martes, 31 de julio de 2012

Los deportistas, ¿seres humanos o divinos?

En este artículo de hoy el autor  hace una bonita comparación entre los viajes de Ulises por el Mediterráneo, con sus monstruos y diosas atractivas,  y el viaje que los espectadores de la televisión hacen estos días desde sus sillones, mientras contemplan las proezas de los deportistas y les asaltan dudas de si son dioses o mortales humanos. Algo que, como dice el autor, lo entendería perfectamente un griego de aquellos tiempos.

La duda de Ulises, por Antonio Rico
Es difícil saber si Dana Vollmer es mujer o diosa, si el gran Michael Phelps es hombre o dios



       En la Grecia de los poemas de Homero, todo desconocido que uno encuentra en su camino puede ser un dios. En el deporte olímpico, todo deportista desconocido que uno encuentra en su camino a lo largo de las diferentes cadenas también puede ser un dios. Cuando Ulises se encuentra en la playa con Nausícaa, el rey de Ítaca pregunta a la princesa feacia si es mujer o diosa. Cuando el espectador se encuentra en la piscina olímpica con Dana Vollmer, es inevitable preguntar si la nadadora estadounidense es mujer o diosa. La hermosa Nausícaa no era una diosa, sino una mujer hija de Alcínoo, rey de los feacios, y de la reina Arete. La campeona olímpica de los 100 mariposa no es una diosa, sino una nadadora que después de superar una enfermedad coronaria se convirtió en los Juegos Olímpicos de Londres en la primera mujer en bajar de los 56 segundos en una prueba de 100 mariposa. Un griego de los tiempos de Homero entendería tanto la duda de Ulises como la duda de un moderno espectador de los Juegos Olímpicos. Un espectador moderno no entendería la duda de Ulises en una playa feacia, pero sí entendería esa duda en las aguas de una piscina olímpica.
       No somos tan diferentes de los griegos que escuchaban los poemas de Homero. Como el ingenioso Ulises, los modernos viajeros se embarcan con su mando a distancia en prodigiosas aventuras a lo largo del mar olímpico. Así, al igual que Ulises y sus compañeros llegaron a la isla de los lotófagos, donde crecía una planta que aturdía los sentidos y hacía que los hombres se dedicaran sólo a holgazanear, los Juegos Olímpicos pueden aturdir los sentidos de los espectadores y conseguir que se dediquen sólo a holgazanear viendo cómo los mejores deportistas del mundo corren, saltan, nadan, luchan o disparan flechas. El que come loto lo olvida todo, incluido quién es, y el que se engancha al loto olímpico lo olvida todo, incluido que hay que madrugar, sacar a pasear al perro o comprar el pan. En los Juegos Olímpicos también hay cíclopes que no conocen las leyes de la hospitalidad y no tienen piedad de los hombres. Como hizo Polifemo, la selección estadounidense de baloncesto, liderada por tipos como Bryant, Durant o James, se come a sus rivales y dedica el último cuarto del partido a eructar unas cuantas jugadas descomunales. Sirenas que nos invitan a abandonar nuestro rumbo y acercarnos a la piscina olímpica. Magas como Circe que, disfrazadas de saltadoras de trampolín chinas, adormecen nuestras mentes con su maestría y hacen que llevemos una vida regalada en su compañía. Ninfas como Calipso que, encarnadas en jugadoras de balonmano coreanas, nos ofrecen la inmortalidad a cambio de casi nada. Ulises viajó diez años a lo largo del Mediterráneo hasta que pudo regresar a su casa, en Ítaca, y ver a Penélope, su mujer. Los viajeros olímpicos sólo tardaremos diecisiete días en volver a nuestra residencia habitual. Tengan un poco de paciencia con nosotros.
       Si es difícil saber si Dana Vollmer es mujer o diosa, no es menos difícil saber si el gran Michael Phelps es hombre o dios. Precisamente ahora que el nadador estadounidense no es capaz de ganarlo todo, todo, todo, es cuando nos entra la duda: ¿era el Phelps imbatible de los Juegos Olímpicos de Pekín un dios? ¿Acaso el divino Phelps ha renunciado a su condición divina y ha decidido participar en los Juegos Olímpicos de Londres como un mortal más, llegando incluso a no ganar ninguna medalla en una de las pruebas en las que participa? ¿Es más digno de admiración el dios Phelps de Pekín, o el humano Phelps de Londres? Y otra pregunta. ¿Llegará el día en que los jugadores de la NBA que se dejan caer por unos Juegos Olímpicos renuncien a la divinidad, como ha hecho Phelps en Londres, y permitan que España gane un oro olímpico en baloncesto? Es imposible cruzarse con Kevin Durant sin sufrir la misma duda que atenazó a Ulises ante Nausícaa en aquella playa feacia. Puede que algún día los chicos de la NBA no hagan dudar a Ulises pero, ay, no será en las playas de Londres.
 (El artículo está tomado de aquí)