de su Nausícaa imposible y su incapacidad. Su compañero llega en
coche y le dice que hay que arreglar un atasco.
Stallone no lo escucha al principio, luego gira el
cuello, lo mira con una expresión calmada y sosegada, y abandona el lugar junto
al río para dirigirse a la nueva ocupación que el día le ha traído.
Et in Arcadia ego, en Garrison, la aparente comunidad
feliz de los policías de Nueva York encerraba
también a la fatídica Parca.