Es una de las últimas novelas de la serie del monje galés Caedfel. En esta entrega, sin embargo, su figura va a pasar a un discreto segundo plano, lógico, pues la trama de la novela se aleja esta vez de la trama detectivesca y policíaca que suelen tener otras obras suyas. En ésta la autora abre el mundo de Caedfel, su monasterio y la villa de Shwesbury para dar a su historia un relato basado más en la realidad histórica del siglo XII en el que se desarrolla la serie.
La trama gira en torno al desembarco de unos daneses en la costa galesa para hacerse con un botín. Lejos de hacer una descripción de la que uno supone que fueron aquellos asaltos y rapiñas, con feroces vikingos de cascos cornudos y hachas sanguinarias, humildes campesinos perseguidos y maltratados por aquellas hordas de bárbaros venidos del norte, pues bien, lejos de este cuadro algo tópico, la autora nos pinta una de estas expediciones de rapiña y botín más apegada a la realidad, quizás, que de la otra a la que estamos acostumbrados a imaginar, probablemente por influencia del cine y otros relatos.
Pues, como se sabía, y también en el mundo antiguo, la piratería y el comercio andaban a la par la una con la otra y muchas veces se confundían las dos operaciones como si fueran una misma. Así ya el propio dios Hermes-Mercurio era al mismo tiempo dios del comercio y patrón también de los ladrones. Tal como relata Peters esta expedición pirata, es más bien un acto de calculado comercio. Es bien claro que hay uso de la fuerza y la violencia, la presencia de hombres armados en una zona pacífica, pero es una fuerza y una violencia calculada, razonable, subordinada al principio de un buen negocio y la obtención de un beneficioso botín, ante el cual cualquier otra iniciativa a la que pudiera dar pie (y de la que nacen todas las obras épicas) están bastante lejos de esta realidad.
Un galés expulsado de su tierra contrata a una hueste de daneses irlandeses (en una de las ocasiones, Caedfel llega a decir que estos daneses, después de tanto tiempo viviendo y ocupando Irlanda, son más cristianos que los propios nativos), esto es, dicho noble galés venido a menos, contrata a esta hueste de daneses al mando de un señor de la guerra para recuperar sus posesiones de las que ha sido privado en su región natal de Gales. A cambio, se compromete a entregarle dos mil monedas de plata y ganado. Así pues, es una operación comercial al mismo tiempo que militar, pero lo que prima es lo primero.
Una vez llegados a Gales, por casualidad caen también en manos danesas el monje Cadfael y una bella galesa, (protagonista de emotivas y románticas escenas, muchas de las cuales transcurren junto a la costa arenosa y solitaria galesa), prometida contra su voluntad con un noble de aquella misma región. Y también, para quitarse de los tópicos sobre raptos y rescates de los piratas, la bella galesa se sentirá muy atraída por uno de sus captores daneses. Y es que estos con fama de vándalos y brutos, estos daneses, están bastante lejos de eso. Todo parece entenderse en el marco de una operación comercial. No interesa dañar a los secuestrados porque son un buen botín, y así no hay malos tratos, abusos ni nada. Todo lo contrario, conforme avanzan las horas de cautiverio, los secuestrados se encuentran ciertamente cómodos y son tratados casi con indiferencia entre quienes los han raptado. Quien dirige las operaciones es el señor de la guerra danés, Otir, y para él todo se reduce a una operación comercial que hay que llevar con buen sentido y sin dejar que se estropee la ganancia por cualquier inconveniente.
Los sentimientos patrios, la ira o el deseo de venganza por parte de los mismos galeses también se tratan de contener, aunque no siempre se van a lograr por parte del líder local, pues la sangre joven es más fácil de alterar que la experiencia que dan los años de Owain, el príncipe galés. Éste ve toda la situación como el líder danés, una operación comercial donde también hay cuestiones de honor, respeto a lo que se ha prometido pagar, evitar el uso de la violencia y prudencia y espera en que desaparezca la situación tensa.
Así podría haber sido también muchas de as situaciones que se daban en el mundo antiguo, incluso remontándose a la época micénica, pues a éstos, los micénicos, los han llamado los vikingos del sur o del Mediterráneo. Y en lo poco que conocemos, y en los relatos de la Iliada y la Odisea, y en muchos mitos, abundan los relatos de actos de piratería, saqueos, raptos de doncellas y hombres, mezcladas con relaciones de honor entre estos mismos comerciantes-piratas y los señores de las regiones contra las que hacían a su tiempo las expediciones de piratería y comercio a la vez..